13 febrero 2009

Perversiones humanas


Desde Canadá, llegan los cuentos de una minimalista truculenta donde las chicas malas se mezclan con las chicas muertas.


Además de la traducción españolizada, la segunda persona con la que arranca este libro despierta sospechas, desconfianza ante un recurso prácticamente obsoleto y con tufo a ejercicio narrativo. Sin embargo, la prosa de Nancy Lee –galesa de nacimiento, canadiense por adopción– y, aunque cueste reconocerlo, esa misma segunda persona sospechosa, van envolviendo al lector en una ansiedad que implica algo de placer y algo de alarma, como si este libro estuviera por dar una noticia terrible, algo que efectivamente va a suceder. En otras palabras, un rechazo inicial que enseguida se convierte en hipnosis, en el infructuoso escudo de un incrédulo “no” ante el fuego que empieza a abrir un pelotón de fusilamiento.
Una mujer espera noticias de un tipo que “corteja con la sangre de los disturbios políticos, con testimonios de refugiados y cartas de amor que son diatribas, lecciones de historia global” y se vuelve atractivo porque está lejos y porque ya no manda mails políticamente correctos a una casilla que va escupiendo, inevitablemente, la frase “no hay ningún mensaje nuevo en el servidor”, mientras ella se mira a sí misma en medio de una aburrida relación con otro chico. Ese es sólo el comienzo, el inaugural relato de Chicas muertas (primer, notable y único volumen de cuentos de Nancy Lee, aclamado mejor libro del 2002 por la revista Now y saludado por casi todas las publicaciones canadienses). El otro cuento que está escrito en segunda persona es, justamente, el que da título al libro: los angustiantes días de una pareja que está por vender su casa de toda la vida y sufre los excesos de alcohol y la confusa partida de su hija Claire. Los demás relatos hacen descansar el recurso de la segunda persona pero no el arsenal de virtudes: con la economía y la potencia de un Carver después de Carver, precisión narrativa (“el ruido de la ducha era como mil uñas golpeando un cristal”), dosis justas de erotismo y misterio, Nancy Lee va hilvanando una retahíla de cuentos largos que pueden ser leídos, tranquilamente, como capítulos de una novela fascinante.
Una excursión entre salvaje y cautelosa de dos amigas despechadas que parecen homenajear a Thelma & Louise; una ninfómana enfermera con aires de Florence Nightingale, a quien incorporan para un programa antidrogas en un colegio de seres altamente hormonales sin imaginar las consecuencias; la reunión de un trío de adolescentes en una mansión que va pasando de casa del terror a casa del placer como quien apaga y enciende continuamente la luz; una pelea entre hermanas compitiendo por la atención de un ser despreciable y la impresionante historia de una mujer que cuida a su padre consumido por el cáncer, contada a partir de descripciones radiográficas de su cuerpo que enlazan memoria con emociones presentes: ojos, pulmones, manos, pechos, dentadura, vagina, orejas, labios, pies y huesos.
Todas historias –que van de un promedio de buenas a excelentes– comunicadas entre sí por mucho lápiz labial, el insoportable chillido de monopatines y esos chistes con profesiones o animales, típicos de Infotrans, que jamás se cuentan para hacer reír sino para disimular todo tipo de tensión.
Pero el rasgo más fascinante que articula estos relatos es una macabra noticia policial, la de un dentista que va enterrando, en el patio trasero de su casa, a chicas vivas junto a cuerpos en descomposición. En ninguno de los cuentos se relatan las vicisitudes del crimen mismo, sino la amenaza que ese caso va generando en la sociedad, las alternativas de su repercusión en la prensa, en la opinión pública y hasta en la proyección de una inminente película para la que se baraja la actuación de Gene Hackman. Más que leitmotiv, una gigantesca y chivoexpiatoria escenografía que va escondiendo y otorgando un grado insoportable de verosimilitud a las pequeñas perversiones y ensayos criminales que destilan cada uno de estos relatos.


Por Juan Pablo Bertazza


Chicas muertas
Nancy Lee
Circe