30 julio 2008

Tan negro como su conciencia: el género policiaco en México


Por Yassir Zárate Méndez Foto: Malchico


La Torre de Papel


¿Se hará justicia?
El género policiaco no ha podido aclimatarse en México debido a un factor decisivo: la ausencia de un sistema judicial confiable. Si bien los jueces franceses, gringos e ingleses, por hablar de tres países donde la literatura policiaca ha tenido mayor éxito, no son infalibles, al menos hay una mayor confianza entre la ciudadanía al momento de esperar un fallo de la justicia.
En México no ocurre así, y para muestra unas cuantas sentencias: el caso de los ejidatarios de Atenco, el fallo contra las impugnaciones por el fraude del 2 de julio de 2006, la indiferencia hacia la tragedia ocurrida en la mina en Pasta de Conchos, y así da para un larguísimo etcétera. Tan largo como la historia del país.
Ante esta perspectiva sólo queda la opción de hacer justicia por propia mano. Así, se anula cualquier esperanza de tener una respuesta favorable por parte de la autoridad.
Habitualmente, la trama de un relato policiaco, sea cuento o novela, se apoya
en la posibilidad de restaurar el equilibrio roto por el delincuente aplicándole a éste un castigo, que va desde la reclusión en la cárcel hasta la ejecución.
Quebrada esta expectativa, se rompe la ilusión del relato policiaco. De qué serviría detener a un asesino o a un pedófilo, si podría salir de la cárcel porque cuenta con amigos entre los jueces. O porque el agente del ministerio público es bastante flexible si se le sabe untar la mano.
Sin embargo, existe un puñadito de escritores mexicanos que han incursionado en el género, con mayor o menor fortuna. Entre ellos destacan Rafael Bernal, Antonio Helú, María Elvira Bermúdez y Paco Ignacio Taibo II; de forma esporádica lo han hecho Vicente Leñero, Enrique Serna y Fernando del Paso, aunque estos tres autores escribieron sus relatos como un divertimento, que en los tres casos resultó curiosamente muy disfrutable y memorable
Rafael Bernal es una suerte de decano del género en México. Su Complot mongol es una continua referencia para entender las desventuras de la novela negra en nuestra literatura.
En cambio, Paco Ignacio Taibo II se ha convertido en un maquilador de historias policiacas. Su héroe, Héctor Belascoarán Shayne, un auténtico out-of-law, nada a contracorriente del sistema judicial mexicano. Sin embargo, PIT II cayó en una fórmula repetitiva, plagiando sus propios argumentos. Salvo Días de combate, con la cual inició la saga del detective privado, mitad euskera, mitad irlandés, el resto de la serie de novelas es monótono, y por lo tanto previsible.
Dos casos particulares los representan El miedo a los animales, de Enrique Serna, y la magistral Linda 67, de Fernando del Paso. La de Serna es una dura crítica al sistema policiaco mexicano de finales del priato (que no ha cambiado mucho en los últimos años, por obra y gracia del gerente de Coca-Cola metido a presidente de la República). Al mismo tiempo, Serna enfoca sus baterías contra el establishment intelectual mexicano.
Aún recuerdo el reclamo que me hizo Christopher Domínguez Michael en un encuentro de escritores de la revista Tierra Adentro, cuando recomendé la novela de Serna porque da cuenta de las triquiñuelas cometidas en el medio “cultural” mexicano para obtener premios, becas o publicaciones.
Es tan sencillo como hacerte amigo de un escritor incrustado en el sistema, invitarlo varias veces a tu pueblo y luego esperar a que te dé una beca o un premio, como ya ocurrido hasta en estas tierras flacas.
Un caso excepcional es el de Linda 67. Por principio, y para hacer válida la premisa de castigar al delincuente, del Paso ambienta la novela en San Francisco, California, principalmente, aunque no se desliga completamente del país.
El protagonista, David Sorensen, es mexicano aunque de raíces danesas, con lo cual puede camuflarse en la racista sociedad gringa. El relato es una delicia por la aguda capacidad de observación desplegada por el autor, pero también por la mezcla de distintos mundos. Va del homeless oportunista a los young uppers que aún pululan en las medias y altas esferas económicas y sociales.
A todo eso se suma la exquisitez de la buena cocina y un auténtico catálogo de autos, perfumes y ropa de diseñador, todo amarrado por una trama sólida e inteligente, requisito indispensable en cualquier relato policiaco. Para quienes por culpa de nuestra neurosis simpatizamos con las causas de los antihéroes, es una lástima acudir al destino de Sorensen.
Hace un tiempo fue editado el libro Los misterios de La Ópera, colección de cuentos firmados con el seudónimo Emmanuel Matta. Producto de la mercadotecnia con la que ahora las editoriales manejan el negocio, el libro es más un homenaje a los clásicos del género (Ágata Christie, Edgar Allan Poe) que un texto con aliento propio. Peca de sangre fría. No hay la emoción de los relatos de autores clásicos como Chandler o del cinismo y la euforia producida por las drogas sintéticas, como en las novelas del inglés Nicholas Blincoe (dense una vuelta por la espléndida Acid Casuals.)
Otros autores han intentado con mayor o menor fortuna pegarle al gordo. Bernardo Fernández (BEF) es uno de ellos. Al igual que Juan José Rodríguez, cuya novela Lavandería china es una peculiar experimentación.
Pero no, definitivamente aún falta un buen tramo para afianzar al género policiaco en México. Tan largo como el que nos separa para alcanzar la plena justicia y la democracia.



1 comentario:

Unknown dijo...

¿Por qué tantos barbarismos innecesarios, me pregunto?
¿out-of-law? Se puede decir perfectamente fuera de la ley, forajido, qué se yo.
¿Establishment?
Caray, no pretendo ofender, mi comentario es de buena fe, pero creo que hay que dejar de apuñalar gratuitamente al buen español, tan superior a las lenguas sajonas, sobre todo cuando se hace sin una razón muy bien justificada.