Considerado como uno de los maestros del género, Michael Connelly, que estuvo ayer en Barcelona, es una de las visitas más importantes de la semana dedicada a la novela policiaca.
Víctor Fernández
El de ayer era un día lluvioso en Barcelona. Los viejos muros del Palau de la Virreina aguardaban la presencia de un seguidor de Raymond Chandler, residente en Los Ángeles y desde hace algún tiempo alejado de su antiguo oficio de periodista de sucesos. Su nombre es Michael Connelly y ayer recogía el Premio Pepe Carvalho, el galardón que se entrega durante la semana dedicada a la novela negra en Barcelona.Connelly llega al encuentro con un nuevo libro bajo el brazo, «El observatorio», publicado por Roca Editorial, entrega número trece de las andanzas de su héroe, el detective de policía Harry Bosch. En esta ocasión, Bosch se ve envuelto en la investigación de un asesinato cometido en las colinas de Hollywood. Lo que en apariencia es un suceso más en Los Ángeles, comienza a tomar otros derroteros cuando se descubre que la víctima, Stanley Kent, tenía acceso a sustancias radioactivas. Es entonces cuando empieza a planear la sombra del terrorismo sobre el crimen.
Contención literaria
El escritor comentó ayer, en una entrevista con LA RAZÓN, que si el terrorismo aparece en su obra es porque «hace unos diez años ese no era un hecho preocupante y común en mi país. Pero a raíz de los atentados de Nueva York y Madrid, nos empezamos a preguntar qué sería lo siguiente. El terrorismo te empuja a no quedarte en temas domésticos para una novela y no seré el primero ni el último en pensar así». En este sentido apuntó que su punto de partida fue un robo real de cesio, ocurrido en un hospital de Estados Unidos en 1998, «aunque en aquella ocasión nadie le dio mucha importancia. Ahora, como dijo un amigo del Servicio Secreto, nadie lo vería como algo banal y sencillo». La implicación en la investigación también le facilitó que «la historia tenga un reflejo social, aparte de referirse a niveles muchos más altos de seguridad que en otras novelas anteriores de la serie. En todo caso, con esta información en sus manos, el escritor debe tener libertad, pero sabiéndola usar. Es bueno que haya cierta contención en lo que trabaja».
Todo ello hace que el escritor se implique más que otras veces en la búsqueda de información. En ello, según Connelly, sigue jugando un papel importante su pasado ya un poco lejano como periodista de sucesos: «Yo me considero todavía un periodista. De hecho, mis libros contienen muchos elementos verbales, apuntando lo escuchado y los gestos que me ayudan a describir escenas o personajes. A partir de contar una historia, uno se implica en preguntar más, y es de ese elemento de que surge la escritura. Lo primero que se hace –y eso los periodistas lo saben muy bien– es ir al punto tal cual me lo contaron», recordó el padre de Harry Bosch.
Y eso bajo un decorado, Los Ángeles, el mismo escenario por el que también han andado los personajes de Chandler o de Ellroy: «Es una ciudad en la que todo puede pasar, pero también es el final del destino andado por muchos porque allí es donde acabas cuando has fracasado en otra urbe. Ese también fue mi caso. Para muchos sigue siendo la fábrica de sueños, pero Los Ángeles es el último lugar al que escaparte. Yo no conozco a nadie que sea originario de allí, a excepción de mi hija». Todo ello lo dibuja Connelly con el jazz como banda sonora: «La música me ayuda a definir los personas porque de una manera extraña te sirve para decir cómo es cada uno», dijo.
Peleas con el FBI
Este es el mundo en el que se mueve el detective de policía Harry Bosch mientras se pelea con el FBI, especialmente con su ex pareja, la agente Rachel Walling. «A Bosch le quedan tres o cuatro novelas. Él se encuentra ahora en la unidad dedicada a homicidios, lo que le da más libertad para los casos vinculados con la actualidad. En la próxima novela entrará en el grupo llamado “Fresh Killers” [Asesinos frescos]», anunció Michael Connelly. Pero, al igual que hicieran Conan Doyle y Agatha Christie con Shelock Holmes y Hercules Poirot, la tentación de matar a su criatura sobrevuela en la cabeza del narrador: «Sí, claro que he pensado en matarlo, pero después de quince libros sería injusto que acabara con él de esa manera. En todo este tiempo ha buscado una luz y la encontrará al final de la serie».
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