La ciudad se ha reivindicado como escenario de novela negra con la celebración estos días de una semana internacional dedicada al género.
DANIEL VAZQUEZ SALLES
BARCELONA , El Periódico, domingo 10 de febrero
Qué es lo que hace que una ciudad se convierta en protagonista habitual de novelas negras ¿Sus putas?¿Sus chulos? ¿Sus maderos? ¿Las entrañas de sus calles? ¿Una predisposición a la corrupción, a la extorsión o al asesinato? ¿Una tendencia a la autodestrucción?. Frente a estas razones, un sinfín de ciudades han presentado candidatura a los mejores claroscuros en los que desarrollar tramas de vicio y corrupción, pero, tras el riguroso casting, son pocas las que han logrado que de su asfalto haya florecido un ramillete de escritores dispuestos a convertir a sus detectives de ficción en el mejor de los antídotos de la urbe purulenta. Las ciudades son la suma de minúsculas ciudades, débil equilibrio capaz de hacerse añicos con un ¡Aleluya! ¡Los negros novelistas han hecho de Barcelona la antítesis de Suiza! simple sueño roto. De estas polis con el sueño quebrado, son las portuarias, esas que históricamente han vivido de piernas abiertas, las que emanan el hedor más seductor para cacos, maleantes y otras gentes de bien. El Mediterráneo no es tan azul como parece; Barcelona no es tan fashion como la venden. Cualquier fabulador de intrigas policiales o detectivescas criado en Barcelona, en esa Barcelona ojerosa de los 50 o 60 anegada de marines americanos con las braguetas cargadas de prostitutas, dirá que su interés por el género viene de sus lecturas tempranas de las obras de Chandler o Hammett, interés heredado, a la vez, de la películas en blanco y negro interpretadas por Humphrey Bogart y compañía. Que las experiencias juveniles, sean un tesoro o un estercolero, acompañan de por vida es cierto, pero a estas influencias heredadas del otro lado del Atlántico tenemos que añadirle cuatro características de Barcelona. La primera, ya dicha, es su condición de ciudad con puerto y, por lo tanto, su condición de mestiza. La segunda es la losa del franquismo y el papel que tuvo la novela negra como terapia ideológica. La tercera, más autóctona, es su gran permeabilidad a las corrientes europeas, y en especial, las francesas. Sin Simenon y el comisario Maigret, la novela negra barcelonesa no tendría el costumbrismo que la ha hecho reconocible en el extranjero. Y la última y emblema intransferible de la urbe trasnochada y caótica es esa isla urbana y laberíntica llamada barrio del Raval. Conocido popularmente como Barrio Chino o el Chino, esa jaula arquitectónica ha sido y es un manantial inagotable de historias de policías, pólvora y violencia. Un poder sólo al alcance de un barrio de derrotados históricos. Lo tuvo en la posguerra y lo tiene ahora con los flujos migratorios arribados de las calderas planetarias. Es difícil saber si fue antes Barcelona o sus escritores. Sin gente que cuente las depresiones de una metrópoli, esta no existiría. Y si no, solo hace falta comprobar la definición de Wikipedia de ciudad: «Entidad urbana con alta densidad de población en la que predominan fundamentalmente la industria y los servicios», para darse cuenta de que sin la labor de los magos del verbo estas estarían tan muertas y desalmadas que no darían pie ni al más pulcro de los crímenes por compasión. Gritemos entonces: ¡Aleluya! ¡Los negros novelistas han hecho de Barcelona la antítesis de Suiza! Tantas veces maltratados por ciertos gurús culturales, les debemos a ellos una parte del conocimiento que se tiene en el extranjero de las Barcelonas anfetamínicas. Francisco González Ledesma, creador del detective Ricardo Méndez; Manuel Vázquez Montalbán, padre, hermano o hijo del detective Pepe Carvalho; Andreu Martín, fabulista de duras mujeres pelopaja y junto a Jaume Ribera inventor del joven detective Flanagan; Alicia Giménez-Bartlett, primera dama del género gracias a su inspectora Petra Delicado; Xavier Moret, escritor viajero que huye en busca de paraísos y que vuelve de vez en cuando con su detective alternativo Max Riera. Abiertos a nuevas adopciones, esos cinco nombres son los viejos roqueros de la novela negra con sello Barcelona junto a Jaume Fuster y Manuel de Pedrolo. Dijo el griego Márkaris que la novela negra mediterránea construye su identidad en torno a la gastronomía. Puede que la picada que liga a los diferentes escritores repartidos por el Mare Nostrum sea la gastronomía, pero en la novela negra barcelonesa conviven otros elementos de igual importancia. González Ledesma destaca el carácter social. Martín, el carácter analítico. Manuel Vázquez Montalbán estaría de acuerdo con los dos aunque añadiría los términos moral y sentimental para acabar de determinarla. Ahora, tras múltiples divorcios e intentos de asesinato, Barcelona y la novela negra. El costumbrismo, el barrio Chino, el franquismo y el puerto componen la 'marca BCN' La génesis de la reconciliación se encuentra en la librería Negra y Criminal novela negra viven un idílico matrimonio. Sin rencor pero sin amnesias, las dos se lo merecen, sin olvidar que el divorcio exprés está a la vuelta de la esquina y que los escritores del género pueden volver a ser desterrados al cuarto oscuro como ocurrió en el pasado, cuando debieron triunfar en tierras bárbaras antes de volver como hijos pródigos a la madre ciudad. Esta felicidad conyugal se ha sellado con la creación de una semana dedicada a la novela negra internacional. «Más vale tarde que nunca», como dijo un detective cuando le trajeron el burbon. Y por si alguien quiere indagar una de las génesis del milagro, que busque en las callejuelas de la Barceloneta, barrio amarrado a Barcelona. Allí encontrará uno de los mejores templos del género: la librería Negra y Criminal. Paco Camarasa, valenciano con aspecto de despistado rastreador de crímenes ya resueltos, es el dueño junto a Montse Clavé. En ese lugar de peregrinación de escritores y lectores barceloneses o adoptados, se mata mucho y bien, que es una manera como otra de posar guapa Barcelona.
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