Un químico con un cáncer terminal fabrica droga para dejar dinero a su familia
Destaca por lo que cuenta, por cómo lo cuenta y por el sentido que adquiere
La historia de la serie de televisión suena improbable, pero funciona
Lorenzo Silva
Es un criterio, como cualquier otro, discutible. Pero cuando a uno le ocurre lo que una vez le oí describir certeramente a Antonio Muñoz Molina, tirarse toda la tarde tirado en el sofá empalmando capítulos y con conciencia de estar dilapidando la propia vida, es que esa serie de televisión tiene algo.
Es lo que a este modesto comentarista le ha sucedido viendo 'Breaking Bad', la serie urdida por Vince Gilligan y que la cadena AMC ha producido hasta la fecha en tres temporadas, la primera en 2008 y la tercera y por ahora última en 2010.
Es una serie que arranca de forma notable, con un capítulo piloto no por casualidad premiado en los Emmy. Su recurso más llamativo, que se repite a lo largo de la serie, es uno de esos apestados insignes de la narración audiovisual, el 'flashforward', una técnica a la que se recurre poco porque abundan los espectadores que lisa y llanamente no la entienden y no se enteran.
En 'Breaking Bad' el 'flashforward' acaba siendo algo así como una marca de la casa, y aunque en alguna ocasión se lo lleva hasta extremos un poco abusivos y hasta tramposos (véase la segunda temporada) en general está excelentemente resuelto, no resulta nada confuso y unido a una fotografía y unos movimientos de cámara bastante originales, proporciona la experiencia de estar viendo algo de veras nuevo en televisión; sensación que tiene además cierto componente adictivo. Esto ya es un motivo para recomendarla, pero es que hay mucho más.
En lo que brilla 'Breaking Bad' es en lo que cuenta, cómo lo cuenta y, sobre todo, el sentido que acaba adquiriendo esta curiosa historia.
Cáncer y metanfetamina
Resumiendo mucho, la serie narra la historia de Walt, un profesor de Química, antaño investigador (frustrado), al que le diagnostican un cáncer terminal. En esa peliaguda tesitura, y en combinación con Jesse, un ex alumno desastroso que se ha convertido en camello, decide empezar a 'cocinar' metanfetamina a partir de fármacos (y en concreto, de la pseudoefedrina contenida en ellos).
Contando con Jesse como pinche y comercializador, Walt espera juntar así algún dinero para no dejar desamparada a su familia: su mujer, su hijo discapacitado y una niña que está en camino.
La historia suena improbable, pero el cuento funciona: el guionista y director y sus actores, todos ellos muy solventes, nos convencen. Empezando por Bryan Cranston, el actor que encarna a Walt, y que tiene un momento antológico cuando en el pluriempleo que se ha buscado en un lavacoches debe limpiarle el buga a uno de sus alumnos más imbéciles.
Hay que reconocer que la historia no conquista del todo al principio. En esa primera temporada, además truncada por la huelga de guionistas de Hollywood de 2008 (que dejó en 7 los 13 capítulos previstos) apenas si llegamos a captar el turbio atractivo del elenco de personajes (que completa Hank, cuñado de Walt y agente de la DEA) y la fuerza visual del paisaje de Nuevo Méjico donde se desarrolla la acción, al otro lado de esa frontera tras la que alienta el ilimitado horror del narco mexicano.
Pero a partir de la segunda temporada, y sobre todo en la tercera (memorable su soberbio arranque, con los dos asesinos mexicanos reptando hacia el santuario al que van a pedir ayuda para ejecutar a Walt), uno se engancha sin remedio a lo que empieza a comprender como una metáfora poderosa sobre las raíces del mal. Poco a poco, todo se va al carajo en la vida de nuestro dudoso héroe. No sólo lo buscan para matarlo dos individuos que aterrorizan con su sola mirada, sino que su mujer lo deja y se lía con otro, y todo esto mientras él disfruta de las delicias de la quimioterapia.
En ese punto, Walt decide volverse malo de verdad, y va a saco. En vez de hacer un poco de metanfetamina reciclando fármacos, empieza a producir kilos y kilos, a partir de los componentes básicos, que sabe cómo tratar gracias a sus destrezas de químico. Inunda el mercado con una metanfetamina de pureza extrema, empieza a ganar pasta a lo grande y a mezclarse con desalmados entre los que apenas desentona.
Y todo en compañía de Jesse, ese alumno calamitoso al que antaño despreciara, y con el que empieza a sentir la solidaridad del delito, tras descubrir a su lado el malo que lleva, como todos, dentro de sí. Junto a él acaba formando una quijotesca pareja, repleta de humor y paradojas y no exenta de ternura. Ver 'Breaking Bad' es una buena forma de comprender por qué jamás nos libraremos del crimen. Lo llevamos dentro.
http://www.elmundo.es/elmundo/2010/11/17/novelanegra/1290005327.html
Destaca por lo que cuenta, por cómo lo cuenta y por el sentido que adquiere
La historia de la serie de televisión suena improbable, pero funciona
Lorenzo Silva
Es un criterio, como cualquier otro, discutible. Pero cuando a uno le ocurre lo que una vez le oí describir certeramente a Antonio Muñoz Molina, tirarse toda la tarde tirado en el sofá empalmando capítulos y con conciencia de estar dilapidando la propia vida, es que esa serie de televisión tiene algo.
Es lo que a este modesto comentarista le ha sucedido viendo 'Breaking Bad', la serie urdida por Vince Gilligan y que la cadena AMC ha producido hasta la fecha en tres temporadas, la primera en 2008 y la tercera y por ahora última en 2010.
Es una serie que arranca de forma notable, con un capítulo piloto no por casualidad premiado en los Emmy. Su recurso más llamativo, que se repite a lo largo de la serie, es uno de esos apestados insignes de la narración audiovisual, el 'flashforward', una técnica a la que se recurre poco porque abundan los espectadores que lisa y llanamente no la entienden y no se enteran.
En 'Breaking Bad' el 'flashforward' acaba siendo algo así como una marca de la casa, y aunque en alguna ocasión se lo lleva hasta extremos un poco abusivos y hasta tramposos (véase la segunda temporada) en general está excelentemente resuelto, no resulta nada confuso y unido a una fotografía y unos movimientos de cámara bastante originales, proporciona la experiencia de estar viendo algo de veras nuevo en televisión; sensación que tiene además cierto componente adictivo. Esto ya es un motivo para recomendarla, pero es que hay mucho más.
En lo que brilla 'Breaking Bad' es en lo que cuenta, cómo lo cuenta y, sobre todo, el sentido que acaba adquiriendo esta curiosa historia.
Cáncer y metanfetamina
Resumiendo mucho, la serie narra la historia de Walt, un profesor de Química, antaño investigador (frustrado), al que le diagnostican un cáncer terminal. En esa peliaguda tesitura, y en combinación con Jesse, un ex alumno desastroso que se ha convertido en camello, decide empezar a 'cocinar' metanfetamina a partir de fármacos (y en concreto, de la pseudoefedrina contenida en ellos).
Contando con Jesse como pinche y comercializador, Walt espera juntar así algún dinero para no dejar desamparada a su familia: su mujer, su hijo discapacitado y una niña que está en camino.
La historia suena improbable, pero el cuento funciona: el guionista y director y sus actores, todos ellos muy solventes, nos convencen. Empezando por Bryan Cranston, el actor que encarna a Walt, y que tiene un momento antológico cuando en el pluriempleo que se ha buscado en un lavacoches debe limpiarle el buga a uno de sus alumnos más imbéciles.
Hay que reconocer que la historia no conquista del todo al principio. En esa primera temporada, además truncada por la huelga de guionistas de Hollywood de 2008 (que dejó en 7 los 13 capítulos previstos) apenas si llegamos a captar el turbio atractivo del elenco de personajes (que completa Hank, cuñado de Walt y agente de la DEA) y la fuerza visual del paisaje de Nuevo Méjico donde se desarrolla la acción, al otro lado de esa frontera tras la que alienta el ilimitado horror del narco mexicano.
Pero a partir de la segunda temporada, y sobre todo en la tercera (memorable su soberbio arranque, con los dos asesinos mexicanos reptando hacia el santuario al que van a pedir ayuda para ejecutar a Walt), uno se engancha sin remedio a lo que empieza a comprender como una metáfora poderosa sobre las raíces del mal. Poco a poco, todo se va al carajo en la vida de nuestro dudoso héroe. No sólo lo buscan para matarlo dos individuos que aterrorizan con su sola mirada, sino que su mujer lo deja y se lía con otro, y todo esto mientras él disfruta de las delicias de la quimioterapia.
En ese punto, Walt decide volverse malo de verdad, y va a saco. En vez de hacer un poco de metanfetamina reciclando fármacos, empieza a producir kilos y kilos, a partir de los componentes básicos, que sabe cómo tratar gracias a sus destrezas de químico. Inunda el mercado con una metanfetamina de pureza extrema, empieza a ganar pasta a lo grande y a mezclarse con desalmados entre los que apenas desentona.
Y todo en compañía de Jesse, ese alumno calamitoso al que antaño despreciara, y con el que empieza a sentir la solidaridad del delito, tras descubrir a su lado el malo que lleva, como todos, dentro de sí. Junto a él acaba formando una quijotesca pareja, repleta de humor y paradojas y no exenta de ternura. Ver 'Breaking Bad' es una buena forma de comprender por qué jamás nos libraremos del crimen. Lo llevamos dentro.
http://www.elmundo.es/elmundo/2010/11/17/novelanegra/1290005327.html
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