29 noviembre 2007

El nuevo policial argentino


Con Borges y Walsh como figuras tutelares, la novela de crimen escrita en el país tiene en Guillermo Martínez, Pablo De Santis y Claudia Piñeiro cultores que con sus últimos libros se han ganado un número creciente de seguidores


Ya es clásico decir que el género policial tiene dos grandes corrientes: la novela-problema o de enigma (por lo general inglesa) y la novela negra, por lo general norteamericana. En la Argentina esas dos corrientes tuvieron nombres generadores, casi mitos, que se ubican en cada uno de esos contextos de manera esquinada: Jorge Luis Borges y Rodolfo Walsh. Los dos escribieron relatos memorables que explotaron al extremo los dos campos y compilaron antologías que siguen manteniendo su vigor: internacional la de Borges con su amigo Bioy, y la primera del cuento argentino policial en el caso de Walsh, que en su primera etapa era un observador y seguidor obsesivo de Borges.

Otro rasgo es la forma de plantarse del género policial (y de casi todo género popular) -distinta de la que tiene la literatura o el best seller - ante la repercusión de prestigio o económica. Dicho de manera rápida: se obtiene más respeto escribiendo literatura, y se gana más con un best seller con elementos literarios o que mezcle lo policial con el folletín (el llamado thriller o los disparates ocultistas o religiosos, desde Dan Brown y El código Da Vinci en adelante).

En la Argentina no llegó a enraizarse un conjunto de nombres de producción sostenida. Hubo autores que aprovecharon coyunturas tan fugaces como la estabilidad económica, y a veces lograron títulos de perfil y calidad definidos, tanto en la novela de enigma como en la negra: Los que aman odian , de Bioy y Silvina Ocampo; El estruendo de las rosas , de Manuel Peyrou; El agua en los pulmones , de Juan Martini; Manual de perdedores, de Juan Sasturain o Últimos días de la víctima , de José Pablo Feinmann. Aun más perfectos que las novelas, hubo cuentos de Eduardo Mignogna o Samantha Schweblin que se agregaron a los clásicos de Walsh y Borges. Una quimera maravillosa sería el texto que aunara las reglas, la estructura y la tensión del género, con la multiplicidad de planos y el lenguaje de la literatura, o el poder de ventas del best seller. Pero pasa como en el resto de la realidad: todo no se puede.

Ahora hay una serie corta (como suelen ser en la Argentina) de noticias llamativas. Guillermo Martínez, que no se dedicaba al género en sus libros anteriores, ganó el premio Planeta con Crímenes imperceptibles , vendió mucho y la novela ha sido adaptada al cine nada menos que por Alex de la Iglesia, en una película que será estrenada en los próximos meses. En cambio Claudia Piñeiro arrancó con una perla rara, Tuya, un "policial negro" duro, pero de mujer, que usaba con acelerador los elementos del género: la violencia, el engaño, los cruces complicados. Después pasó, en Las viudas de los jueves (premio Clarín) , a un aggiornamento con el "clima de la época", y se convirtió, a su pesar, en una experta en "temas de countries ", ayudada por serviciales crímenes reales. Y terminó, en Elena sabe, comunicando con tal eficacia la vida terrible de una mujer anciana con Parkinson que la angustia se impone en el lector a casi cualquier otro plano.

Pablo De Santis, tranquilo, de perfil bajo, conocedor de varios géneros (el fantástico, la historieta, el policial), arañó el Planeta argentino con La traducción , una excelente "novela problema", que bien podría haber sido incluida en la vieja colección El Séptimo Círculo . Y dio el batacazo hace poco en el premio Planeta/Casa de América con El enigma de París, más bien un catálogo de casos y detectives, escrito con talento y pericia para la estructura y los aforismos atmosféricos o filosóficos ubicados con puntería.

Martínez había anunciado en su momento una continuación de Crímenes imperceptibles. Cuando lo hizo, el nombre de ese libro, muy poco "ganchero" para el cine, se había convertido en Los crímenes de Oxford , título que le ganó ventas masivas en la lejana Inglaterra, en su traducción al inglés. Pero en vez de instalar la serie, dio a conocer La muerte lenta de Luciana B. , que en caso de ser llevada al cine seguramente también cambiará de título.

Porque el polo del cine es poderoso e influyente. A tal punto que yo mismo no veo la hora de ver la película con Elijah Wood (al fin dejaré de asignarle al protagonista la cara del autor) y John Hurt, para poder dirimir algunas dudas estrictamente policiales que me habían quedado en la lectura del texto de Crímenes imperceptibles . Con respecto a La muerte lenta... me intriga saber, en caso de adaptación, el sitio donde ocurrirá, porque a diferencia, por ejemplo, de Elena sabe , me dio la sensación de que un par de nombres de calles o lugares no bastaban para ubicarla claramente en la ciudad de Buenos Aires.

El cruce triple del género policial (cada vez más desdibujado en cualquier país, incluso en Estados Unidos), la literatura (cada vez más inexistente) y el cine (que le copia a la TV el peso totalitario del éxito y la simplificación de los argumentos) produce efectos raros. La cercanía entre la adaptación de la novela de Guillermo Martínez y la de El pasado , de Alan Pauls, hace que uno las asocie, a pesar de que tienen poco que ver entre sí. La cercanía del cine, incluso la obsesión previa con él, por otra parte, hacen que a menudo se adelgacen el lenguaje, los personajes, el sentido del lugar, a la espera del guión final que les dará forma definitiva. Por el lado de lo literario el peligro es distinto, pero también existe. En el caso de Piñeiro, su última novela incluye dos citas de Thomas Bernhard, el delirante escritor austríaco que suele contaminar a quien lo lee como un cáncer (ya les pasó al francés Hervé Guibert y al argentino José Pablo Feinmann).

En el caso de otra novela reciente, Madrugada negra , de Cristian Rodríguez, la elaboración de la resaca eterna de violencia de la dictadura apuesta a un lenguaje barroco, cercano a Osvaldo Lamborghini, incluidas las escenas shocking sin descanso. Ahí, en el medio de la nada, el género sigue pataleando, escapando, luchando por sobrevivir.


Por Elvio E. Gandolfo Para LA NACION



Noticia facilitada por: Gonzalo Baeza


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