"LA DESPENSA DE LA MEMORIA"
Frutos, especias, hierbas, granos, almíbares, salmueras, escabeches, marinadas, embutidos… se amontonan en la despensa del cocinero, y se convierten así en la memoria de la materia original y de sus muchos y diversos perfumes y sabores.El pequeño -concreto y cotidiano- territorio de la calle o del barrio ofrece al escritor esa materia prima humana y compartida hecha de palabras, de ruidos, de gritos, de sensaciones, de olores, de carteles, de luminarias, de chismorreos, de modas que éste capta y almacena en la despensa de su memoria. La memoria territorial del escritor - ¡o del cocinero!- le dicta que no hay ingrediente despreciable, por mínimo y banal que sea su aspecto. Porque la memoria no es una carga pesada y pasada que impide avanzar, sino la esencia compartida que nos transporta, que nos permite compartir y proyectar la experiencia de nuestro tiempo y de nuestro espacio.
La fértil memoria de MVM hizo de él el escritor, novelista, cronista y poeta que conocimos.
"LA COCINA DE LAS ESCRITURAS"
El vestuario de los pseudónimos
Entre la despensa y la mesa hay una distancia significativa: la que ocupa la cocina, presidida por el cocinero.
Cocinar es transformar los ingredientes en una amalgama apetitosa y digerible.
Para ello, es preciso que el cocinero -como el escritor o el poeta- sepa hacer un uso mesurado y creativo de lo que guarda en la despensa y no caiga en la tentación de abocarlo de cualquier manera.En la cocina, hay quien se especializa en una determinada materia prima y experimenta todas sus transformaciones posibles.
Otros se erigen en maestros en técnicas aplicables a todo tipo de viandas.
Entre todos, forman un equipo.
En esa selección, proporción y hábil mezcla de los sabores almacenados en la despensa de la memoria, radica el arte del cocinero, del escritor y del poeta.
MVM lo era.
Y se rodeó de un equipo de marmitones o pseudónimos de lo más competente.
Los recetarios de los maestros
Pocas son las recetas que carecen de precedentes arraigados aquí o allá.Estos precedentes conforman el recetario de la tradición. Conocer y reconocer el valor de la tradición no es, sin embargo, un obstáculo para transformarla de modo que pueda crecer convenientemente. Una tradición cultural que un cocinero diligente puede injertar o podar poco a poco, poniendo la atención necesaria para mantener intactas las raíces.
Un poeta, un periodista o un novelista -y MVM lo era- también extrae de los recetarios de sus maestros savia y adobo para sus escritos innovadores.
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