01 septiembre 2008

Las pistas falsas


Esta novela, la segunda que publica Eduardo Levy Yeyati, quien además de escritor es un reputado economista argentino que vive y da clases en Nueva York, lleva por título el apellido de su protagonista.

Gallo es un detective privado, un fisgón empedernido compuesto sobre el figurín de la novela negra norteamericana, al que suelen contratarlo, mal que mal, para seguir y deschavar a maridos infieles. Un hombre de talante esquivo y solitario que cada noche, cuando vuelve a su casa y su hija está esperándolo para cenar juntos, resignada a escuchar el relato de las vicisitudes de su día, se complace en adornar lo rutinario y desabrido que casi siempre es su trabajo con la pátina imaginaria de las novelas policiales que devoraba cuando era adolescente.
El bovarysmo del personaje y el modo en que su universo expone su carácter anodino cuando él se digna a compararlo con el de la literatura que ama no explican, por lo menos no del todo, que Gallo sea una suerte de antinovela policial sin desenlace. Algo que se va haciendo patente en la investigación que el detective lleva adelante cuando una mujer le encomienda la misión de dar con el paradero de su hija, la que sin un motivo claro se ha fugado de su casa con una maleta y dinero y no ha vuelto a dar señales de vida.
“De poca monta” es como Gallo juzga el hecho en un principio. Más allá de que pronto aparecen ciertas semejanzas con la desaparición de la hija de un senador que él se encargó de investigar diez años antes. Nada que lo acerque, sin embargo, al paradero de la chica. Como tampoco lo hace su decisión de seguirle los pasos al padrastro de Nina (el señor M, un empresario de pasado oscuro), ni la lectura de su diario (en el que la muchacha expone su despertar sexual con total cinismo y desparpajo), y mucho menos enterarse de que su madre la abandonó para irse a Italia durante un año cuando todavía era una recién nacida.
¿Qué es entonces lo que va descubriendo Gallo en su pesquisa? En realidad, poco y nada. Apenas si urde un halo de sospechas que nunca termina de cuajar del todo. Sin embargo, la novela se sostiene. Y la proeza es que lo hace alrededor de un “caso” que es un elemento vacío, insustancial, decorativo. La imposibilidad de reconstruir una historia, una secuencia coherente de hechos (¿lo superfluo de la empresa?), termina convirtiendo al texto en algo así como una pista falsa: en la línea de lo que Paul Auster hace en su Trilogía de Nueva York, Gallo se propone como una novela policial para desmentirse a sí misma. Suerte de grado cero en pos del cual Yeyati busca reducir el género a lo detectivesco puro y dispersar el argumento en los arabescos formales del enigma. “Como si la muchacha no existiera más que como pretexto, y toda esta historia y sus personajes y sus zonas oscuras y sus puntos de clivaje no fueran más que artificios de una trama más íntima.”
Entre los niveles narrativos que van abriéndose y que le dan a la novela su forma fragmentaria (las partes del diario de Nina, tan deudoras de Puig, no tienen desperdicio), es el protagonizado por el personaje del Escritor el que le termina de dar a Gallo su autoconciencia de experimento literario. Refugiado en un pueblo de montaña para poder escribir una novela que se le resiste, y que se le parece bastante a la que el lector está leyendo, el Escritor va ganando un paulatino protagonismo hasta que su historia, finalmente, permite completar la de Gallo y viceversa.
Así Yeyati, demostrando una versatilidad y un talento del que ya había dado muestras en su primera novela, El Juego de la Mancha, efectúa sobre el género policial una de las vueltas de tuerca más audaces de las que ha tenido noticia en los últimos años la literatura argentina.




Gallo
E. L. Yeyati
Mondadori
312 páginas


Por Patricio Lennard




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