Por fin, habíamos respirado tranquilos, al comprobar que las
desgracias que se anunciaban con el cambio de siglo no se habían producido. Era
el primer año del nuevo siglo, el primer año de la década, y no podíamos ni
imaginar lo que se nos vendría encima. De los mercados sabíamos poco, sólo que
había supermercados, hipermercados, y viviendo en Barcelona, el mercado del
barrio y el mercado de todos los mercados, la Boquería, donde aún te podías
encontrar, callado y tímido como era, al creador de Pepe Carvalho, en un rincón
de la minúscula barra del Pinocho. Haciendo lo que mejor sabía hacer, comiendo,
pensando, bebiendo e imaginando.
Alguien nos dio un buen
soplo. Había un nuevo protagonista en las mesas de novedades, de las buenas
librerías. Se llamaba Kostas Jaritos y era un teniente de policía griego.
De Grecia sabíamos
mucho y poco. Nos venía a la memoria aquella película Z, de Costa Gavras, con
Yves Montand, Irene Papas, y Jean Louis Trintignat, aquel actor que Manuel
Vázquez Montalbán creía que hubiera sido su Pepe Carvalho preferido.
También, cómo no, aquellas
películas de Theo Angelopoulos, extrañamente seductoras.
Queremos transmitirle, señor
Markaris nuestro pesar por la muerte de un amigo. Suyo y de los espectadores.
Hoy Europa, no importa como sea la prima de riesgo, es indudablemente más
pobre.
También
conocíamos que los griegos habían sufrido la larga noche de la dictadura. En su
caso coroneles, en el nuestro la de un general. Por eso, sospechamos, en
principio, de un policía en aquella Atenas de 1995.
Kostas Jaritos es un
policía que parece antipático, esta siempre más o menos malhumorado, es un
hombre descontento: no está a gusto con su pasado (como nuestro Pepe Carvalho),
no le gusta saber de dónde viene y su futuro le resulta incierto (como a
nuestro Carvalho, que no sabe si ahorrará suficiente para la jubilación). Pero,
a pesar de todo, sigue adelante. Nos gusta cuando es consciente que “estoy
luchando contra un monstruo de dos cabezas y tengo que conformarme con cortarle
tres deditos”.
Jaritos es un
policía que ya ha cumplido los cincuenta, con una mujer que no es catedrática
de literatura, ni especialista en Henry James, ama de casa aficionada a los
reality shows de la televisión, con una hija estudiante de derecho, en la
primera novela, abogada después. Él es consciente de sus limitaciones, “a
fin de cuentas qué sería de un policía sin prejuicios”, nos dice en Defensa
cerrada, y anteriormente, en Noticias de la noche, nos ha confesado que “el
policía que ya no pega es como el fumador que ya no fuma. Aunque la lógica le
diga que ha hecho muy bien en dejarlo, por dentro se muere de ganas por
repartir unas cuantas hostias, como el ex fumador se muere por un par de
caladitas”.
Un policía que proviene
de la dictadura, como nuestro querido Inspector Méndez, creado por Francisco
González Ledesma, el Primer Premio Pepe Carvalho, al que hoy encontramos a
faltar y al que deseamos una feliz recuperación.
Nos gusta Jaritos
porque los años de ejercicio profesional no han conseguido que caiga en la
rutina o en el cansancio.
Desde entonces, desde
aquella primera novela, Kostas Jaritos es uno de los nuestros. Grecia
está siempre con nosotros, y confundimos, como siempre, al personaje con
el creador. A Kostas Jaritos con Petros Markaris.
Como en tantas ocasiones Pepe
Carvalho nos daba pistas, que mucho después hemos entendido. Pepe Carvalho
deambulaba por El laberinto griego, en 1991, y nos hablaba de Sabotaje
olímpico en 1993, para facilitarnos la lectura crítica de la
especulación olímpica, tanto si se da en Barcelona como en Atenas. La
especulación inmobiliaria a la que se enfrenta Jaritos en Suicidio perfecto, en
el 2005, es la misma que indigna a Carvalho en 1979, a lo largo de Los
mares del Sur. Hay cosas y casos que no cambian.
Cuando leímos Defensa
cerrada (todos comprendimos gratamente que el primer muerto fuera un árbitro) y
usted nos hablaba de lo que hay detrás de los equipos de futbol de tercera, nos
acordamos rápidamente de aquel El delantero centro fue asesinado al atardecer,
que en 1988 había supuesto el catorceavo libro de Pepe Carvalho.
Usted y Manuel Vázquez
Montalbán comparten con pasión el amor y el odio por una ciudad que no es
una ciudad para turistas, sino para viajeros. Ustedes quieren y odian a
sus ciudades porque sus ciudades son seres vivos, existen, a diferencia de las
urbes, limpias, frías, asépticas y ordenadas, del norte de Europa. Las de
ustedes son ciudades vivas y caóticas, con las calles en obras, transporte
público lento y deficiente, gente malhumorada y con prisas, gente que ríe,
donde el Partenón y el Tibidabo están ocultos por la contaminación. Frío frente
a calor. Los atenienses y los barceloneses viven todo el día en el infierno
para ganarse unas horas en el paraíso de la noche.
No sabemos si es
usted o Kostas Jaritos quien le indica a Xavier Moret “vamos a
caminar, a Atenas se le conoce caminando”, “la Acrópolis es
para turistas. Los atenienses sabemos que está allí pero hemos aprendido a no
verla. Caminaremos por la Atenas de verdad”. Y en las novelas de Carvalho
nunca sale la Sagrada Familia, pero si la Plaza Real.
Queremos invitarle
a que permita a Jaritos y Adrianí, quedarse unos días por Barcelona. Estamos
convencidos que les gustará Barcelona. Usted no les hace viajar mucho: a una
pequeña isla, a Estambul,…
Adrianí y
Charo se harían buenas amigas y podrían intercambiar conocimientos. Adrianí le
explicaría a Charo como preparar los tomates rellenos y de esta forma
sorprender primero, y conquistar después al detective cocinero y comedor. A su
vez Charo le explicaría algunos trucos a Adrianí para que las noches
atenienses, de ella y de Jaritos, fueran más largas y placenteras. Charo y
Adrianí verían juntas un rato en la televisión algún espectáculo donde un
rebaño de energúmenos gritan desaforadamente y una de ellas proclama que es
capaz de matar por su hija, pero nunca de pensar.
Mientras, en
Vallvidrera, Carvalho y Jaritos compartirían su pesimismo, pero también su
tozudería en ir hasta el final. Carvalho ya habrá superado su desconfianza
inicial ante un policía, ante cualquier policía. Comparte con Zisis, un ser
anacrónico por que sigue creyendo en la ética y en los principios, su opinión: “Cuando
ya no te queda nada en que creer, crees en la policía, lo dice con una sonrisa
de amargura. Sois el fondo. He tocado fondo y nos hemos encontrado”. Pero
tranquilo, señor Markaris, ya le hemos rogado a Pepe Carvalho, que no encienda
la chimenea con ningún diccionario. Y Carvalho que ya ha leído Muerte en
Estambul le preparará a Jaritos una tiropitas con queso y puerros, y este la
comerá mientras piensa ¿llevará, como las de María, raticida?.
Jaritos le
comentará los nuevos tiempos que Carvalho no ha conocido y le explicará una
anécdota: los hombres en un movimiento sincronizado acercaron la mano a la
cintura, acercaron la mano a la chaqueta. En tus tiempos habrías pensado que se
disponían a sacar sus pistolas. Ahora sé que sólo buscan sus teléfonos móviles.
Mientras degustan
cualquier bajativo, casi arqueológico, por la cantidad de años que lleva
destilando, Carvalho le comentará a Jaritos que “tengo un alma
marginal, mi novia es puta de teléfono. Mi asesor técnico, camarero, cocinero y
secretario es un ladronzuelo de coches. Mi confidente espiritual y
gastronómico, es un vecino, que también es mi gestor. Me gustan las familias
imposibles, detesto las familias posibles”. Jaritos sonreirá y le hablará
de Adrianí y sus enfados, de Adrianí y su sentido común; de Katerina, de Fani,
su yerno, y médico. Le hablará de su jefe, y de sus ayudantes, de su nueva
secretaria, Kula.
Carvalho y Jaritos, tan
distintos y tan iguales, en la lucha contra la corrupción, los corruptos. los
globalizadores, a favor de los globalizados y en busca de la verdad.
Cuando Carvalho
vaya a abrir su Seat 850, Jaritos recordará las palabras de su hija que le
hicieron comprar un Seat Ibiza: “Ahora los portugueses y los españoles
tienen problemas como nosotros. Para los mercados financieros somos los PIGS,
“los cerdos”. Y cada cerdo debe ayudar a los demás, no hacerles la pelota a los
tiburones, y ahora estamos ahogándonos porque los cerdos no saben nadar. Por
eso tienes que comprarte un SEAT”.
Y ambos, antes de ir a cenar a
Casa Leopoldo o a Can LLuis, con Adrianí y Charo, por supuesto, estarían de
acuerdo en una de las características de los nuevos tiempos:” ¿ Qué se podía
esperar de un mundo en que todos los relojes marcan la misma hora. Antes,
algunos se paraban, otros funcionaban y otros se quedaban atrasados. Uno se
levantaba por la mañana y esperaba oir la radio para ajustar su reloj. Ahora
todos los relojes marcan la misma hora. Vivimos en un mundo que no favorece a
los relojeros”.
Carvalho
entendería a Jaritos cuando éste le explicara: ¿Cómo es que al final me siento
siempre como un gilipollas?.Y nosotros, los lectores, lo sentimos por Jaritos,
entendemos cómo se siente cuando después de encontrar al culpable todo sigue
igual, nada ha cambiado, pero nosotros, los lectores, nos sentimos mejor cuando
terminamos un libro de Jaritos.
Y cómo estamos
entre novelas y novelistas, en el terreno de la ficción y de la ilusión, de los
deseos y las esperanzas nos imaginamos un encuentro que pudo haber sido y no
fue. Usted y Manuel Vázquez Montalbán paseando por una Ramblas, sin turistas,
llenas de barceloneses,(esto más que ficción es un milagro) donde usted le
explica que habla varias lenguas pero que se insulta muy bien en griego, y que
sólo puede ser escritor quien aprende a estar sólo. Él le hablará de la soledad
de la cárcel de LLeida donde escribió su primer libro: Informe sobre la
información.
Estarán de acuerdo en
que se escribe por no matar y que es mejor matar en los libros. En la novela
detectivesca clásica, el crimen es un asunto personal. Hablarán de que hoy la
novela negra es más novela social y menos novela policíaca en el sentido
tradicional. Y tiene éxito porque la globalización de las finanzas y el dinero
van de la mano con los crímenes. El crimen se está convirtiendo en una
enfermedad social. Antes el crimen era la excepción y hoy forma parte inherente
de la sociedad. Y se sienta en demasiados Consejos de Administración.
Lamentarán que en
nuestros países existía una tremenda solidaridad y hoy esa solidaridad no
existe. Y compartirán una acerba crítica a la dictadura de los mercados
especulativos, como diría el profesor Vidal Villa.
Desde aquí, desde
Barcelona, capital de Catalunya, le entendemos perfectamente, compartimos
sentimientos y certezas con usted cuando afirma:”Grecia, con una lengua que
sólo hablan quince millones de personas, está sintiendo la presión del inglés
americano, la lengua de las finanzas, cada día más y más. Las lenguas
minoritarias juegan un papel esencial a la hora de preservar la riqueza y
diversidad de las lenguas de Europa y son parte de la lucha contra el inglés
americano. Sin embargo, su impacto no sólo depende de que sean lenguas
habladas, sino también de que sean lenguas literarias en el más amplio sentido
del término”.
Nos gustaría ser
testigos de ese encuentro entre usted y Vázquez Montalbán. Desde 1937 y 1939 en
que ustedes nacieron, han pasado muchas cosas. Desde su postura de hombres
honestos, comprometidos y de izquierda, seguro que han acumulado un amplio
catálogo de derrotas, de todo tipo y condición. Derrotas sí, pero los que les
hemos leído sabemos que ustedes dos no saben conjugar el verbo rendirse. El día
en que explicaban el significado de la palabra rendición, ustedes no
habían ido a clase.
Señor Markaris, como
lectores y como ciudadanos se lo pedimos a usted en persona y le pedimos que se
lo transmita al Comisario Kostas Jaritos: No se rindan nunca. Les necesitamos.
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