Osvaldo Aguirre
204 páginas
En Los indeseables está retratado el mundo de la prensa en una época concreta, con su desaforada búsqueda de la primicia. ¿Qué te interesaba en particular de ese mundo para armar la trama de un policial?
–Más que el mundo de la prensa, lo que me interesó fueron las posibilidades literarias de un determinado momento histórico, en los inicios de la Década Infame. Es una época cargada de conflictos, fenómenos y personajes en un marco de represión, miseria y corrupción. ¿Qué mejor ambiente para un relato policial? Y me interesó el personaje, ése fue el punto de partida. El diario Crítica está rodeado de un aura de leyenda, pero en los relatos de algunos de sus ex redactores pude ver otros datos menos conocidos y más productivos. Por ejemplo, a fines de los años ’20, en su mayor esplendor, los periodistas de Botana ganaban muy poco y tenían un régimen de trabajo duro, sin horarios definidos y con un franco cada quince días. La bohemia tan promocionada no excluía medidas coercitivas y arbitrariedades de la patronal. De tan pintoresco, Botana se desdibuja como patrón, ¿no? Gustavo Germán González cuenta que se ganaba sus extras haciendo de sacapresos, una práctica que hoy sería muy cuestionada desde un punto de vista ético. Entonces me pareció que por ese lado podía abrir el personaje y la época, a condición de prescindir de los estereotipos.
Escribiste un buen puñado de libros de crónicas. ¿Cuáles son los contactos y los abismos que establecerías entre ese género y éste, o entre ese tipo de escritura y ésta?
–Uno de los contactos sería la investigación previa. Si bien conocía la época por trabajos para otros libros míos, me documenté en sentido amplio con lecturas de textos históricos, la literatura que se escribía en ese momento, en particular de Enrique González Tuñón, mi autor favorito del período, memorias y estudios sobre el funcionamiento de la prensa, de Sylvia Saítta, Lila Caimari. Y una de las grandes diferencias podría situarse en la manera de procesar esa investigación. Cualquier coincidencia con la realidad histórica no es simple azar pero tampoco quise atarme a los datos, sino conocerlos y hacer que funcionen como disparadores de la ficción, crear un mundo paralelo donde pueden reconocerse muchas referencias y sucesos puntuales pero que en definitiva es autónomo. Lo que importa es lo que ocurre en la novela.
¿Qué elementos específicos dirías que tiene que tener un policial argentino, en relación con las grandes tradiciones norteamericanas e inglesas?
–La fórmula sería Borges más Walsh. El género policial como conciencia de los problemas de la escritura y como perspectiva sobre el funcionamiento de la sociedad. Un escritor, me parece, no defiende ningún punto de vista, no cree en los valores establecidos y mucho menos en las instituciones. Lo bueno es que no se trata simplemente de contar una historia sino de lograr que madure una experiencia a través de los acontecimientos. Cuando llega el final, el personaje ha cambiado porque descubrió algo que puso en crisis lo que pensaba o le hizo ver algo en lo que no reparaba.
–Más que el mundo de la prensa, lo que me interesó fueron las posibilidades literarias de un determinado momento histórico, en los inicios de la Década Infame. Es una época cargada de conflictos, fenómenos y personajes en un marco de represión, miseria y corrupción. ¿Qué mejor ambiente para un relato policial? Y me interesó el personaje, ése fue el punto de partida. El diario Crítica está rodeado de un aura de leyenda, pero en los relatos de algunos de sus ex redactores pude ver otros datos menos conocidos y más productivos. Por ejemplo, a fines de los años ’20, en su mayor esplendor, los periodistas de Botana ganaban muy poco y tenían un régimen de trabajo duro, sin horarios definidos y con un franco cada quince días. La bohemia tan promocionada no excluía medidas coercitivas y arbitrariedades de la patronal. De tan pintoresco, Botana se desdibuja como patrón, ¿no? Gustavo Germán González cuenta que se ganaba sus extras haciendo de sacapresos, una práctica que hoy sería muy cuestionada desde un punto de vista ético. Entonces me pareció que por ese lado podía abrir el personaje y la época, a condición de prescindir de los estereotipos.
Escribiste un buen puñado de libros de crónicas. ¿Cuáles son los contactos y los abismos que establecerías entre ese género y éste, o entre ese tipo de escritura y ésta?
–Uno de los contactos sería la investigación previa. Si bien conocía la época por trabajos para otros libros míos, me documenté en sentido amplio con lecturas de textos históricos, la literatura que se escribía en ese momento, en particular de Enrique González Tuñón, mi autor favorito del período, memorias y estudios sobre el funcionamiento de la prensa, de Sylvia Saítta, Lila Caimari. Y una de las grandes diferencias podría situarse en la manera de procesar esa investigación. Cualquier coincidencia con la realidad histórica no es simple azar pero tampoco quise atarme a los datos, sino conocerlos y hacer que funcionen como disparadores de la ficción, crear un mundo paralelo donde pueden reconocerse muchas referencias y sucesos puntuales pero que en definitiva es autónomo. Lo que importa es lo que ocurre en la novela.
¿Qué elementos específicos dirías que tiene que tener un policial argentino, en relación con las grandes tradiciones norteamericanas e inglesas?
–La fórmula sería Borges más Walsh. El género policial como conciencia de los problemas de la escritura y como perspectiva sobre el funcionamiento de la sociedad. Un escritor, me parece, no defiende ningún punto de vista, no cree en los valores establecidos y mucho menos en las instituciones. Lo bueno es que no se trata simplemente de contar una historia sino de lograr que madure una experiencia a través de los acontecimientos. Cuando llega el final, el personaje ha cambiado porque descubrió algo que puso en crisis lo que pensaba o le hizo ver algo en lo que no reparaba.
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