Artículo de Fernando Martínez Laínez sobre Ley garrote en ABC (19.05.2007)
El cielo opresor
Hay ciudades que llevan la negritud en sus entrañas, y en ese sentido puede que México D. F. se lleve la palma. Con 27 millones de habitantes sobre un lago desecado a dos mil metros de altura, más que ciudad es una arracimada desmesura urbana. En el mundo, seguramente no hay escenario mejor para ambientar una historia negra, a condición de utilizarlo bien, como hace Joaquín Guerrero-Casasola en la novela Ley Garrote (Roca Editorial, 2007).
Con pocos personajes, extraídos de un repertorio de «gran guiñol», Guerrero-Casasola demuestra que se puede levantar una buena trama con materiales sencillos, sin rebuscamientos financiero-legales o confabulaciones esotéricas. En Ley Garrote todo es simple y siniestro, como corresponde al esperpéntico espacio urbano elegido y a las gentes que lo habitan. Aunque guionista de más de 600 horas de telenovelas, Casasola parecía predestinado a la novela negra desde la infancia. «Crecí -ha confesado- encima de un tanatorio, frente a un hospital y cerca de una delegación de policía.» Una lejana mirada negra producto del azar, que al autor le ha servido para superar la prueba de fuego literaria.
Ley Garrote contiene elementos dispares bien ensamblados por la fluidez de una trama escueta, que no decae ni se pierde en ramificaciones accesorias. Entremezcla con acierto parodia, spaghetti western a la mexicana y el inevitable componente surrealista de una realidad delincuente que supera la ficción novelesca más desmadrada. También los personajes están a la altura del empeño, empezando por el protagonista, Gil Baleares, ex policía judicial, investigador privado al borde del derrumbe. Vive con su padre, «El Perro» -una leyenda de turbio pasado policial enfermo de Alzheimer-, y para comprarse un coche nuevo acepta resolver el secuestro de una muchacha, hija del dueño de una acreditada marca de dulces pegajosos.
Éstas son las piezas iniciales y permanentes del lance. De trasfondo, el cáncer social del secuestro. Negocio sanguinario de muchas variantes que en Ley Garrote se catalogan: «Exprés, tradicional, virtual, colectivo, individual, de persona, animales y hasta de gente que no ha nacido». Actividad de complejo escalafón laboral: capturistas, vigilantes, ejecutores, inquilinos, chalanes, enfermeras y telefonistas. Cada uno a lo suyo, sin saber nada de los otros. Posible moraleja: la libertad como algo por lo que hay que pagar a la serpiente enrollada del crimen, siempre al acecho, con la cabeza escondida, dispuesta a morder. Sálvese quien pueda.
Fuente: Jordi Canal
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