En alguna de sus últimas entrevistas (y, la verdad, no es que conceda muchas), recuerdo haberle oído decir al escritor norteamericano James Ellroy que últimamente, en lugar de leer a los colegas o a los clásicos, sólo leía informes policiales. Y ciertamente, en El asesino de la carretera, su última y recién aparecida novela, dicho tipo de soporte documental contribuye a proporcionar a la trama una suerte de fascinante -por realista, en este caso-- morbosidad.
Nunca sabremos hasta qué punto lo que en sus libros nos cuenta Ellroy es real, estrictamente real, o le llega al lector envuelto en la magia de la imaginación. La propia vida de Ellroy es una extraña mezcla de brutales muestras de un realismo homicida (su madre, que se dedicaba a la prostitución, fue asesinada en circunstancias nunca aclaradas, que muchos años después inspirarían al autor de Los Ángeles Confidencial la trama de La Dalia Negra, una de sus mejores novelas) y de recursos literarios aplicados a escenografías tensionadas por un dramatismo interno. Inestable, contestario, revolucionario en algunos de sus planteamientos narrativos con respecto al género negro, James Ellroy se ha labrado un hueco a pulso, o a tiro limpio, como ustedes prefieran, en la zona más caliente de la literatura norteamericana contemporánea.
Ellroy se enfrenta aquí, en El asesino de la carretera, al desafío, también clásico en la novela y en el cine negro, de introducirse en la mente de un homicida para tratar de explicar al lector, o al espectador, los mecanismos de su inteligencia criminal.
Por esa razón, toma la decisión de narrar en primera persona, y de remontarse a la infancia y a la adolescencia del futuro asesino en serie.
Como recurso literario, Ellroy utilizará una supuesta carta, una especie de memorias escritas por Martin Plunkett --el asesino de la carretera-- desde la prisión, confesando todos sus crímenes y analizándose a sí mismo como carne de delito. Con una escalofriante minuciosidad, Plunkett se recreará en la reconstrucción de sus primeros golpes. Que no fueron, al inicio, crueles e implacables asesinatos, sino pequeños robos, hurtos en casas particulares que ocasionalmente iban acompañados por ejercicios de voyeurismo.
Para entonces, Plunkett, procedente de una familia desestructurada, habría sido acogido residencialmente nada menos que en casa de un policia jubilado que aceptaba apadrinar en su domicilio a muchachos conflictivos. Esa constancia en una vida fronteriza, a caballo de la delgada línea que separa el bien del mal, irá jalonando y amplificando a otros terrenos las dudas identitarias y existenciales de un lobezno solitario que pronto comenzará a matar.
Pero los primeros derramamientos de sangre no harán sino acrecentar su sed de aniquilación, la pasión destructiva y estéril que dentro de él comienza a erigirse como hegemónica y aniquiladora de las restantes. A partir de ese momento sólo habrá, en el futuro de Plunkett, carreteras solitarias, confiados autoestopistas, extraños encuentros con otros lobos solitarios que también se dedicarán al exterminio.
Novela perturbadora, escrita con los geniales destellos del talento de su autor sobre una implacable radiografía de la psiquiatría forense.
Nunca sabremos hasta qué punto lo que en sus libros nos cuenta Ellroy es real, estrictamente real, o le llega al lector envuelto en la magia de la imaginación. La propia vida de Ellroy es una extraña mezcla de brutales muestras de un realismo homicida (su madre, que se dedicaba a la prostitución, fue asesinada en circunstancias nunca aclaradas, que muchos años después inspirarían al autor de Los Ángeles Confidencial la trama de La Dalia Negra, una de sus mejores novelas) y de recursos literarios aplicados a escenografías tensionadas por un dramatismo interno. Inestable, contestario, revolucionario en algunos de sus planteamientos narrativos con respecto al género negro, James Ellroy se ha labrado un hueco a pulso, o a tiro limpio, como ustedes prefieran, en la zona más caliente de la literatura norteamericana contemporánea.
Ellroy se enfrenta aquí, en El asesino de la carretera, al desafío, también clásico en la novela y en el cine negro, de introducirse en la mente de un homicida para tratar de explicar al lector, o al espectador, los mecanismos de su inteligencia criminal.
Por esa razón, toma la decisión de narrar en primera persona, y de remontarse a la infancia y a la adolescencia del futuro asesino en serie.
Como recurso literario, Ellroy utilizará una supuesta carta, una especie de memorias escritas por Martin Plunkett --el asesino de la carretera-- desde la prisión, confesando todos sus crímenes y analizándose a sí mismo como carne de delito. Con una escalofriante minuciosidad, Plunkett se recreará en la reconstrucción de sus primeros golpes. Que no fueron, al inicio, crueles e implacables asesinatos, sino pequeños robos, hurtos en casas particulares que ocasionalmente iban acompañados por ejercicios de voyeurismo.
Para entonces, Plunkett, procedente de una familia desestructurada, habría sido acogido residencialmente nada menos que en casa de un policia jubilado que aceptaba apadrinar en su domicilio a muchachos conflictivos. Esa constancia en una vida fronteriza, a caballo de la delgada línea que separa el bien del mal, irá jalonando y amplificando a otros terrenos las dudas identitarias y existenciales de un lobezno solitario que pronto comenzará a matar.
Pero los primeros derramamientos de sangre no harán sino acrecentar su sed de aniquilación, la pasión destructiva y estéril que dentro de él comienza a erigirse como hegemónica y aniquiladora de las restantes. A partir de ese momento sólo habrá, en el futuro de Plunkett, carreteras solitarias, confiados autoestopistas, extraños encuentros con otros lobos solitarios que también se dedicarán al exterminio.
Novela perturbadora, escrita con los geniales destellos del talento de su autor sobre una implacable radiografía de la psiquiatría forense.
(Juan Bolea Escritor y periodista)
1 comentario:
Hola. Me encanta la novela negra y en especial James Ellroy, a quien considero como el autor contemporáneo más grande de la materia.
Sólo decir que "El asesino de la carretera" no es la última novela de Ellroy, como se dice, sino que fue publicada en 1986 en Estados Unidos (aunque hay tardado más de veinte años en aparecer en nuestro país, sin que nadie sepa la razón). Esto hace que sea su sexta novela, tras "Réquiem por Brown", "Clandestino" y las tres obras que conforman la trilogía Hopskins.
Un saludo.
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