Parece lógico que si vivimos en la era de lo audiovisual, haya investigadores que dediquen su tiempo a bucear en los primeros momentos de esta cultura. Uno de ellos es Francisco Javier Frutos, profesor de la Universidad de Salamanca y especialista en ese área que se ha dado en llamar precine, o lo que es lo mismo, espectáculos audiovisuales anteriores a que los Lumière, Edison o quien quiera que fuese inventara el cinematógrafo. Bajo su ciudado se expone en la Filmoteca de Salamanca la colección “Artilugios para fascinar”, un inventario interactivo de linternas mágicas, quinetoscopios y demás aparatos coleccionados por Basilio Martín Patino, que ofrecían al público del siglo XIX mundos posibles a través de la imagen en movimiento. Para el Congreso, Javier -habitual colaborador de la organización en las imprescindibles tareas técnicas- preparó una ponencia titulada “Crimen y ciudad en el cine de los orígenes (1895-1912)” que ofreció pequeñas joyas mudas que nos han hecho reflexionar sobre ciertas verdades heredadas acerca de la representación del crimen y la violencia en el cine.
Primer tópico abajo: el espectador decimonónico era ingenuo en lo audiovisual. Javier sostiene que los finales del siglo XIX tenían una alta densidad iconográfica, a través de formatos como dioramas, panorámicas -el antecedente de la realidad virtual-, linterna mágica, publicidad, imágenes en prensa. “Era un espectador experto, no fácilmente asombrable, que había vivido ya cambios considerables en el terreno audiovisual. Y además, es un ciudadano, alguien que vive en un ámbito urbano. El cine de los orígenes no es el principio de algo, sino el final de algo, una manera de entender el audiovisual que integra todo lo anterior”, afirmó.
Javier Frutos ilustró su charla con imágenes significativas. “Historia de un crimen”, producida por Charles Pathé y dirigida por Ferdinand Zecca en 1901, cuenta una historia de asesinato, juicio y ejecución en seis cuadros y una duración de cinco minutos. Prevalece un sentido moral de “el que la hace la paga” y utiliza las convenciones de representación de la época, que hoy pueden parecer extrañas o “primitivas”, pero que estaban plenamente vigentes en aquel momento.
Primer tópico abajo: el espectador decimonónico era ingenuo en lo audiovisual. Javier sostiene que los finales del siglo XIX tenían una alta densidad iconográfica, a través de formatos como dioramas, panorámicas -el antecedente de la realidad virtual-, linterna mágica, publicidad, imágenes en prensa. “Era un espectador experto, no fácilmente asombrable, que había vivido ya cambios considerables en el terreno audiovisual. Y además, es un ciudadano, alguien que vive en un ámbito urbano. El cine de los orígenes no es el principio de algo, sino el final de algo, una manera de entender el audiovisual que integra todo lo anterior”, afirmó.
Javier Frutos ilustró su charla con imágenes significativas. “Historia de un crimen”, producida por Charles Pathé y dirigida por Ferdinand Zecca en 1901, cuenta una historia de asesinato, juicio y ejecución en seis cuadros y una duración de cinco minutos. Prevalece un sentido moral de “el que la hace la paga” y utiliza las convenciones de representación de la época, que hoy pueden parecer extrañas o “primitivas”, pero que estaban plenamente vigentes en aquel momento.
En Estados Unidos, Thomas Alva Edison desarrolla una industria. Para Frutos, “es el creador de la cultura cinematográfica de la primera década del siglo XX”. En un momento en el que el producto final que veía el espectador obedecía al criterio del exhibidor, Edison produjo en 1901, unas serie de pequeñas películas sobre el asesinato del presidente McKinley. En apenas una semana, circulaban escenas del entierro y ejecución del magnicida, el preciso cierre narrativo que el exhibidor exigía.
Segundo tópico abajo: la violencia explícita comienza a partir de “La matanza de Texas”. Una de estas películas de 1901 nos muestra con toda claridad la muerte en la silla eléctrica del asesino de McKinley, sin ahorrarse ningún detalle, algo que hoy llamaríamos snuff sin lugar a dudas. La muerte en directo.
Segundo tópico abajo: la violencia explícita comienza a partir de “La matanza de Texas”. Una de estas películas de 1901 nos muestra con toda claridad la muerte en la silla eléctrica del asesino de McKinley, sin ahorrarse ningún detalle, algo que hoy llamaríamos snuff sin lugar a dudas. La muerte en directo.
El crimen organizado es el protagonista de “El ciego de aldea”, una producción española de 1906 con un secuestro como historia principal. Antes, en Estados Unidos, Edison había puesto las bases del western y de la representación del crimen organizado con “Asalto y robo de un tren”, en 1903: persecuciones y asaltos toman forma para quedarse, con efectos especiales incluidos, como coloreados selectivos. Pero fue D.W. Griffith, considerado el padre de la narrativa moderna, el que realizó en 1912 el que se considera como primer trhiller, “Los mosqueteros de Pig Alley”. “Se muestra la mafia y también la corrupción, se rueda en escenarios naturales, callejones que asocian la miseria a la delincuencia. El tratamiento del crimen en un ambiente urbano es mucho más complejo que en los anteriores ejemplos”, afirmó Frutos, quien cerró su intervención con una reflexión: “La abundancia de la utilización de efectos especiales parece hacer volver al cine de Hollywood a sus orígenes, cuando tenía un carácter de atracción basado en el impacto”.
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