“La M-30 era una frontera. No éramos de Madrid, pero tampoco de otro sitio. Vivíamos en barrios sin identidad, zonas de aluvión, con gente llegada de todas partes. Nosotros queríamos salir del barrio y ser de Madrid, en ese momento en el que no pertenecías a nada más que a ti mismo y a tus amigos”. Lo dice Antonio Jiménez Barca al referirse a su vida de adolescente en la periferia de Madrid y a su novela, “Deudas pendientes”, editada por El Tercer Nombre, una primera obra que ganó el prestigioso Premio Hammett en la Semana Negra de Gijón. Su aportación al Congreso ha servido para esclarecer la relación entre novela negra y periodismo, oficio que ejerce en el diario “El País” desde 1994.
Jiménez Barca ha acostumbrado a abrir bien los ojos y aguzar el oído, a valorar como tesoros las historias que esconde cualquier persona, y a llevarlas al papel del periódico, pero también a la novela. Para él, la singularidad de la novela negra consiste en que “el escritor saca al personaje a la calle, en un ámbito muy urbano. Y en esto se parece al periodismo: en la redacción no ocurre nada, las historias están en la calle. La relación entre novela negra y periodismo reside en la actitud de salir fuera”. Ha aludido a que en obras clásicas como “Lazarillo de Tormes” o “El Quijote” ya ocurría algo parecido: Cervantes saca a su protagonista y lo pone en el camino, donde le van sucediendo cosas. Quizá los teóricos de la literatura puedan buscar ahí huellas que seguir.
El escritor considera que desde Hammett y Chandler, “en la novela negra no hay derecho de admisión. Los requisitos serían, que esté bien escrita y que el personaje esté en la calle”. Y no sólo el personaje, sino también el escritor debería dejarse contagiar por lo que ocurre, por la realidad. John Steinbeck con “Las uvas de la ira” sería un buen ejemplo de cómo un escritor con talento llega a un conocimiento profundo de lo que quiere contar gracias a compartir su tiempo con quienes serán sus protagonistas.
Cuando Jiménez Barca decidió escribir su novela, se planteó dos deseos: que fuera de género y que transcurriera en su barrio, para de alguna manera volver al territorio de su adolescencia y devolver algo de lo que “esa zona viva de la ciudad” te ha dado. La elección del género se basó en las ventajas que puede aportar contar con un armazón previo, definido, para construir la narración. “Mi modelo literario es Juan Marsé. Elegí el género primero porque me encanta, leo muchísima novela negra, pero también porque tenía miedo de que la novela quedara amorfa, que los personajes no fueran a ningún sitio. Ese andamiaje me permitió, en sucesivos procesos de escritura, encontrar lo que quería: colocar gente normal en casos extraordinarios y que la vida del protagonista fuera construida por las voces de sus amigos”.
Capaz de encontrar historias y contarlas con pasión tanto en maratones populares como en sucesos como el 11-M, la escritura de Antonio Jiménez Barca está viva en el suplemento “Domingo” de “El País”, mientras se espera su nueva novela.
Jiménez Barca ha acostumbrado a abrir bien los ojos y aguzar el oído, a valorar como tesoros las historias que esconde cualquier persona, y a llevarlas al papel del periódico, pero también a la novela. Para él, la singularidad de la novela negra consiste en que “el escritor saca al personaje a la calle, en un ámbito muy urbano. Y en esto se parece al periodismo: en la redacción no ocurre nada, las historias están en la calle. La relación entre novela negra y periodismo reside en la actitud de salir fuera”. Ha aludido a que en obras clásicas como “Lazarillo de Tormes” o “El Quijote” ya ocurría algo parecido: Cervantes saca a su protagonista y lo pone en el camino, donde le van sucediendo cosas. Quizá los teóricos de la literatura puedan buscar ahí huellas que seguir.
El escritor considera que desde Hammett y Chandler, “en la novela negra no hay derecho de admisión. Los requisitos serían, que esté bien escrita y que el personaje esté en la calle”. Y no sólo el personaje, sino también el escritor debería dejarse contagiar por lo que ocurre, por la realidad. John Steinbeck con “Las uvas de la ira” sería un buen ejemplo de cómo un escritor con talento llega a un conocimiento profundo de lo que quiere contar gracias a compartir su tiempo con quienes serán sus protagonistas.
Cuando Jiménez Barca decidió escribir su novela, se planteó dos deseos: que fuera de género y que transcurriera en su barrio, para de alguna manera volver al territorio de su adolescencia y devolver algo de lo que “esa zona viva de la ciudad” te ha dado. La elección del género se basó en las ventajas que puede aportar contar con un armazón previo, definido, para construir la narración. “Mi modelo literario es Juan Marsé. Elegí el género primero porque me encanta, leo muchísima novela negra, pero también porque tenía miedo de que la novela quedara amorfa, que los personajes no fueran a ningún sitio. Ese andamiaje me permitió, en sucesivos procesos de escritura, encontrar lo que quería: colocar gente normal en casos extraordinarios y que la vida del protagonista fuera construida por las voces de sus amigos”.
Capaz de encontrar historias y contarlas con pasión tanto en maratones populares como en sucesos como el 11-M, la escritura de Antonio Jiménez Barca está viva en el suplemento “Domingo” de “El País”, mientras se espera su nueva novela.
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