28 julio 2008

Echo Park de Michael Connelly por Juan Ramón Biedma (Premio Hammett 2008)


Que la piedra con la que trata de sellar el pozo negro del pasado es inestable, móvil, precaria, y que los monstruos fétidos surgen desde las profundidades, como una niebla podrida, para filtrarse por los intersticios siempre que el agotado vigía del consciente se permite el lujo de tomarse un descanso para estirar las piernas.

Francis P. Fernández, LA VERSIÓN DEL MINOTAURO



Como los espectros del pasado se le se presentan a Harry Bosh, el más recurrente de los personajes de Michael Connelly, rondan por donde él ronda, comparten su mesa de trabajo, la soledad de su coche, su cama vacía, le enturbian la vida, así se nos aparecen a sus lectores incondicionales las constantes narrativas del autor, como un muestrario de figuras psicoanalíticas con las que podremos estar de acuerdo ideológicamente o no, pero que siempre terminan imponiendo su inevitable carácter adictivo.

Nos encontramos esta vez a Bosh trabajando en la unidad de Casos Abiertos del departamento de policía de Los Ángeles -sí, la misma unidad que da nombre a la serie que emite TVE2, y resulta muy satisfactorio verificar que la literatura conserva intacta una capacidad para la evocación y el rigor a los que la televisión, con todos sus medios, no ha conseguido ni siquiera acercarse-, investiga lo que le mandan pero no deja de remover en algunos de los casos no resueltos a lo largo de su carrera, casos que se han convertido para él en una verdadera obsesión. Y un día recibe una llamada del fiscal, y el presente y el pasado se confunden, y un asesino en serie atrapado hace muy poco tiempo podría haber sido el responsable de la muerte de una chica que Harry Bosh indagó en 1993. Una cosa lleva a la otra, pero hay un precio que pagar ahora por lo que ocurrió trece años atrás, aparecen errores, la necesidad de impartir justicia en un crimen antiguo se convierte en un peligro real que hay que atajar lo antes posible, la malla política de intereses y corrupción que rodea el apaño por el que ha surgido la nueva pista se muestra absolutamente podrida, todo se complica.

Connelly empieza por donde tiene que empezar y termina por el final de la historia, como siempre. Preciso y firme. Prosa tremendamente eficaz en la que las desviaciones, saltos y ramificaciones vendrán dadas por la propia potencia de la narración, nunca por la filigrana gratuita del contador de chismes vacíos y mil veces manoseados. Connelly, fue periodista, es periodista, y en el trasvase a sus novelas ha metabolizado sus trucos de reportero hasta llegar a un personalísimo registro expresivo en el que el estilo viene definido casi únicamente por su carencia.

Y es que lo de Harry Bosh es verdad. Suena a verdad, por excepcional que resulte. Un tío de moral dudosa, capaz de apoyar a un candidato político corrupto con tal de perjudicar a un enemigo personal, partidario de la pena de muerte para el acusado. Ha comenzado una cruzada y todo vale. Un viejo policía dedicado en cuerpo y en lo que le queda de alma a quitar de en medio a los depredadores que se le han cruzado por el camino, él se ve así, un elemento más del ecosistema cumpliendo la función que le ha tocado en suerte, puro Darwin, se diferencia de los otros policías que deberían equilibrar ese sistema de fuerzas en que, frente a la negligencia y a la inmoralidad de los demás, él si se toma en serio a las víctimas, a todas las víctimas; como tras una especie de iniciación Zen, Harry Bosh ha tomado partido, y, a pesar de que sigue siendo lo bastante lúcido para ser consciente de su impotencia frente a las depravadas leyes de la jungla en la que se desenvuelve, está dispuesto a llegar a dónde le lleve su compromiso.
Peor para él.

Bosh ha elegido el camino más peligroso, el de combinar la búsqueda interior con el análisis de los detalles objetivos para conocer las auténticas motivaciones del asesino; cuando carece de la capacidad de profundización que necesita para obtener su perfil, recurre a quién sea que pueda ayudarlo en ese proceso, va a por todas y se encuentra lo que se encuentra. En el tramo final de la novela, Bosh descubre por fin los antecedentes del asesino, que terminan coincidiendo casi exactamente con su propio origen; su éxito es, más que nunca, un premio envenenado.

No termino de ver el artificio a través del cual Connelly construye estas novelas tobogán de las que no te puedes bajar una vez iniciado el recorrido.
Sin duda es un buen narrador, revela un gran conocimiento técnico de los procedimientos -vigilancias, circuitos judiciales y carcelarios.. - que inserta de forma natural en sus novelas; sus historias están impecablemente construidas; con una honestidad en la disposición de materiales, además, que cada vez más autores se muestran incapaces de mantener. Pero aún reconociendo todo esto, no lo veo.
Probablemente el truco esté en que no hay truco.

No creo que en casi dieciséis años de carrera y dieciocho novelas, Connelly nos esté endosando la crónica de las ciudades donde transcurren sus historias, ni un gran fresco político de su época, ni el retrato psicológico de la América de final y principio del nuevo siglo. Michael Connelly nos trae fragmentos de vida, de su falta, de su fin, de las secuelas secuelas que vivir deja en todos nosotros.
Sin más elementos que los que todos apostamos en este juego. Por eso sus peripecias nos resultan tan próximas. Sin más.
Literatura seca, muy seca. Completamente descarnada. Literatura en los huesos. Como una exhumación.



© Juan Ramón Biedma (Premio Hammett 2008)
Febrero-2008

Publicado anteriormente en la revista BETA LIBROS

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