03 mayo 2010

Paco Lobatón, el viraje hacia la realidad


Tranquilo como cuando aparecía en pantalla, con una voz entrenada para comunicar en sus miles de horas frente al micrófono y con la distancia que pone el tiempo sobre todas las cosas, Paco Lobatón llegó al congreso para hablar de periodismo de investigación y novela negra, un título como cualquier otro para atisbar esa parte real que se esconde bajo muchas ficciones del género. Era la oportunidad para escuchar en primera persona el contacto con una realidad trágica del hombre que durante seis años se convirtió en una especie de mediador entre personas desaparecidas y sus familias. Fue “¿Quién sabe dónde?”, un programa que pasó a formar parte de la cultura popular española de principios de los años noventa y por el que hoy, doce años después, la gente lo reconoce cuando pasea por la calle de la Rúa. “Me hice militante de esa causa, una causa humana. Mañana nos puede pasar a nosotros, y tuve ese contacto con un periodismo de verdad, con la España real, lo que muchos denominan despectivamente la España profunda. Pero esa realidad forma parte de nuestra realidad”, afirmó.

Curtido en el periodismo laboral, político, presentador de telediarios, conductor de programas en radio, Paco Lobatón llegó a “¿Quién sabe dónde?” por casualidad, como suelen ocurrir estas cosas. “Había entrevistado a Ernesto Buruaga (primer presentador del espacio) en mi programa de radio con la sensación de que aquello era algo raro. No asociaba el concepto de desaparición con una sociedad moderna. Pasaron el programa al prime time de la primera cadena y me propusieron como conductor, y tanto la cadena como todos en el equipo nos sorprendimos del enorme eco que tuvo”. En aquella primera época, 1992, Lobatón compaginó con su trabajo en la radio con su nueva tarea. “Estaba haciendo un periodismo que puedes llamar de élite, en el telediario, viajando con los reyes… ves una apariencia de la realidad, lo miras todo como desde arriba. Cuando llegué al programa vi la España real, el lado humano. Una madre me dijo sobre el hijo al que buscaba: si al menos supiera dónde llevarle flores… El dolor de la desaparición es más hondo que el de la muerte, es una especie de muerte tacaña que no deja espacio para el duelo. Nuestra intención fue arrojar luz sobre esas zonas de la sociedad donde se producen acontecimientos extremos, porque eso es vivir en sociedad, y algo tan terrible puede pasarnos mañana a cualquiera de nosotros”.

Diez mil peticiones de búsqueda, mil quinientas atendidas, alrededor de un setenta por ciento resueltas, una audiencia que llegó hasta los doce millones de espectadores, sesenta y ocho trabajadores en el equipo y alrededor de veintitrés millones de pesetas de presupuesto por programa. Son números que esconden historias. “Lo decisivo es el contenido. Hay gente que desaparece porque no aguanta más una situación, por angustia, por falta de comunicación con su entorno… y estaban esperando una señal para volver. Por eso el programa tuvo éxito. No habían podido resolver un conflicto, pero si tenían la oportundidad, volvían”. Dejaban fuera todos aquellos casos en los que se sospechaba una relación criminal (casos de la entonces no formulada como hoy violencia de género, comportamientos delictivos…). Contaban en el equipo con un experto policial en desapariciones, que les ayudaba a entender los casos, aunque su vinculación con las fuerzas de seguridad no existía más allá de eso. “En aquel momento todavía había una imagen negativa de la policía, alguien que viene a por ti más a alguien a quien acudir, como debe ocurrir. Y no había comunicación entre los distintos cuerpos”. Lobatón pone como ejemplo de esa situación extraña la huida de Antonio Anglés, presunto asesino de las niñas de Alcasser, barajando la hipótesis de la falta de cooperación entre Guardia Civil y Policía como un factor determinante para que finalmente no fuera llevado ante la justicia.
“¿Quién sabe dónde?” fue un programa imitado, parodiado y también criticado, con algunas ideas que Lobatón rebate. ¿Qué pasaba cuando alguien desaparecía voluntariamente y no quería ser encontrado? “La realidad es que esa era la excepción que confirma la regla, como mucho el 0,1 por mil. Un hombre me llamó angustiado porque había construído una vida nueva tras romper con la anterior, que mantenía en secreto. Decía que se le abrían las carnes cada vez que oía la sintonía por la posibilidad de salir algún día él mismo en el programa. Recogí sus datos y le di mi palabra de que su caso nunca saldría. Al año siguiente establecimos lo que llamamos “la lista R.” (reservada) para gente que quisiera eludir la búsqueda. La publicitamos y apenas se apuntó nadie. Para mí, la desaparición voluntaria es un acto raro y heróico, valiente, porque tiene que ser muy difícil romper con todo, olvidar los afectos y las relaciones de una vida anterior. Y eso se respetaba”.
“Las críticas hacia mí, como un titular de El Mundo que decía ‘TVE gana, Lobatón pierde’ las digerí bien, porque yo me sentía con un estado de responsabilidad como nunca había tenido. Y, además, cuando te pones ahí delante de millones de personas sabes que eso va a ocurrir. No que pueda ocurrir, sino que ocurre. Fuimos muy cuidadosos a la hora de medir la medida en que se representaban las emociones en el programa. Llegamos a la conclusión de que era más artificial imponer el frío estilo de un informativo que reflejar la emoción, todo es una cuestión de medida. Teníamos en directo la cercanía necesaria para que la otra persona se de cuenta de que la estás escuchando. Hay cierta parte de la intelectualidad que siempre ha despreciado aquellos espectáculos donde interviene el gran público”.

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