Cuando nace un personaje de novela negra, policial o como quieran llamarla, y adquiere estatus de serie, es lógico que, en algún momento, coma, beba, viaje... es decir, se comporte como una persona humana (por diferenciarla de las jurídicas). La gastronomía en la novela negra no es inocente, es decir, no es un detalle más. En toda su historia podríamos resumir su aparición por dos razones: los ingredientes forman parte del misterio y/o la cocina es una metáfora de la cultura.
Es posible que autores como Agatha Christie opten más por un componente del misterio y otros, como Simenon o Vázquez Montalbán, prefieran la metáfora de la cultura. Sea como fuere, la gastronomía en la novela negra adquiere rango de sospechosa.
Partiendo de esa premisa ha nacido el libro Sabores que matan, de Raquel Rosemberg. Que se convierte en un gran y estupendo ensayo sobre la función que han cumplido la comida y la bebida para ciertos autores de género. Hasta el punto de que nos sorprende cómo analizando la obra de Truman Capote A sangre fría ve en la gastronomía la diferencia de clase en Norteamérica: «Familias alejadas del alcohol y el tabaco, rubias, puritanas, con aroma a tarta recién horneada», y luego están las otras, las de «aroma a aceite rancio de fritura barata».
Desde Medea hasta la madrastra de Blancanieves, de las trufas de Patricia Highsmith a la pasta de Camilleri, pasando por el chocolate líquido o en bombones y el Dom Perignon o el Margaux; el libro de Rosemberg se convierte en un análisis cultural, gastronómico e histórico de la novela negra mundial. Hasta nos mostrará cómo ciertos autores han conseguido que bebidas o comidas de sus personajes se conviertan en parte de la cultura gastronómica. Como ejemplos podemos citar a Chandler y su «café a la marlowe», el «pudding navideño» de AgathaChristie y el sibaritismo gastronómico de la mafia, que ilustra las últimas páginas.
El libro de Raquel no es un libro de cocina, ni creo que lo pretendiera, es un estudio de la obra de varios autores en la historia del género y la función que ha cumplido la gastronomía en sus novelas. Por eso creo que el complemento ideal al mismo es el libro de Montse Clavé Manual práctico de cocina negra y criminal. En él, la autora desgaja de las novelas de género aquellos platos o bebidas que el escritor ha querido mostrarnos como propios y que forman parte de ese acervo. Así, nos mostrará a Juan Marsé y su vermú negro con anchoas, a Carvalho explicando cómo se prepara una caldeirada gallega, a Fred Vargas y su «plat du jour», unos mejillones a la bretona de la mano de Jean-Claude Izzo, los tomates rellenos de Petros Markaris y su teniente Jaritos y los calamares a la menorquina de Andreu Martín. Y, por supuesto, las cazallas en el Barrio Chino barcelonés de la mano de Ledesma y su inspector Méndez.
Raquel Rosemberg aborda en su libro la gastronomía del género como un ingrediente de la trama o como una parte de la cultura, y Montse Clavé extrae del género los platos que son de cosecha propia de los autores elaborando un manual excelente e inocente (la autora nos indica en el prólogo que ningún plato contiene arsénico). Creo que ambos libros, aunque traten la misma materia, nos la muestran de diferente forma, de tal manera que ambos se convierten en estudios sobre un género que ha hecho algo más que resolver asesinatos en la ficción.
Publicado en la Nueva España por Alejandro Gallo
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