23 marzo 2010

Domingo Villar, en " Diario de Jerez"


Tras el éxito obtenido con 'Ojos de agua', el gallego Domingo Villar retomó las aventuras del inspector Leo Caldas en 'La playa de los ahogados'. Una segunda entrega que ya va por su sexta edición

Pilar Vera / Cádiz

¿Por qué gusta la literatura negra?



Fundamentalmente, porque presenta historias con pulso. Supone un consuelo para el aventurero sedentario que habita en todos nosotros. Una novela negra ofrece, en irresistible mezcla, intereses ocultos, espíritus torturados, secretos, crímenes e incógnitas.



Domingo Villar (Vigo, 1971) presentaba en Ojos de agua una buena muestra del género. Con doce ediciones en el mercado, se llevó a casa, entre otros premios, el Sintagma y dos categorías del Crime Thriller Awards, del Reino Unido. Siruela acaba de publicar la segunda entrega de las aventuras de Leo Caldas, La playa de los ahogados, que ya va por su octava edición.

-Dicen que le gustan los vinos. ¿Cuál ha sido lo último que ha probado que le ha llamado la atención?

- Pues, en blancos, un vino gallego: un Guitián sobre lías hecho a la manera de los vinos de Sauterne, elaborado con técnica de bastonage, que consiste en mover los posos para que se haga más graso.

-La crítica Alice Fiering define el albariño como el "Ben Affleck de los vinos: una promesa que se quemó en la industria". ¿Eso es que no han ido juntos de paseo?

- Pues si le hiciera un recorrido, seguro que cambiaba de opinión. La gente a la que le gusta el vino no suele ser mala gente y terminaría convenciéndola.

-Leyéndole, uno llega a la conclusión de que la morriña puede ser muy productiva...

-Productiva, desde luego. Pero, sobre todo, estimulante. Una de las razones para escribir es poder recrear de nuevo esos lugares que tanto me gustan... siempre digo que mis libros, por fuera, son novelas policíacas pero, por dentro, son cantos de amor a una tierra. En Galicia es donde yo nací y crecí y, por desgracia, no es donde han nacido y crecen mis hijos.

-Leo Caldas, su detective protagonista, es un personaje bien construido con pocas líneas, muy en el modelo de Pepe Carvalho. ¿Cómo le nació?

- Pues fue de parto natural. Poco doloroso, además. Al verlos después te das cuenta de que esos hijos tuyos que son los personajes tienen parte de la carga genética del autor. Leo Caldas reúne virtudes y defectos míos, y algunas de las cualidades que a mí me hubiera gustado tener o que he visto en los demás y he deseado para mí. Es una mezcla de mi propia persona y de mis intenciones, como terminan siendo todos los personajes. Y, como todos los personajes, vive su vida. Los escritores los echamos a volar, como a los hijos, y ellos vuelan como quieren.

-Teniendo en cuenta cómo describe al locutor que trabaja con Caldas... ¿tiene un 'libro de idiotas' con más de un periodista? Porque la verdad es que damos juego...

-(Risas) Algunos lo son, no le quepa duda. Pero también lo son muchos escritores, y muchos arquitectos. En el libro de idiotas siempre es posible encontrar un hueco para todo el mundo.

-¿Habla con muchos forenses?

- Con algunos forenses. Prefiero en mis novelas que haya verosimilitud, eso me importa más que el saber con detalle cada uno de los procedimientos, por eso prefiero no entrar en asuntos que exijan explicaciones demasiado detalladas. Por suerte escribo libros de ficción y no tratados de medicina.

-Doce ediciones de Ojos de agua, ya van ocho de La playa de los ahogados... ¿Cuándo comenzó a darse cuenta de que las cosas iban mejor de lo que había pensado?

-Pues en cuanto más gente, además de mí mismo, empezó a ver que era escritor: una condición que yo ya sabía que tenía, pero no los demás. No hay mucha más diferencia: sigo escribiendo las historias pensadas para un único lector con indiferencia de que se multiplique por dos o por más. Lo que sí es cierto es que me da mucha seguridad. Frente a quien piensa que el primer éxito puede amedrentar al escritor, yo creo que es al revés. Saber que no estoy solo, que voy con amigos, me ayuda a adentrarme en el bosque nuevo que es la nueva novela.

-La historia que nos presenta en La playa de los ahogados es una historia limpia, bien liada y presentada, que parece escrita casi sin esfuerzo. Y que viene a ser, justo, lo que más trabajo da.

-Generalmente, sí. Es como en la arquitectura, que al final se ve un trabajo bien hecho pero no el andamio... En la literatura se trata que el lector avance por las páginas sin que haya restos de la construcción narrativa. Es más fácil llenar una página de adverbios o adjetivos que encontrar el sustantivo o el calificativo atinado que sustituya a todo lo demás.

-¿Pensó en el binomio Leo Caldas-Rafael Estévez como una pareja a lo Holmes-Watson?

-Bueno, las parejas literarias no son cosa ni mía ni de Conan Doyle, sino del sistema. Normalmente, cuando uno tiene un problema y llama a la Policía aparecen dos personas. En este caso, esta pareja de hecho que son Leo Caldas y Rafael Estévez me ayudaba, sobre todo este último, a focalizar la realidad. Colocar a un personaje de fuera en un territorio aparentemente hostil, te sirve para ir contando las cosas que no entiende, presentándole al lector el modo de vida o el carácter de los gallegos. Estévez es, para mí, una joya de personaje, un poco osado y más directo de lo que somos los gallegos, sí, pero viene bien que nos espoleen de vez en cuando.

-¿Qué va a ir aprendiendo Leo Caldas?

-Lo que vaya aprendiendo, me lo va a ir enseñando él a mí. A medida que lo voy conociendo más, voy descubriendo cosas nuevas de él. La magia que tiene hacer literatura es que te puedes ir asomando a ventanas nuevas cada vez. Parte de la magia es precisamente no saber qué es lo que vas a encontrar. Y yo tengo aún mucho por descubrir.

-No es extraño que un escritor termine conociéndose a sí mismo a través de sus personajes...

-Claro. Yo soy de la opinión de Bioy Casares, que creía que la literatura nos permitía vivir la vida. Y te sirve, también, para saber anteponer lo importante a lo urgente, que es algo que a veces olvidamos.


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