20 años después Scott Turow continúa la adictiva intriga legal de 'Presunto inocente', de la que vendió 25 millones de ejemplares
ANNA ABELLA / ALBERT BERTRAN Si no leyeron la novela seguro que recordarán la escena de la película de Alan J. Pakula, con un Harrison Ford en el papel del fiscal Rusty Sabich mirando un martillo ensangrentado tras ser juzgado por el asesinato de su amante Carolyn Polhemus. El éxito de Presunto inocente (Debolsillo), de 1987, fue un hito de la intriga legal. Ahora un Rusty que con 20 años más sufre la crisis de los 60 vuelve a ser infiel a su mujer, que aparece muerta en la cama, y se enfrenta a otra acusación del fiscal Tommy Molto en Inocente (Mondadori), un thriller tan impecable y brillante como el aspecto con el que su autor, el abogado y escritor Scott Turow encara la entrevista: traje, camisa azul, corbata amarilla y pañuelo a juego.
-Ha desafiado lo de segundas partes nunca fueron buenas. ¿Por qué una secuela tantos años después?
-Primero debería explicar por qué no la escribí antes. Cuando salió Presunto inocente había un clamor general para que hiciera la segunda parte pero tenía dos temores. Si escribía otro libro sobre Rusty Sabich y tenía éxito el público no me dejaría escribir de nada más. El otro miedo es por ese dicho de Heráclito, que no debes meterte en el mismo río dos veces. Pero de repente tuve ganas de hacerlo.
-¿De dónde surgió la idea?
-Tenía un post-it en mi despacho donde había escrito: hay un hombre sentado en una cama, en la que yace el cuerpo sin vida de una mujer. Un día me di cuenta de que él era Rusty, y ella, su esposa. Y me pregunté ¿qué hacen juntos? ¿Es un reencuentro amoroso o habían seguido casados? Y supe de qué iba a escribir: de cómo las personas se autoengañan negándose a hacer cambios en su vida.
-Esa imagen del hombre y la mujer, con la que empieza el libro, recuerda a un cuadro de Edward Hooper.
-Sí, tiene que ver con una pintura suya. Estaba en Turín con mi compañera Nina y ojeábamos un libro de Hooper donde seguro que había ese cuadro, y aunque seguro que tuve que verlo no lo recuerdo. Mi imaginación debió cambiar luego a la mujer de dormida a muerta.
-A Rusty no le ha ido muy bien.
-Desgraciadamente para él tiene un enfoque muy difícil de la felicidad. Dice: 'tengo una relación pacífica pero no plena, tengo todo el éxito profesional que he querido y un hijo al que quiero pero no soy feliz'.
-¿Nunca es tarde para cambiar de rumbo, divorciarse, tener hijos a los 60, salir con una mujer más joven...?
-Ajá, sí. Yo mismo me he divorciado, he empezado nuevas relaciones y tengo una que creo que está muy bien. Y conozco a bastantes hombres de mi edad que han pasado por la misma transición y todos tienen el mismo punto de vista: 'me quedan aún unos cuantos buenos años y tengo que intentar aún ser feliz'.
-¿El mundo judicial en Estados Unidos es un espectáculo?
-Tenemos una cadena de TV que solo transmite juicios. Es como ver un culebrón. Y los abogados y algunos jueces se convierten en estrellas, aunque es en detrimento suyo. Sí, la sala del tribunal es a veces como un circo. He visto cómo la presencia de cámaras embrolla y enmaraña los juicios porque los abogados actúan y se pavonean para la cámara.
-¿Un ejemplo?
-El ejemplo más famoso de cómo esto puede alterar un juicio es el juez del caso O.J. Simpson, que hasta entonces era conocido y respetado y se convirtió en un personaje teatral y acabó perdiendo el juicio.
-Leído lo leído, ¿se cierra muchos tratos y se toman muchas decisiones legales en los urinarios?
-Sin duda. Podría contar cuántas veces yo mismo he tenido conversaciones como la de Rusty, que lo primero que hace al entrar en el baño es mirar bajo las puertas por si hay alguien. No se me habría ocurrido si no formara parte de mi experiencia. Es algo habitual porque es el lugar más privado. En el pasillo te ven los periodistas, el jurado... Cuando era fiscal se hacía más en casos de corrupción, y también allí se hacían los sobornos.
ANNA ABELLA / ALBERT BERTRAN Si no leyeron la novela seguro que recordarán la escena de la película de Alan J. Pakula, con un Harrison Ford en el papel del fiscal Rusty Sabich mirando un martillo ensangrentado tras ser juzgado por el asesinato de su amante Carolyn Polhemus. El éxito de Presunto inocente (Debolsillo), de 1987, fue un hito de la intriga legal. Ahora un Rusty que con 20 años más sufre la crisis de los 60 vuelve a ser infiel a su mujer, que aparece muerta en la cama, y se enfrenta a otra acusación del fiscal Tommy Molto en Inocente (Mondadori), un thriller tan impecable y brillante como el aspecto con el que su autor, el abogado y escritor Scott Turow encara la entrevista: traje, camisa azul, corbata amarilla y pañuelo a juego.
-Ha desafiado lo de segundas partes nunca fueron buenas. ¿Por qué una secuela tantos años después?
-Primero debería explicar por qué no la escribí antes. Cuando salió Presunto inocente había un clamor general para que hiciera la segunda parte pero tenía dos temores. Si escribía otro libro sobre Rusty Sabich y tenía éxito el público no me dejaría escribir de nada más. El otro miedo es por ese dicho de Heráclito, que no debes meterte en el mismo río dos veces. Pero de repente tuve ganas de hacerlo.
-¿De dónde surgió la idea?
-Tenía un post-it en mi despacho donde había escrito: hay un hombre sentado en una cama, en la que yace el cuerpo sin vida de una mujer. Un día me di cuenta de que él era Rusty, y ella, su esposa. Y me pregunté ¿qué hacen juntos? ¿Es un reencuentro amoroso o habían seguido casados? Y supe de qué iba a escribir: de cómo las personas se autoengañan negándose a hacer cambios en su vida.
-Esa imagen del hombre y la mujer, con la que empieza el libro, recuerda a un cuadro de Edward Hooper.
-Sí, tiene que ver con una pintura suya. Estaba en Turín con mi compañera Nina y ojeábamos un libro de Hooper donde seguro que había ese cuadro, y aunque seguro que tuve que verlo no lo recuerdo. Mi imaginación debió cambiar luego a la mujer de dormida a muerta.
-A Rusty no le ha ido muy bien.
-Desgraciadamente para él tiene un enfoque muy difícil de la felicidad. Dice: 'tengo una relación pacífica pero no plena, tengo todo el éxito profesional que he querido y un hijo al que quiero pero no soy feliz'.
-¿Nunca es tarde para cambiar de rumbo, divorciarse, tener hijos a los 60, salir con una mujer más joven...?
-Ajá, sí. Yo mismo me he divorciado, he empezado nuevas relaciones y tengo una que creo que está muy bien. Y conozco a bastantes hombres de mi edad que han pasado por la misma transición y todos tienen el mismo punto de vista: 'me quedan aún unos cuantos buenos años y tengo que intentar aún ser feliz'.
-¿El mundo judicial en Estados Unidos es un espectáculo?
-Tenemos una cadena de TV que solo transmite juicios. Es como ver un culebrón. Y los abogados y algunos jueces se convierten en estrellas, aunque es en detrimento suyo. Sí, la sala del tribunal es a veces como un circo. He visto cómo la presencia de cámaras embrolla y enmaraña los juicios porque los abogados actúan y se pavonean para la cámara.
-¿Un ejemplo?
-El ejemplo más famoso de cómo esto puede alterar un juicio es el juez del caso O.J. Simpson, que hasta entonces era conocido y respetado y se convirtió en un personaje teatral y acabó perdiendo el juicio.
-Leído lo leído, ¿se cierra muchos tratos y se toman muchas decisiones legales en los urinarios?
-Sin duda. Podría contar cuántas veces yo mismo he tenido conversaciones como la de Rusty, que lo primero que hace al entrar en el baño es mirar bajo las puertas por si hay alguien. No se me habría ocurrido si no formara parte de mi experiencia. Es algo habitual porque es el lugar más privado. En el pasillo te ven los periodistas, el jurado... Cuando era fiscal se hacía más en casos de corrupción, y también allí se hacían los sobornos.
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