01 marzo 2008

García Yebra resucita en un novela corrosiva al escritor romántico Larra


26.02.08 - ANTONIO PANIAGUA


MADRID. El escritor y periodista de la agencia Colpisa Tomás García Yebra ha alumbrado una novela policíaca atípica en la que denuncia los enjuagues y corruptelas en el mundo del arte. En Los crímenes del Museo del Prado (Funambulista), García Yebra urde con humor corrosivo una intriga en la que detrás de los asesinatos emerge una sátira de la vanidad y la estupidez humanas. El escritor presenta a un Larra redivivo cuyas investigaciones detectivescas se entreveran con reflexiones sobre la vida, el arte y el periodismo.


Los crímenes del Museo del Prado es un relato mordaz que parodia la novela de detectives a través de situaciones disparatadas. Por obra y gracia del autor, un Larra cáustico y atormentado es llevado al Madrid de los años noventa para descubrir, con la ayuda del fotógrafo Fran Kapa, la mano criminal que acecha en las galerías de la pinacoteca.
En la novela, Mariano Larra y Fran Kapa son dos experimentados periodistas a quienes se les encarga hacer un reportaje sobre una exposición de Velázquez que, para sorpresa de todos, es visitada por legiones de españoles. El acontecimiento, que parte de un hecho real (la muestra de Velázquez fue vista por medio millón de personas en 1990) sirve para ilustrar los métodos poco edificantes que utilizan los dos reporteros en su oficio. «Es una novela de periodistas, pero también una novela que pone en solfa los peores vicios del periodismo», argumenta el autor.
Nadie sale bien parado en esta historia. No puede ser de otro modo cuando muchos personajes del relato hacen suyo el aforismo que proclama este Mariano Larra resucitado: «La envidia es una de las grandes potencias del alma».


Un montacargas


Buen conocedor del Museo del Prado, García Yebra hace un original repaso de las pinturas colgadas en la pinacoteca madrileña, desde El Bosco hasta Brueghel, pasando por Rafael y Velázquez, cuyas obras se imbrican con la trama policial. La novela comenzó a gestarse hace unos años en la mente del escritor cuando hizo un hallazgo en apariencia trivial. «En una visita al Prado descubrí que detrás de un cuadro de Tiziano había un montacargas. Le pregunté a un vigilante y me dijo que apenas se usaba y que en tiempos había servido para transportar cuadros a un almacén entre la primera y la segunda planta. El montacargas y la cámara secreta fueron el detonante, activaron mi imaginación».
El autor no tiene entre sus referentes literarios a los clásicos del género de la novela negra. Aunque se declara lector de las historias de Sherlock Holmes y las protagonizadas por Plinio, el personaje creado por Francisco García Pavón, su formación literaria arraiga en dos miembros de la Generación del 98. «Unamuno me enseñó a pensar y Azorín me enseñó a escribir».
Por Los crímenes del Museo del Prado desfilan personajes estrafalarios, que encajan dentro del humor del absurdo, y otros extraídos de la Historia de la literatura, contemporáneos de Larra, como Patricio de la Escosura. Casi ninguno se libra del humor ácido del novelista. Por Los crímenes del Museo del Prado desfilan personajes estrafalarios, que encajan dentro del humor del absurdo, y otros extraídos de la Historia de la literatura, contemporáneos de Larra, como Patricio de la Escosura y Ventura de la Vega. Casi ninguno de ellos se libra del humor ácido e inmisericorde del novelista. «Lo entretenido es averiguar quiénes son los 'muertos' reales, pues algunos de los personajes están inspirados en la realidad. De la novela, vivo, lo que se dice vivo, no sale nadie».


Ficción y realidad


El lector avisado encontrará parecidos muy sospechosos entre personajes de la ficción y los que pueblan las páginas de los periódicos. La dicharachera ministra de Cultura que se pasea por el libro guarda semejanzas asombrosas con una real de no hace mucho tiempo. «Invento mucho, imagino mucho, pero no miento nunca. Y es que la ficción está para eso: contar mentiras que son verdad».
García Yebra se siente deudor de Larra, a quien admira por su lucidez y su escritura. Hay una máxima suya que el autor de Los crímenes del Museo del Prado suscribe de pleno. «Hay un tipo de personas que necesitan huir de la tribu. Cuando lo intentan se sienten solas y a veces asustadas. Pero ningún precio es demasiado alto si la recompensa consiste en ser uno mismo». COLPISA



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