16 febrero 2008

Intervención de Alicia Giménez Bartlett en el Homenaje a P.D. James , Premio Carvalho 2008


Seguro que quien acuñó por primera vez el término “dama del crimen” estaba pensando en la escritora británica P.D. James. Al menos es su nombre y su rostro lo que se representa primero en la mente de muchos al oír semejante definición. Nadie como ella encarna los valores de elegancia y sutileza tanto en su obra como en la vida real.

Sin necesidad de una obra dilatadísima o de kilométricas sagas, con no demasiados títulos en realidad, esta autora ha creado un universo propio que recoge la mejor tradición de la novela británica. Clásica en sus planteamientos, los valores estilísticos que se encuentran en sus libros son innegables. Yo destacaría unos cuantos, los que a mí más me llaman la atención como lectora. En primer lugar, la minuciosidad de su prosa, que convierte cada detalle, cada descripción, en un cuadro vivo donde la acción se enmarca y cobra verosimilitud. También me gusta el ritmo pausado y exacto del relato, que otorga a cada cosa su tiempo, sin saltos en el vacío ni efectismos. Es notable su elegancia en el tratamiento de los temas criminales, que no la hacen caer jamás en ninguna suerte de morbosidad gratuita por muy terrible que sea lo narrado, que en muchas ocasiones, lo es. Y por supuesto el humor, ese humor sutilísimo que se expresa a veces en una sola frase, en una pequeña inflexión.

Si hablamos de sus personajes hay que señalar que hasta los claramente secundarios cuentan con un creíble retrato, y en conjunto, forman un fresco certero de lo que es la sociedad inglesa. Pero centrémonos en los protagonistas principales para citar a Adam Dalgleish, ese policía viudo, poeta, exquisito y bien educado, que en su sofisticación es el polo opuesto a cualquiera de los destartalados detectives hard boiled de la novela americana. Y a Cordelia Gray, la intrépida detective privada llena de responsabilidades que consigue llevar a término sus peligrosas misiones sin alterar su carácter decidido e independiente.

En fin, La literatura de James rebosa sabiduría e interés, pero sobre todo y por encima de todo…elegancia. Quizá esa misma elegancia es la que le impide ir a fondo en sus memorias sobre temas tremendamente dolorosos, como la enfermedad mental de su esposo, y nos deja con la sensación de que hubiéramos querido saber más sobre sus vivencias personales. Pero no, la señora James, como buena inglesa, es pudorosa y un punto distante. Aunque les ruego que no interpreten lo que digo en un tono crítico negativo. Puedo atestiguar que la dama no es distante porque la conocí. Estuvo en Barcelona en el año 2001 y yo era su “presentadora oficial” . Fueron solo dos días, pero muy intensos: hablamos de sus memorias en un acto el Instituto británico, fuimos a la Universidad, comimos, cenamos y volvimos a comer, nos entrevistaron en TV 3… Lo cierto era que la dama estaba siempre encantadora y siempre entera; a pesar de su edad no parecía cansarse nunca. Era prácticamente perfecta en su moderación. Lo cual, llegado un punto, llegó a resultarme excesivo. Los que me han tratado saben bien que una de mis características esenciales es lo mucho que me gusta hacer el ganso. Bromeo, juego con el sentido del humor y adoro cargarme la solemnidad de las situaciones diciendo mil y una chorradas. Pues bien, ahí estaba el punto flaco de P.D. James. La primera vez que me atreví a romper el hielo con alguna bobada que no recuerdo, comprobé que la dama bajaba levemente la cabeza, entornaba los ojos y se ponía a emitir un cloqueo apagado y constante con tonos de vocales inglesas que no era otra cosa más que su pudorosa risa. Y bueno, a partir de ese momento nuestra mini gira se animó. Yo le decía que quería que el Rey me diera un título nobiliario como había hecho la reina Isabel con ella, le aseguraba que la llamaría Phyllis Dorothy (P.D) cuando entráramos en directo en televisión y fui justamente allí en el plató cuando, tras un cloqueo especialmente largo e intenso, me dijo: “¡Basta, Alicia. Si se me estropea el maquillaje que me han puesto por culpa de la risa, te daré un puñetazo en la nariz!”. Me encantó. Por una vez se había permitido una inconveniencia que no era sino un signo de amistad. Phyllis Dorothy James se halla hoy convaleciente de una operación. Estoy convencida de que, de no ser así, se encontraría entre nosotros recogiendo su premio Carvalho y disfrutando de esta ocasión.

Ojalá que llegue hasta ella el calor de nuestro homenaje a su elegancia como escritora y como mujer.


Alicia Giménez Bartlett



No hay comentarios: