Hace décadas, firmó con seudónimo una docena de libros de género negro, de los que sólo publicó uno. En Sólo un muerto más, el autor retoma un crimen no resuelto en Verdes valles ...
Va como una moto", dirían los jóvenes, y a sus 85 años, Ramiro Pinilla (Bilbao, 1923), bolígrafo en mano, rellena folios con ese ardor e ilusión de joven escritor. No descansa. Después de la singular y ambiciosa trilogía Verdes valles, colinas rojas, una novela de largo aliento a la que dedicó casi veinte años, y de la obra, La higuera (ambas en Tusquets), una aproximación a la memoria histórica, la Guerra Civil, la humillación, y el remordimiento, Pinilla nos sorprende ahora con un cambio de registro, lanzándose al género policiaco. En Sólo un muerto más, el escritor vasco, entre guiños y cierto humor, se adentra en la investigación de un crimen (cometido en 1935), a través de Sancho Bordaberri, un joven librero admirador de Chandler y Hammett, que se convierte en investigador privado. El premio Nacional de Narrativa recibió a EL PAÍS en su viejo caserón de Getxo, que en 1958 bautizó Walden, en honor al escritor anarquista liberal Henry Thoreau.
PREGUNTA. Sólo un muerto más
es una inesperada incursión en la novela negra. ¿A qué se debe esta nueva experiencia?
RESPUESTA. No es exactamente una nueva experiencia, ni tampoco una sorprendente incursión, porque a los veinte años ya escribí una docena de novelas policiacas con seudónimo, de las que sólo se publicó una. Luego lo dejé pensando que el género novelístico normal era más serio, y éste no tanto. Pero siempre me ha gustado y he leído mucha novela policiaca. Ahora, se me ha ocurrido volver a ella.
P. ¿Por qué?
R. Porque en Verdes valles, colinas rojas se da el caso de un crimen que no resuelvo, y que reservo para una novela entera posterior. Este pasado año he tenido ocasión de escribirla.
P. ¿Es como una cuenta pendiente por las novelas negras escritas y no publicadas anteriormente?
R. Exactamente, y por eso la dedico a esa triste, mala y olvidada novela de Romo P. Girca, Misterio de la pensión Florrie, publicada en 1944, y de la que no he podido extraer ni un sola línea, ni una sola frase interesante para mi dedicatoria.
P. En su nuevo libro aparece como protagonista un librero, Sancho Bordaberri, escritor frustrado al que tampoco se le publican sus novelas policiacas por falta de imaginación.
R. Sí, sus novelas son muy malas y un día lo reconoce aludiendo a su falta de imaginación, y por eso se convierte en investigador privado para experimentar una nueva vida que le permita vivir su propia realidad y argumentar sus futuros escritos.
P. Es un guiño o un homenaje a los grandes maestros como Chandler, Hammett o Ambler a los que recurre a menudo su protagonista, incluso cambiándose de nombre para llamarse Samuel Esparta, en recuerdo de Sam Spade, el personaje de Hammett.
R. No pretende serlo, porque el acto de un homenaje debe ser superior, o estar al menos a la misma altura del homenajeado. Es simplemente una novela con la que lo he pasado muy bien al escribirla, aunque me ha costado bastante al tener que cambiar mucho de registro.
P. ¿En qué sentido?
R. Había personajes que se me iban de las manos. En cierto modo, en las otras novelas como Verdes valles... o La higuera actuaba más libremente porque no tenía códigos, y aquí sí.
P. ¿Requiere otra dinámica?
R. Otra dinámica y otras leyes, y si te sales tienes que volver a ellas. Ha sido difícil, y no, como muchos pueden pensar, un descanso del novelista.
P. En La higuera,
denuncia los crímenes franquistas y la represión de la posguerra. En ésta nos volvemos a situar en la misma época.
R. Sí, en el año 1945.
P. Represión y regreso a la memoria histórica.
R. Son acontecimientos puntuales de lo que ocurría en aquella época. No es una novela tan extensamente dedicada a la represión, pero uno de los protagonistas es un falangista que funciona, se mueve, que sabemos lo que hace. En lo sucesivo siempre que escriba sobre esa época franquista, procuraré aportar puntuales anotaciones, o recordatorios. Nunca lo soslayaré. Así, también aparece el miedo en la nueva novela que estoy escribiendo. Ese miedo que existía en las casas, y que transmitían sobre todo las abuelas y madres. "Habla callando que te pueden oír", advertían señalando a los vecinos delatores que se habían quedado con tierras, o simplemente denunciaban para parecer del régimen.
P. Ése es el miedo de entonces, pero tampoco ha desaparecido en nuestra sociedad, aunque tenga otras causas.
R. Por supuesto que no ha desaparecido, y ahí está la tristeza del caso vasco.
P. En La higuera
tenemos a un falangista que mata al maestro y a su hijo, y en ésta aparece otro personaje falangista, matón y poeta, que no deja de ser sorprendente.
R. Si aparece en la novela, es que podía aparecer en la realidad. Es un poeta que quiere ser narrador y aborda al librero para que le enseñe a escribir una novela como él está haciendo.
P. Pero aquí tenemos a dos escritores igualmente frustrados: el librero novelista-investigador y un poeta cursi, propagandista y matón del régimen, que lanza soflamas patrióticas en versos.
R. Pero Samuel, el protagonista, ya no es un fracasado, ya está escribiendo su novela.
P. Sí, ya es otro personaje. Ya no es librero, es investigador privado, y al mismo tiempo escritor. Se produce un diálogo interesante entre ellos sobre la inutilidad de ser poeta y la percepción de la realidad.
R. En cierto modo hay un choque entre el ser poeta, que es, digamos, la autosublimación del yo, y la persona que escribe y narra. En este caso vemos cómo un poeta quiere narrar y no puede. Y es así porque un poeta no puede narrar, incluso las excepciones.
P. ¿Incluso Pablo Neruda o Bertolt Brecht, por dar algún ejemplo?
R. Incluyamos a todos. Al poeta que escribe la narrativa no le va. La esencia suya es la poesía. Un buen poeta no puede escribir una buena novela. Está demasiado metido en su yo, y la novela es impresión, es ponerse en el lugar de los personajes.
P. En la novela afirma que la guerra vino bien al asesino. Que lo tapó todo.
R. Sí, porque ese crimen para el franquismo no significaba nada. Luego vino la guerra, la posguerra, y aquel asesinato de 1935 quedó totalmente minimizado, y olvidado. Era una muerte más, anterior, en medio de tantos asesinatos franquistas.
P. También vuelven a aparecer personajes de Verdes valles, colinas rojas.
R. No es capricho del autor. Es que como el crimen procede de Verdes valles..., tiene que coincidir con ese entorno y sus protagonistas de diez años antes. Hay personajes que tienen relación con los sospechosos o con la víctima, como Roque Altube que es padre de ésta. O vuelve a aparecer el maestro nacionalista Don Manuel, que dice cosas como "los que matan no pueden ser vascos", que era su obsesión y la filosofía de los nacionalistas del PNV y de aquel lehendakari Jesús María Leizaola que ante un crimen de ETA dijo también eso de que no podían ser vascos.
P. ¿Sancho Bordaberri, alias Samuel Esparta,
va a seguir investigando como Philip Marlowe o Sam Spade?
R. Sí señor, va a seguir. En la novela que estoy escribiendo ahora el protagonista también es Samuel Esparta el librero-investigador. Vamos a ver cuánto dura. A mí me gustaría que siga, porque me lo paso muy bien con él. En esta nueva novela trato del maketismo (los de fuera) en Euskadi, en donde un inmigrante es acusado de un crimen y encarcelado. Esta vez le defienden dos chavales vascos, amigos suyos, que contratan a Samuel y le piden ayuda. Tengo la obsesión por haber vivido esa época, y por el desconocimiento que se tiene hoy de todo aquello. Un auténtico genocidio que la gente joven desconoce. Y he puesto un empeño personal para recordarlo, y siempre que pueda meteré caña. En la guerra un bando cometió muchas más barbaridades que el otro. Estas además "legalizadas". Pero dejemos la guerra y vayamos a la posguerra. Siguieron siete años de genocidio sistemático. Eso lo tengo que contar en algún lado. Doscientos mil muertos, y todos con la sentencia firmada por Franco a la hora del café. Eso no se sabe hoy, y por ello cuando vea al juez Garzón le daré un abrazo. ¡Joder! Es que este hombre está empeñado en sacar a la luz aquel genocidio, y no puede. Pero saldrá y se sabrá, porque hay que denunciarlo, recordarlo y hacer justicia con las víctimas.
P. ¿En qué diferencia una policiaca de otra novela?
R. En que en la policiaca el muerto aparece al principio. No ocurrirá en todas, pero sí en casi todas. -
es una inesperada incursión en la novela negra. ¿A qué se debe esta nueva experiencia?
RESPUESTA. No es exactamente una nueva experiencia, ni tampoco una sorprendente incursión, porque a los veinte años ya escribí una docena de novelas policiacas con seudónimo, de las que sólo se publicó una. Luego lo dejé pensando que el género novelístico normal era más serio, y éste no tanto. Pero siempre me ha gustado y he leído mucha novela policiaca. Ahora, se me ha ocurrido volver a ella.
P. ¿Por qué?
R. Porque en Verdes valles, colinas rojas se da el caso de un crimen que no resuelvo, y que reservo para una novela entera posterior. Este pasado año he tenido ocasión de escribirla.
P. ¿Es como una cuenta pendiente por las novelas negras escritas y no publicadas anteriormente?
R. Exactamente, y por eso la dedico a esa triste, mala y olvidada novela de Romo P. Girca, Misterio de la pensión Florrie, publicada en 1944, y de la que no he podido extraer ni un sola línea, ni una sola frase interesante para mi dedicatoria.
P. En su nuevo libro aparece como protagonista un librero, Sancho Bordaberri, escritor frustrado al que tampoco se le publican sus novelas policiacas por falta de imaginación.
R. Sí, sus novelas son muy malas y un día lo reconoce aludiendo a su falta de imaginación, y por eso se convierte en investigador privado para experimentar una nueva vida que le permita vivir su propia realidad y argumentar sus futuros escritos.
P. Es un guiño o un homenaje a los grandes maestros como Chandler, Hammett o Ambler a los que recurre a menudo su protagonista, incluso cambiándose de nombre para llamarse Samuel Esparta, en recuerdo de Sam Spade, el personaje de Hammett.
R. No pretende serlo, porque el acto de un homenaje debe ser superior, o estar al menos a la misma altura del homenajeado. Es simplemente una novela con la que lo he pasado muy bien al escribirla, aunque me ha costado bastante al tener que cambiar mucho de registro.
P. ¿En qué sentido?
R. Había personajes que se me iban de las manos. En cierto modo, en las otras novelas como Verdes valles... o La higuera actuaba más libremente porque no tenía códigos, y aquí sí.
P. ¿Requiere otra dinámica?
R. Otra dinámica y otras leyes, y si te sales tienes que volver a ellas. Ha sido difícil, y no, como muchos pueden pensar, un descanso del novelista.
P. En La higuera,
denuncia los crímenes franquistas y la represión de la posguerra. En ésta nos volvemos a situar en la misma época.
R. Sí, en el año 1945.
P. Represión y regreso a la memoria histórica.
R. Son acontecimientos puntuales de lo que ocurría en aquella época. No es una novela tan extensamente dedicada a la represión, pero uno de los protagonistas es un falangista que funciona, se mueve, que sabemos lo que hace. En lo sucesivo siempre que escriba sobre esa época franquista, procuraré aportar puntuales anotaciones, o recordatorios. Nunca lo soslayaré. Así, también aparece el miedo en la nueva novela que estoy escribiendo. Ese miedo que existía en las casas, y que transmitían sobre todo las abuelas y madres. "Habla callando que te pueden oír", advertían señalando a los vecinos delatores que se habían quedado con tierras, o simplemente denunciaban para parecer del régimen.
P. Ése es el miedo de entonces, pero tampoco ha desaparecido en nuestra sociedad, aunque tenga otras causas.
R. Por supuesto que no ha desaparecido, y ahí está la tristeza del caso vasco.
P. En La higuera
tenemos a un falangista que mata al maestro y a su hijo, y en ésta aparece otro personaje falangista, matón y poeta, que no deja de ser sorprendente.
R. Si aparece en la novela, es que podía aparecer en la realidad. Es un poeta que quiere ser narrador y aborda al librero para que le enseñe a escribir una novela como él está haciendo.
P. Pero aquí tenemos a dos escritores igualmente frustrados: el librero novelista-investigador y un poeta cursi, propagandista y matón del régimen, que lanza soflamas patrióticas en versos.
R. Pero Samuel, el protagonista, ya no es un fracasado, ya está escribiendo su novela.
P. Sí, ya es otro personaje. Ya no es librero, es investigador privado, y al mismo tiempo escritor. Se produce un diálogo interesante entre ellos sobre la inutilidad de ser poeta y la percepción de la realidad.
R. En cierto modo hay un choque entre el ser poeta, que es, digamos, la autosublimación del yo, y la persona que escribe y narra. En este caso vemos cómo un poeta quiere narrar y no puede. Y es así porque un poeta no puede narrar, incluso las excepciones.
P. ¿Incluso Pablo Neruda o Bertolt Brecht, por dar algún ejemplo?
R. Incluyamos a todos. Al poeta que escribe la narrativa no le va. La esencia suya es la poesía. Un buen poeta no puede escribir una buena novela. Está demasiado metido en su yo, y la novela es impresión, es ponerse en el lugar de los personajes.
P. En la novela afirma que la guerra vino bien al asesino. Que lo tapó todo.
R. Sí, porque ese crimen para el franquismo no significaba nada. Luego vino la guerra, la posguerra, y aquel asesinato de 1935 quedó totalmente minimizado, y olvidado. Era una muerte más, anterior, en medio de tantos asesinatos franquistas.
P. También vuelven a aparecer personajes de Verdes valles, colinas rojas.
R. No es capricho del autor. Es que como el crimen procede de Verdes valles..., tiene que coincidir con ese entorno y sus protagonistas de diez años antes. Hay personajes que tienen relación con los sospechosos o con la víctima, como Roque Altube que es padre de ésta. O vuelve a aparecer el maestro nacionalista Don Manuel, que dice cosas como "los que matan no pueden ser vascos", que era su obsesión y la filosofía de los nacionalistas del PNV y de aquel lehendakari Jesús María Leizaola que ante un crimen de ETA dijo también eso de que no podían ser vascos.
P. ¿Sancho Bordaberri, alias Samuel Esparta,
va a seguir investigando como Philip Marlowe o Sam Spade?
R. Sí señor, va a seguir. En la novela que estoy escribiendo ahora el protagonista también es Samuel Esparta el librero-investigador. Vamos a ver cuánto dura. A mí me gustaría que siga, porque me lo paso muy bien con él. En esta nueva novela trato del maketismo (los de fuera) en Euskadi, en donde un inmigrante es acusado de un crimen y encarcelado. Esta vez le defienden dos chavales vascos, amigos suyos, que contratan a Samuel y le piden ayuda. Tengo la obsesión por haber vivido esa época, y por el desconocimiento que se tiene hoy de todo aquello. Un auténtico genocidio que la gente joven desconoce. Y he puesto un empeño personal para recordarlo, y siempre que pueda meteré caña. En la guerra un bando cometió muchas más barbaridades que el otro. Estas además "legalizadas". Pero dejemos la guerra y vayamos a la posguerra. Siguieron siete años de genocidio sistemático. Eso lo tengo que contar en algún lado. Doscientos mil muertos, y todos con la sentencia firmada por Franco a la hora del café. Eso no se sabe hoy, y por ello cuando vea al juez Garzón le daré un abrazo. ¡Joder! Es que este hombre está empeñado en sacar a la luz aquel genocidio, y no puede. Pero saldrá y se sabrá, porque hay que denunciarlo, recordarlo y hacer justicia con las víctimas.
P. ¿En qué diferencia una policiaca de otra novela?
R. En que en la policiaca el muerto aparece al principio. No ocurrirá en todas, pero sí en casi todas. -
Sólo un muerto más. Ramiro Pinilla. Tusquets. Barcelona, 2009. 280 páginas. 19 euros . Se publica la semana próxima, coincidiendo con BCNegra'09 (2 al 7 de febrero).
ANDER LANDABURU
FOTO: Luis Alberto García
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