14 mayo 2008

Me están siguiendo detectives


La literatura policial suele funcionar por la repetición de ciertos clichés y giros constitutivos. El detective recio y solitario que esconde la botella de whisky en el cajón de su escritorio; la femme fatale que hace que, siempre, más de uno cometa el desliz que no debía; los matones de turno; los clubes superexclusivos regenteados por mafiosos dueños de una ciudad. En fin, una serie de taras que a fuerza de repetición han ido erigiendo el imaginario de lo que conocemos como novela negra. ¿Y qué sucede cuando nos topamos de súbito con cuatro novelas que escapan milagrosamente al repertorio rígido del género y que, sin embargo, funcionan como tales, y lo hacen muy bien? Estamos entonces ante la consumación de la idea de que el género policial, más que un puñado de escenas tajantes y de larga tradición, es más bien un modo de narrar, una manera bien propia de pensar la literatura.
De eso se trata, si se quiere, la colección Negro Absoluto, de novelas policiales, dirigida por Juan Sasturain. Se trata de saquear algunas líneas fundantes del género y reescribirlas en clave argentina, bajo el cielo de la tradición mestiza y periférica de la literatura local. Si la literatura argentina es, a la tradición europea, un satélite o un derrotero marginal con sus luminosos chispazos, el policial, que es a la “gran literatura” todavía un género menor, encontró y va a encontrar en nuestras costas una materialización extraña, interesantísima. Así lo evidencian, por lo pronto, las primeras cuatro novelas de la colección. El doble Berni, de Elvio Gandolfo y Gabriel Sosa; El síndrome de Rasputín, de Ricardo Romero; Santería, de Leonardo Oyola y Los indeseables, de Osvaldo Aguirre, cristalizan propuestas literarias ampliamente distantes, pero muestran también una serie de cercanías que permite hacer alguna lectura común. Los detectives no son tales en sentido estricto. Hay, desde luego, uno o más personajes que llevan adelante una suerte de “investigación”. Aguirre propuso a un periodista del diario Crítica de Botana, signado por cierta forma de la inescrupulosidad. Gandolfo y Sosa eligieron a Lucantis, el algo torpe pero intrépido amigo de la víctima. En Santería de Oyola los hilos los conduce Fátima Sánchez, un bruja que puede predecir ciertos fragmentos del futuro. Y en la novela de Romero tampoco hay un detective sino un entrañable trío de amigos: Abelev, Maglier y Mushkin.
Otra de las lecturas posibles gira en torno de la representación literaria de una ciudad. El ida y vuelta de Buenos Aires a Rosario en Gandolfo y Sosa, la Buenos Aires futurista de Romero, la villa Puerto Apache de Oyola y la ciudad de la Década Infame de Aguirre son cuatro aproximaciones radicales a la cuestión de la ciudad como un componente clave de la trama, como si el género evidenciara el hecho de que el individuo nunca está solo y de que la trama está astillada, quebrada en la vastedad de la ciudad moderna. Pero quizás la gloria mayor de estos libros, y de los policiales argentinos en general, sea, como dijo Sasturain en la presentación de la colección, “que las cosas pasen acá a la vuelta”. Podríamos afirmar, sin vacilar, que el imaginario local que despliegan estas novelas (anclado en los diálogos, los lugares, la forma de pensar, la escritura) no opaca ni eclipsa los lineamientos mayores del género, de modo que lo argentino se puede pensar aquí como un elemento fundante pero también como un plus respecto de la tradición gruesa del policial norteamericano.
En definitiva, las primeras cuatro entregas son novelas rápidas pero complejas que muestran, invariablemente, una extraña conciencia narrativa y una vuelta de tuerca al género. Y una rara manera, por qué no, de seguir escribiendo en argentino.


Texto:Por Mauro Libertella


No hay comentarios: