Cuentos extraños, tan perturbadores como luminosos, de una de las voces más importantes de la nueva narrativa mexicana.
Pétalos
Guadalupe Nettel
Anagrama
141 páginas
Leer un libro teniendo demasiado en cuenta otra obra del mismo autor puede resultar, a veces, tan problemático como querer mirar, simultáneamente, dos cuadros con un ojo distinto. Brotan con sospechosa evidencia las similitudes entre este nuevo volumen de cuentos de Guadalupe Nettel –una de las mejores voces de la nueva narrativa mexicana– y El huésped (2006), que salió tercera en el XXIII Premio Herralde de Novela. Las semejanzas tienen que ver, más que nada, con la condición freak de sus personajes. Sin embargo, y acá radica el verdadero peligro de igualar los dos trabajos, Pétalos encara ese tema desde una perspectiva muy distinta. Si en El huésped, los exponentes del underground del D.F. eran presentados en su costado más brutal, en estos seis cuentos las patologías y miserias emocionales son enfocadas por Nettel de una manera mucho más sutil y envolvente que, en lugar de recortar un subconjunto de “raros”, parece doblar la apuesta postulando la universalidad de la extrañeza.
A Borges le encantaba reducir toda la vida al instante único en que cada hombre descubre su identidad. En cada uno de estos cuentos puede localizarse, en cambio, el perturbador instante en que los personajes descubren aquello que podrían haber sido o, mejor, lo que jamás se atreverán a ser. Un joven, cuya rutina de fotografiar párpados para las fichas de un cirujano lastima sus pretensiones artísticas, se resigna caprichosamente a perder a “los párpados de su vida”, sinécdoque de una bella extranjera, y una adolescente acomplejada que ve cómo fracasan sus intentos de acceder a La Verdadera Soledad son algunos de los personajes colgados entre la aislante locura y la extendida mediocridad.
Es como si la esquizofrenia de la prosa fluida, naïf y, al mismo tiempo, profunda y escatológica de Nettel, en complicidad con los acontecimientos narrados, le cortara de golpe la energía al halo de los freaks para bajarlos de un hondazo y verlos caer sobre la colchoneta de las clásicas estructuras cuentísticas como gente peligrosamente normal, gente peligrosamente probable. Así, el corazón de Pétalos –título que representa simultáneamente el azar y la vulnerabilidad o, dicho de otro modo, que la seguridad depende un poco de la suerte– es, sin lugar a dudas, “Bonsái”, un extraordinario relato que cuenta la crisis de un matrimonio japonés en términos botánicos, con la participación estelar de un viejo jardinero llamado, sugestivamente, Murakami. Justamente del novelista japonés –resulta ineludible hablar también de Bolaño y Bellatín–, de sus delirios minuciosamente coherentes, de sus personajes llanos y también complejos abrevó Nettel para infundir en quien lea Pétalos una mueca que tendrá algo de sonrisa y algo de preocupación, por no sentirse, acaso, tan distinto de estos personajes.
Por Juan Pablo Bertazza
A Borges le encantaba reducir toda la vida al instante único en que cada hombre descubre su identidad. En cada uno de estos cuentos puede localizarse, en cambio, el perturbador instante en que los personajes descubren aquello que podrían haber sido o, mejor, lo que jamás se atreverán a ser. Un joven, cuya rutina de fotografiar párpados para las fichas de un cirujano lastima sus pretensiones artísticas, se resigna caprichosamente a perder a “los párpados de su vida”, sinécdoque de una bella extranjera, y una adolescente acomplejada que ve cómo fracasan sus intentos de acceder a La Verdadera Soledad son algunos de los personajes colgados entre la aislante locura y la extendida mediocridad.
Es como si la esquizofrenia de la prosa fluida, naïf y, al mismo tiempo, profunda y escatológica de Nettel, en complicidad con los acontecimientos narrados, le cortara de golpe la energía al halo de los freaks para bajarlos de un hondazo y verlos caer sobre la colchoneta de las clásicas estructuras cuentísticas como gente peligrosamente normal, gente peligrosamente probable. Así, el corazón de Pétalos –título que representa simultáneamente el azar y la vulnerabilidad o, dicho de otro modo, que la seguridad depende un poco de la suerte– es, sin lugar a dudas, “Bonsái”, un extraordinario relato que cuenta la crisis de un matrimonio japonés en términos botánicos, con la participación estelar de un viejo jardinero llamado, sugestivamente, Murakami. Justamente del novelista japonés –resulta ineludible hablar también de Bolaño y Bellatín–, de sus delirios minuciosamente coherentes, de sus personajes llanos y también complejos abrevó Nettel para infundir en quien lea Pétalos una mueca que tendrá algo de sonrisa y algo de preocupación, por no sentirse, acaso, tan distinto de estos personajes.
Por Juan Pablo Bertazza
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