15 octubre 2008

Uno de los padres de la novela negra escribía su última obra


Hace 50 años.

Raymond Chandler dejaría inconclusa esa novela final, que sería terminada por otro autor.

La novela negra es un género literario que surge en los Estados Unidos en las primeras décadas del siglo XX, y que debe su nombre a que los primeros relatos que transcurren en esa atmósfera sórdida y opresiva se publicaron en la revista Black Mask. Por sus páginas pasaron escritores como Dashiell Hammet y Raymond Chandler, que es el autor de quien nos ocuparemos en este artículo.
El otro origen del género (novela negra) es precisamente la característica de los textos: los personajes son seres miserables y corruptos, delincuentes de poca monta que sueñan con dar el gran golpe, mujeres que engañan, estafan y matan por dinero, como la bella Wonderly de El halcón maltés, de Dashiell Hammet.
Dashiell Hammet creó al personaje Samuel Spade, un detective escéptico, que no confía en las mujeres y conoce al dedillo el código de los bajos fondos y la corrupción policial. Raymond Chandler es el creador del detective Philip Marlowe, un hombre hosco y solitario, irónico y desengañado de la vida, pero con una honradez a toda prueba.
Raymond Chandler nació en Chicago, el 22 de julio de 1888, no tuvo una vida fácil y su llegada a la literatura fue tardía, había estudiado en Francia y en Alemania, fue ejecutivo de una empresa petrolera de la que fue cancelado por acosar a varias secretarias, trabajó como periodista y regresó a Estados Unidos después de la primera guerra mundial.
En 1924 se casó con Pearl Cecily Bowen, Cissy, una mujer dieciocho años mayor que él y que sería su compañera de vida hasta 1954, año en que Cissy falleció. Según sus biógrafos, Chandler escribía con lentitud, corregía mucho y desechaba páginas completas hasta estar satisfecho con sus textos.
Trabajó como guionista de Hollywood, y su primera novela, El sueño eterno, apareció en 1939 cuando había cumplido 51 años. Además del éxito literario, El sueño eterno hizo historia, los protagonistas; Humphrey Bogart y Lauren Bacall estaban recién casados cuando comenzó a rodarse la película.
Chandler y su esposa vivieron siempre en La Jolla, California, en una casa lujosa, donde el escritor dio vida a las sombrías aventuras de su detective Marlowe, que tuvo en el cine caras muy famosas, como la del propio Bogart, Robert Mitchum, y la del siempre dúctil e inigualable Elliot Gould, que lo interpreta en El largo adiós.
Raymond Chandler era un hombre tan solitario como el mismo Philip Marlowe, sus mejores amigos eran sus pipas y el whisky, escribió poemas y cuentos que después convirtió en novelas, y le gustaba ironizar que era capaz de resucitar viejas ideas para convertirlas en oro nuevo.
En una carta a su amiga Helga Green, en 1958, Chandler le cuenta que está escribiendo un cuento que finalmente se publicaría como La punta del lápiz, la historia alude a un código de la mafia que significa que el señalado por el lápiz está condenado a muerte.
“Mi cuento trata de un tipo que intenta salirse de la organización de la Mafia pero sabe demasiado y alguien le dice que han enviado a un par de profesionales a matarlo. No tiene a nadie a quién pedirle ayuda, así que va a verlo a Marlowe. El problema es qué puede hacer Marlowe sin ponerse él mismo frente a las balas. Tengo algunas ideas y pienso que el cuento sería divertido de escribir”, dice la carta.
La punta del lápiz no es el mejor relato del escritor, aunque la idea original, que a él mismo le parecía buena, pasó a un segundo plano cuando las pocas energías que le quedaban las ocupó en una obra que dejó inconclusa, que fue terminada mucho tiempo después por Robert Parker, en lo que se considera un crimen literario menor, que ni el mismo Marlowe hubiera considerado digno de investigar y de castigar.
En El largo adiós, posiblemente su mejor novela y la más impresionante aventura de su carrera, el detective Philip Marlowe se despide de su amigo Terry Lennox con esta frase: “No le digo adiós; le digo hasta siempre. Adiós le dije antes, cuando usted era triste, solitario y final”.
Esos tres últimos adjetivos son perfectamente aplicables al escritor que terminó sus días en La Jolla, en el mes de marzo de 1959. Nadie sabe lo que pensó Chandler en sus últimas horas, pero talvez haya intuido en alguno de sus ratos de sobriedad, que su personaje Philip Marlowe no moriría con él y que, por ese sortilegio con que el arte bendice a los héroes de ficción, la misión que le sería conferida de una vez y para siempre fuera la de seguir deleitando a las sucesivas generaciones de lectores que lo esperaban desde la eternidad.


Santiago Almado