Editada en España la obra cumbre del gran reportero y escritor argentino, 'desaparecido' por sicarios de la Junta Militar en 1977
Hace un par de años, Gabriel García Márquez y el periodista argentino Rogelio García Lupo, rodeados en Monterrey (México) de un grupo de jovencísimos periodistas latinoamericanos, entraron en resonancia y comenzaron a recordar en alto los orígenes de la agencia de noticias Prensa Latina, creada en La Habana poco después del triunfo de la revolución cubana. A Gabo se le iluminó la cara y comentó que todo ello debía ponerlo en sus memorias. Allí salieron nombres como el del primer director de la agencia, Jorge Ricardo Masetti, y el del también periodista argentino Rodolfo Walsh, ambos caídos en la lucha entre las guerrillas y el Ejército, y las distintas tramas negras del terrorismo de Estado.
Lamentablemente, aquel momento mágico entre Gabo y García Lupo duró poco. Fueron interrumpidos. Prensa Latina, cuyo nombre probablemente se debe al Che Guevara, tuvo la misma mítica inicial que la revolución cubana. Nacida en julio de 1959 para proponer una visión alternativa de la realidad latinoamericana, tenía como objetivo combatir la idea que de la región daban los monopolios mediáticos de la época. Entre sus colaboradores tuvo a Sartre, Simone de Beauvoir, el sociólogo norteamericano Wright Mills, un jovencísimo García Márquez, García Lupo, Juan Carlos Onetti… Y Rodolfo Walsh.
Desde hace unos años, seguramente desde que la democracia ha vuelto a la mayor parte de los países de la región, el nombre de Walsh ha devenido en referencia, muchas veces contradictoria, para muchos periodistas de las generaciones más jóvenes. Homenajes, estudios críticos, comentarios, congresos sobre su obra, cátedras Rodolfo Walsh, bibliografía y compilaciones de sus artículos, reedición de sus libros, tienen cierta frecuencia.
Es difícil asistir en la zona a una reunión sobre periodismo y que alguien no cite a Walsh. Por ejemplo, como antecedente del denominado nuevo periodismo americano. Ahora, en España se reedita uno de sus textos esenciales de investigación (Operación masacre) en una pequeña editorial recién creada (451 editores), que le presenta como “escritor, periodista y guerrillero”.
Es muy difícil reducir a unas pocas líneas la obra periodística y la práctica política de aquel hombre que vivió medio siglo (1927-1977) y que representa como pocos la tensión —no resuelta— entre el intelectual y la política, entre el periodismo y el compromiso revolucionario según se interpretaba éste en las décadas de los años sesenta y setenta del siglo pasado, en una parte del mundo como América Latina.
Especializado en el género policial (Diez cuentos policiales, Variaciones en rojo); autor con poco éxito de varias obras de teatro, traductor, periodista de investigación (Operación masacre, El caso Satanowski, ¿Quién mató a Rosendo?); fundador y colaborador de varios medios de comunicación; participante en la creación de la citada Prensa Latina; militante peronista y dirigente montonero en la clandestinidad (con cuya dirección tuvo diferencias, poco antes de morir, sobre una estrategia que, según Walsh, llevaba al aniquilamiento), etcétera.
Estando en la clandestinidad en Buenos Aires fundó, en 1976, la Agencia de Noticias Clandestinas (Ancla) para combatir la desinformación, el silencio y la manipulación que la Junta argentina había impuesto tras su golpe de Estado. En el primer aniversario de ese golpe militar, Walsh escribe su Carta abierta de un escritor a la Junta Militar, que ha devenido, sin duda, en su intervención más celebérrima como denuncia del terrorismo de Estado de los Videla y compañía, y de la que García Márquez ha dicho que “quedará para siempre como una obra maestra del periodismo universal”. “La censura de prensa, la persecución de intelectuales, el allanamiento de mi casa en El Tigre, el asesinato de amigos queridos y la pérdida de una hija que murió combatiendo son algunos de los hechos que me obligan a esta forma de expresión clandestina después de haber opinado libremente como escritor y periodista durante casi treinta años (…) Lo que ustedes llaman aciertos son errores, lo que reconocen como errores son crímenes y lo que omiten son calamidades”, escribe Walsh en los dos primeros párrafos.
La Carta... profundiza en lo que será, quizá, la mayor aportación a la historia del terror de los milicos argentinos: la desaparición de cuerpos que oficialmente no existían, y la tortura: “Han despojado ustedes a la tortura de su límite en el tiempo. Como el detenido no existe, no hay posibilidad de presentarlo al juez (…) Han llegado ustedes a la tortura absoluta, intemporal, metafísica en la medida que el fin original de obtener información se extravía en las mentes perturbadas que la administran para ceder al impulso de machacar la sustancia humana hasta quebrarla y hacerle perder la dignidad que perdió el verdugo, que ustedes han perdido”.
Al día siguiente de que los primeros ejemplares clandestinos de este J’accuse zoliano contemporáneo que es la Carta de un escritor a la Junta Militar se hicieran públicos, una vez que el general Videla hubiera acudido como todas las mañanas a comulgar, Rodolfo Walsh fue emboscado en las calles de Buenos Aires (seguramente denunciado por algún falso compañero), se enfrentó con la pistola a sus oponentes, fue herido, desapareció y nunca más se supo de él.
Murió chupado por el terror. La Carta... fue su sentencia de muerte; los milicos no pudieron mirarse al espejo de su denuncia. Desde entonces, Walsh, junto con Haroldo Conti (de quien también se acaban de publicar en España sus estupendos Cuentos completos, editorial Bartleby) y tantos otros miles, forman parte del victimario inidentificado de esas juntas militares de tan infausta memoria contemporánea.
Operación masacre, el libro que ahora aparece en España, es una investigación periodística de Walsh. En el año 1956 se produce en Argentina una sublevación contra el Gobierno militar del general Aramburu. Una docena de personas que viven en el Gran Buenos Aires se ha reunido en la casa de uno de ellos para escuchar por radio el combate de boxeo por el título suramericano de los pesos medios entre el campeón argentino Lausse y el aspirante chileno Loayza. Sólo uno de ellos sabe lo que está ocurriendo en las guarniciones militares. Todos son detenidos sin orden judicial y la mayor parte fusilados sin juicio previo. No hay garantía alguna.
En el colmo del desvarío y la chapuza, siete de ellos sobreviven al fusilamiento y son perseguidos para que no ejerzan de testigos de cargo de tan grave violación de los derechos humanos. Aterrorizados, sólo uno de los supervivientes se atreve a ir a la justicia. Los hechos que se relatan en Operación masacre fueron sistemáticamente negados o desfigurados por “el Gobierno de la Revolución Libertadora”, como se hacían llamar a sí mismos aquellos militares. Operación masacre es la reconstrucción sistemática de los hechos y de sus protagonistas.
Este gran pedazo de nuevo periodismo se escribe ocho años antes de que aparezca A sangre fría, de Truman Capote, a quien tanto recuerda, y antes, mucho antes, de las obras de Norman Mailer o Tom Wolfe.
Tan importante como el relato mismo son las reflexiones que va haciendo Rodolfo Walsh a la luz del desarrollo del proceso: la Argentina liberadora y democrática de julio de 1956 no tuvo nada que envidiar al infierno nazi. Su principal éxito fue el esclarecimiento de los hechos, que parecían inverosímiles y que fue incapaz de publicar en los grandes medios de la época, que rechazaron la investigación. Aparecida primero en unas hojas volanderas y luego en forma de libro (que también le costó mucho publicar), Operación masacre es un texto que debe leer cualquiera que quiera dedicarse al periodismo. El fracaso de Walsh fue que los sucesivos Gobiernos no reconocieran la atrocidad y que incluso el principal culpable de los acontecimientos (el jefe de policía de la provincia de Buenos Aires) fuera ascendido por el general Aramburu.
Se comprenderá, dice en el epílogo del libro, escrito en 1964, que haya perdido algunas ilusiones, la ilusión en la justicia, en la reparación, en la democracia, en todas esas palabras “y finalmente en lo que una vez fue mi oficio y ya no lo es”.
Uno de los estudiosos de Walsh, el sociólogo Roberto Baschetti (Rodolfo Walsh vivo, ediciones de la Flor), al comentar las anteriores palabras, resume lo que puede ser parte de la clave de su evolución posterior: “A medida que investiga y comprueba que los asesinos siguen libres porque los apaña el Estado cómplice, sufre un desencanto que a su vez abre paso a un estadio superior de una toma de conciencia”.
Así es este Rodolfo Walsh, precursor del nuevo periodismo, brillante narrador, polémico político, que adoptó la lucha armada como método de resistencia ante la dictadura militar, que fue víctima de la misma y al que hoy, más de tres décadas después de su desaparición, se vuelve a editar y leer.
Es muy difícil reducir a unas pocas líneas la obra periodística y la práctica política de aquel hombre que vivió medio siglo (1927-1977) y que representa como pocos la tensión —no resuelta— entre el intelectual y la política, entre el periodismo y el compromiso revolucionario según se interpretaba éste en las décadas de los años sesenta y setenta del siglo pasado, en una parte del mundo como América Latina.
Especializado en el género policial (Diez cuentos policiales, Variaciones en rojo); autor con poco éxito de varias obras de teatro, traductor, periodista de investigación (Operación masacre, El caso Satanowski, ¿Quién mató a Rosendo?); fundador y colaborador de varios medios de comunicación; participante en la creación de la citada Prensa Latina; militante peronista y dirigente montonero en la clandestinidad (con cuya dirección tuvo diferencias, poco antes de morir, sobre una estrategia que, según Walsh, llevaba al aniquilamiento), etcétera.
Estando en la clandestinidad en Buenos Aires fundó, en 1976, la Agencia de Noticias Clandestinas (Ancla) para combatir la desinformación, el silencio y la manipulación que la Junta argentina había impuesto tras su golpe de Estado. En el primer aniversario de ese golpe militar, Walsh escribe su Carta abierta de un escritor a la Junta Militar, que ha devenido, sin duda, en su intervención más celebérrima como denuncia del terrorismo de Estado de los Videla y compañía, y de la que García Márquez ha dicho que “quedará para siempre como una obra maestra del periodismo universal”. “La censura de prensa, la persecución de intelectuales, el allanamiento de mi casa en El Tigre, el asesinato de amigos queridos y la pérdida de una hija que murió combatiendo son algunos de los hechos que me obligan a esta forma de expresión clandestina después de haber opinado libremente como escritor y periodista durante casi treinta años (…) Lo que ustedes llaman aciertos son errores, lo que reconocen como errores son crímenes y lo que omiten son calamidades”, escribe Walsh en los dos primeros párrafos.
La Carta... profundiza en lo que será, quizá, la mayor aportación a la historia del terror de los milicos argentinos: la desaparición de cuerpos que oficialmente no existían, y la tortura: “Han despojado ustedes a la tortura de su límite en el tiempo. Como el detenido no existe, no hay posibilidad de presentarlo al juez (…) Han llegado ustedes a la tortura absoluta, intemporal, metafísica en la medida que el fin original de obtener información se extravía en las mentes perturbadas que la administran para ceder al impulso de machacar la sustancia humana hasta quebrarla y hacerle perder la dignidad que perdió el verdugo, que ustedes han perdido”.
Al día siguiente de que los primeros ejemplares clandestinos de este J’accuse zoliano contemporáneo que es la Carta de un escritor a la Junta Militar se hicieran públicos, una vez que el general Videla hubiera acudido como todas las mañanas a comulgar, Rodolfo Walsh fue emboscado en las calles de Buenos Aires (seguramente denunciado por algún falso compañero), se enfrentó con la pistola a sus oponentes, fue herido, desapareció y nunca más se supo de él.
Murió chupado por el terror. La Carta... fue su sentencia de muerte; los milicos no pudieron mirarse al espejo de su denuncia. Desde entonces, Walsh, junto con Haroldo Conti (de quien también se acaban de publicar en España sus estupendos Cuentos completos, editorial Bartleby) y tantos otros miles, forman parte del victimario inidentificado de esas juntas militares de tan infausta memoria contemporánea.
Operación masacre, el libro que ahora aparece en España, es una investigación periodística de Walsh. En el año 1956 se produce en Argentina una sublevación contra el Gobierno militar del general Aramburu. Una docena de personas que viven en el Gran Buenos Aires se ha reunido en la casa de uno de ellos para escuchar por radio el combate de boxeo por el título suramericano de los pesos medios entre el campeón argentino Lausse y el aspirante chileno Loayza. Sólo uno de ellos sabe lo que está ocurriendo en las guarniciones militares. Todos son detenidos sin orden judicial y la mayor parte fusilados sin juicio previo. No hay garantía alguna.
En el colmo del desvarío y la chapuza, siete de ellos sobreviven al fusilamiento y son perseguidos para que no ejerzan de testigos de cargo de tan grave violación de los derechos humanos. Aterrorizados, sólo uno de los supervivientes se atreve a ir a la justicia. Los hechos que se relatan en Operación masacre fueron sistemáticamente negados o desfigurados por “el Gobierno de la Revolución Libertadora”, como se hacían llamar a sí mismos aquellos militares. Operación masacre es la reconstrucción sistemática de los hechos y de sus protagonistas.
Este gran pedazo de nuevo periodismo se escribe ocho años antes de que aparezca A sangre fría, de Truman Capote, a quien tanto recuerda, y antes, mucho antes, de las obras de Norman Mailer o Tom Wolfe.
Tan importante como el relato mismo son las reflexiones que va haciendo Rodolfo Walsh a la luz del desarrollo del proceso: la Argentina liberadora y democrática de julio de 1956 no tuvo nada que envidiar al infierno nazi. Su principal éxito fue el esclarecimiento de los hechos, que parecían inverosímiles y que fue incapaz de publicar en los grandes medios de la época, que rechazaron la investigación. Aparecida primero en unas hojas volanderas y luego en forma de libro (que también le costó mucho publicar), Operación masacre es un texto que debe leer cualquiera que quiera dedicarse al periodismo. El fracaso de Walsh fue que los sucesivos Gobiernos no reconocieran la atrocidad y que incluso el principal culpable de los acontecimientos (el jefe de policía de la provincia de Buenos Aires) fuera ascendido por el general Aramburu.
Se comprenderá, dice en el epílogo del libro, escrito en 1964, que haya perdido algunas ilusiones, la ilusión en la justicia, en la reparación, en la democracia, en todas esas palabras “y finalmente en lo que una vez fue mi oficio y ya no lo es”.
Uno de los estudiosos de Walsh, el sociólogo Roberto Baschetti (Rodolfo Walsh vivo, ediciones de la Flor), al comentar las anteriores palabras, resume lo que puede ser parte de la clave de su evolución posterior: “A medida que investiga y comprueba que los asesinos siguen libres porque los apaña el Estado cómplice, sufre un desencanto que a su vez abre paso a un estadio superior de una toma de conciencia”.
Así es este Rodolfo Walsh, precursor del nuevo periodismo, brillante narrador, polémico político, que adoptó la lucha armada como método de resistencia ante la dictadura militar, que fue víctima de la misma y al que hoy, más de tres décadas después de su desaparición, se vuelve a editar y leer.
Joaquín Estefanía