13 febrero 2007

Tributo por Rodolfo Walsh, de Mercedes Santos Moray


Entre los libros que presenta la editorial Casa de las Américas en la XVI Feria Internacional del Libro se encuentra Operación masacre, del periodista y escritor argentino Rodolfo Walsh, obra que tuvo su primera edición en formato de libro hace ya medio siglo.
Muchos críticos e intelectuales rioplatenses afirman que la autoría del llamado género de la novela-testimonio en verdad no debiera atribuirse al talentoso Truman Capote por su A sangre fría, sino a Rodolfo Jorge Walsh por el título que he mencionado, publicado primero en crónicas en la prensa bonaerense y como libro nueve años antes de aparecer la célebre novela norteamericana.
Más allá de la polémica lo cierto es que aquel amigo nuestro nacido en Choele-Choel, provincia de Río Negro, hace ya ocho décadas y asesinado por las fuerzas represivas de la dictadura hace también tres décadas cuando sólo contaba con 50 años de edad, es un ejemplo de intelectual orgánico, como lo demostró con su vida y su obra, en la que amén de su autoría de varios títulos narrativos y periodísticos, fue también traductor y estuvo vinculado con el universo editorial.
El género policial, la cuentística y la integración en su discurso de los recursos del periodismo y del testimonio convierten a Walsh en una de las más sólidas personalidades de las letras y la cultura argentina del siglo XX.
Cuba también atesora su presencia y le tributa homenaje, con esta nueva edición de su obra más reconocida, y recordamos cómo a partir de 1959 él se vincularía a las transformaciones sociales en la Isla, al ser uno de los fundadores de Prensa Latina y vivir la experiencia, en los días de la agresión de Bahía de Cochinos, de cómo lo rememora el también corresponsal de PL Gabriel García Márquez, de haber interceptado el cable cifrado de la inteligencia norteamericana, con el que se confirmaría la proyectada invasión por Playa Girón, en 1961.
“García Márquez recordaba: «Jorge Masetti, había instalado en la agencia una sala especial de teletipos para captar y luego analizar en junta de redacción el material informativo de las agencias rivales. Una noche, por un accidente mecánico, Masetti se encontró en su oficina con un rollo de teletipo que no tenía noticias sino un mensaje muy largo en clave intrincada. Era en realidad un despacho de tráfico comercial de la «Tropical Cable» de Guatemala. Rodolfo Walsh, que por cierto repudiaba en secreto sus antiguos cuentos policiales, se empeñó en descifrar el mensaje con ayuda de unos manuales de criptografía recreativa que compró en una librería de lance de La Habana. Lo consiguió al cabo de muchas horas insomnes, sin haberlo hecho nunca y sin ningún entrenamiento en la materia, y lo que encontró dentro no solo fue una noticia sensacional para un periodista militante, sino una información providencial para el gobierno revolucionario de Cuba. El cable estaba dirigido a Washington por el jefe de la CIA en Guatemala, adscrito al personal de la embajada de Estados Unidos en ese país, y era un informe minucioso de los preparativos de un desembarco en Cuba por cuenta del gobierno norteamericano. Se revelaba, inclusive, el lugar donde empezaban a prepararse los reclutas: la hacienda Retalhuleu, un antiguo cafetal al norte de Guatemala».
Al retornar a su patria, continuó su profesión en la prensa y en órganos como Primera Plana, Panorama y el semanario de la CGT entre 1968 y 1970. Después, y en 1972, escribiría por un año en el Semanario Villero y en el diario Noticias hasta que esta publicación fue clausurada en 1974. Allí se publicaba a diario la tira El Eternauta, de Héctor G. Oesterheld. También dirigió junto al hoy juez Eduardo Luis Duhalde, junto a Paco Urondo, Rodolfo Ortega Peña y Haroldo Conti, la revista Militancia, que salió en 1973 y al año siguiente fue igualmente clausurada por régimen de Isabel Perón.
Desde entonces pasaría a la clandestinidad, comprometido con el movimiento de los Montoneros, con el nombre de guerra de «Esteban». Para esa tarea decía: «No se puede vencer a un enemigo sin antes comprenderlo».
Mas el compromiso ideológico de Rodolfo Walsh no comenzó en los 70, sino que irrumpió en los años 50, cuando asumió la historia de los fusilamientos clandestinos de junio de 1956, bajo el gobierno militar del general Aramburu.
Atrás quedarían sus cuentos policiales, la novela que planeaba, el propio periodismo y se transformaba el hombre, al saber la noticia del testigo que le sirvió de pivote para su investigación, al que se irían sumando, durante 15 años nuevos testimoniantes de aquellos sucesos, lo que le permitió continuamente también enriquecer cada edición de su Operación masacre.
Él mismo sintetizaría la experiencia que lo impactó y que transformó su escritura y su vida:“La violencia me ha salpicado las paredes, en las ventanas hay agujeros de balas, he visto un coche agujereado y adentro un hombre con los sesos al aire, pero es solamente el azar lo que me ha puesto eso ante los ojos. Pudo ocurrir a cien kilómetros, pudo ocurrir cuando yo no estaba. Seis meses más tarde, una noche asfixiante de verano, frente a un vaso de cerveza, un hombre me dice:
“Hay un fusilado que vive. No sé qué es lo que consigue atraerme en esa historia difusa, lejana, erizada de improbabilidades. No sé por qué pido hablar con ese hombre, por qué estoy hablando con Juan Carlos Livraga. Pero después sé. Miro esa cara, el agujero en la mejilla, el agujero más grande en la garganta, la boca quebrada y los ojos opacos donde se ha quedado flotando una sombra de muerte. Me siento insultado, como me sentí sin saberlo cuando oí aquel grito desgarrador detrás de la persiana. Livraga me cuenta su historia increíble; la creo en el acto. Así nace aquella investigación, este libro. La larga noche del 9 de junio vuelve sobre mí, por segunda vez me saca de “las suaves, tranquilas estaciones”. Ahora, durante casi un año no pensaré en otra cosa, abandonaré mi casa y mi trabajo, me llamaré Francisco Freyre, tendré una cédula falsa con ese nombre, un amigo me prestará una casa en el Tigre, durante dos meses viviré en un helado rancho de Merlo, llevaré conmigo un revólver, y a cada momento las figuras del drama volverán obsesivamente: Livraga bañado en sangre caminando por aquel interminable callejón por donde salió de la muerte, y el otro que se salvó con él disparando por el campo entre las balas, y los que se salvaron sin que él supiera, y los que no se salvaron…”
Ese era, entero y lindo, como dicen admirados por el Río de la Plata, el escritor Rodolfo Walsh, el mismo que fue emboscado, el 25 de marzo de 1977 en las calles de Buenos Aires y que resistió y lucho hasta caer herido, en manos de sus asesinos, los que intentaron borrarlo para siempre al desaparecer su cuerpo. El día anterior había escrito lo que sería su última palabra pública: la Carta Abierta a la Junta Militar. El que antes de caer, también había sufrido la dolorosa experiencia de perder a su hija María Victoria, guerrillera urbana y revolucionaria como él, en un desigual combate con el Ejército.
Emotivo, siempre apasionado, dejó también una carta a su Vicki, escrita al conocer del suceso: “La noticia de tu muerte me llegó hoy a las tres de la tarde. Estábamos en reunión... cuando empezaron a transmitir el comunicado. Escuché tu nombre, mal pronunciado, y tardé un segundo en asimilarlo. Maquinalmente empecé a santiguarme como cuando era chico. No terminé ese gesto. El mundo estuvo parado ese segundo. Después les dije a Mariana y a Pablo: -Era mi hija. Suspendí la reunión. Estoy aturdido. Muchas veces lo temía. Pensaba que era excesiva suerte, no ser golpeado, cuando tantos otros son (...).
Numerosos son los libros de autores argentinos preparados por las editoriales cubanas para esta XVI Feria…pero creo que ningún será más hermoso que aquel testimonio escrito por Rodolfo sobre los desgarradores sucesos de 1956, cuando comenzaba para la hermana nación un difícil período de milicos y torturadores, con breves afeites de democracia.
Hoy, su obra como su memoria protagonizan, de cierta manera, el homenaje que nuestro pueblo rinde a aquel pueblo y a sus artistas e intelectuales, identificado siempre con esa gran cultura argentina que en el siglo XIX contó, también con un periodista cubano que se llamó José Martí.


Fuente: CUBARTE

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