Leer
a Jordi Ledesma es meterse de lleno en una carrera de intensidad. Si Narcolepsia era como un maratón con su
ritmo constante, duro y asumible a la vez, El
diablo en cada esquina, es una carrera de media distancia dónde tienes que
subir cadencia y pulsaciones para dignificar tú esfuerzo. Jordi es esa liebre
de competición que te va marcando un tempo en los primeros párrafos
situacionales, te lanza con cuatro descripciones y te lleva en volandas hacia
el final de cada capítulo con tramas atractivas y enlazadas.
No
he visto a nadie perfilar con tanto detalle la decadencia, el delito, las
circunstancias de cada uno de los personajes corales que pueblan su bestiario y
que son protagonistas por igual de una trama aparentemente sencilla, pero con complejas,
infinitas diría yo, ramificaciones.
En
esta segunda novela gana en definición y equilibrio, es capaz en apenas
doscientas hojas de cazar la misma fuerza que en la anterior con muchas más,
sin perder ni un ápice de eficacia.
¿Dónde reside el encanto de El diablo en cada
esquina? Bueno, pues por si os parece poco lo dicho, añadiré la habilidad
narrativa de Ledesma para sobrevolar el fango, tan cerca que casi te puede
salpicar, desde la perspectiva de la normalidad. Me explico. Ya lo hizo y lo
repite con pasmosa facilidad. Sus protagonistas son bastante ordinarios, plenos
de matices cotidianos que te pueden hace pensar en familiaridades con alguno de
los tuyos, que se trabajan con desdén e inconsciencia un presente pleno de
vanidad, pero lóbrego al fin y al cabo, que más temprano que tarde les implica
unas tristes consecuencias que todos asumimos menos ellos . En ese descenso a
los círculos dantescos, Jordi Ledesma en un auténtico maestro que hace de El
diablo en cada esquina un envidiable tutorial del buen hacer narrativo.
Jordi
Ledesma, un autor con proyección, luego no digan que no les avisamos.
El
diablo en cada esquina
Jordi
Ledesma Álvarez
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