05 mayo 2010

Bolaño en la memoria y la imposibilidad del detective colombiano


La larga y fructífera sombra de Roberto Bolaño planeó ayer sobre el congreso. Ávido lector de novela negra, el escritor chileno fue objeto de dos esclarecedoras comunicaciones en torno a su novela “2666″: Jimena Ugaz, del Middlebury College, y Diena Eguía, de la Universidad Autónoma de Madrid, propusieron lecturas del texto en su relación con el género, observando sus transgresiones y centrándose en su carácter de memoria histórica sobre la realidad latinoamericana y las historias de aquéllos de los que nunca se cuenta nada. Felipe Gómez Gutiérrez, de la Carnegie Mellon University, y María Victoria Albornoz repasaron la tarscendencia del género en Colombia, donde nunca tuvo demasiado éxito la novela detectivesca en confrontación con una realidad que ha sufrido altos grados de violencia y corrupción.


Jimena Ugaz destaca cómo “2666″ se sirve de algunos elementos del género negro para relatar toda la violenta historia del continente y del siglo XX. La conquista europea de América, el Holocausto judío en la Segunda Guerra Mundial, la dictadura de Pinochet, la desaparición y tortura de cientos de mujeres en la mexicana Ciudad Juárez son continuos de violencia que resuenan en el presente como si hubieran quedado marcados a fuego. Llevando a cabo una doble investigación sin detective (una literaria sobre Benno von Archimboldi y otra criminal sobre la matanza de mujeres en Santa Teresa), Bolaño distorsiona el modelo, lo lleva a su terreno, con esa forma de presentar las cosas que hace inimitable su prosa. Ugaz revela una clave muy interesante, la analogía entre el psicoanálisis y la narrativa policial: las dos buscan reconstruir una historia, encontrar los porqués de las cosas. De esta manara, Bolaño “trata como término médico el momento dramático de la situación latinoamericana”.


Diana Eguía ha contado las víctimas de la matanza de mujeres en la parte de la novela titulada “La parte de los crímenes”: 109. Una sucesión de descripciones que convierten la lectura y su asimilación en una pesadilla constante. Bolaño convierte, según Eguía, “el escenario del crimen en realidad discursiva y se conjura contra lo no escribible”. La investigadora hace una reflexión sobre los extramuros, el concepto de basurero donde son arrojados los cadáveres, en pleno desierto, cementerios improvisados para los nadie que se quedan para siempre dentro de nuestra cabeza y de nuestra estantería. En relación a los códigos del género negro, “2666 carece de todo menos de sospechosos, que se convierten en los actores del relato. Sólo hay una promesa de detective, el periodista Sergio González, que en la novela muere asesinado y el periodista real vive hoy exiliado en España”. Esa proliferación de sospechosos hace que, según Eguía, “todos somos sospechosos en el escenario de la impunidad”.


En Colombia, la novela negra no ha tenido una raigambre relevante, según los especialistas en narrativa de ese país que nos han visitado. Felipe Gómez aludió a las palabras del cineasta Luis Ospina: “Crimen organizado. Policía corrupta. Caos político. Prohibición de sustancias. Ajustes de cuentas. Terrorismo. Masacres. Paranoia. Impunidad total. Todos los colombianos conocemos esa historia. Vivimos todos los días una película de cine negro”. A través de tres novelas y dos películas, Gómez analizó la permanencia de la figura del detective en la producción narrativa colombiana, algo dudoso por la adscripción de esa figura -heroica en la novela clásica- a las tramas de corrupción y poder de la realidad. El predominio de la tendencia de la “sicaresca”, palabra derivada de sicario y picaresca, revela que tienen más futuro esas historias en las que el público prefiere a la figura del delincuente pícaro.


Victoria Albornoz centró su intervención en la novela “El eskimal y la mariposa”, de Nahum Montt, centrada en la violencia vinculada al fenómeno del narcotráfico, la corrupción y el conflicto político interno. Tomando como base los hechos reales del asesinato del Ministro de Justicia Lara Bonilla en 1984 y de tres candidatos presidenciales entre 1989 y 1990, la novela se mueve etnre varios géneros colindantes que la enriquecen y sirve como reflexión acerca de la situación colombiana actual, “un intento fascinante de rellenar agujeros históricos y buscar respuestas a interrogantes que han quedado abiertos, hilando cabos sueltos y proponiendo una hipótesis, ficticia pero posible, a esos sanguientos casos”. Albornoz afirmó que el personaje del detective al estilo clásico no arraiga en la narrativa colombiana “porque un detective con código ético resulta inverosimil”.

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