El autor de Mystic River es ya un clásico de la literatura negra estadounidense. En su último libro, Cualquier otro día, viaja al año 1919 en busca de la gran novela americana
Si hubiese que definir con dos palabras lo que escribe Dennis Lehane, uno elegiría "furia" e "ironía". No necesariamente en este orden. La ironía furiosa, o la furia irónica, le ha servido para convertirse en uno de los maestros del nuevo género negro estadounidense: Mystic River, Shutter Island y las cinco novelas protagonizadas por los detectives Kenzie y Gennaro son ya obras clásicas. Tal vez su última novela, Cualquier otro día, un relato histórico sobre el Boston de los años posteriores a la Primera Guerra Mundial que acaba de editar RBA, no se ajuste a los patrones convencionales del género, pero la turbulencia con que arrastra al lector a lo largo de 728 páginas es propia de los textos más negros y afilados.
Dennis Lehane nació en Dorchester, un barrio obrero de Boston, en 1965. Dorchester es el escenario de la serie Kenzie-Gennaro y su mezcla de irlandeses, negros, alcohol y música ha embriagado a millones de lectores. Este corresponsal visitó Dorchester antes de acudir a su cita con Lehane y descubrió un barrio destartalado y afanoso, esencialmente vietnamita. "Lo siento, mi Dorchester es el de mi infancia, algo que ya no existe", explica Lehane, recién sentado a la mesa. Mira a su alrededor, la cafetería de una librería céntrica a las once de la mañana, y hace una pregunta al periodista: "¿Le importaría que fuéramos a un bar de verdad?". Ya en un bar de verdad, el escritor se alegra de que la conversación no haya comenzado con la cuestión que más le plantean estos días: ¿cómo es trabajar con Clint Eastwood y Martin Scorsese? En realidad, no ha trabajado con ninguno de los dos. Eastwood adaptó al cine Mystic River y Scorsese ha hecho lo mismo con Shutter Island, cuyo estreno está previsto para las próximas semanas. La película quedó lista en verano de 2009, pero ha pasado una temporada en el congelador. "Los productores se asustaron por los malos resultados de obras como Enemigo público o La sombra del poder, que tenían presupuestos similares a Shutter Island, en torno a los cien millones de dólares, y eran realmente buenas. "Ya ve", suspira, "hay dudas incluso con una película de Scorsese. Parece que ahora Hollywood sólo sirve para filmar historias de androides mutantes en el ciberespacio y cosas así, dirigidas a un público, digamos, intelectualmente elemental".
Las tramas argumentales de Lehane suelen funcionar como un reloj. Él admite, sin embargo, que son su punto flaco. "Cuando empiezo a escribir no tengo ni idea de lo que va a suceder, se perfila sobre la marcha; el desenlace de Mystic River, por ejemplo, se me ocurrió con el texto ya muy avanzado. Sólo tenía clara la historia desde el principio en Shutter Island, y fue horroroso: tardé sólo tres meses en terminarla, encerrado como un cavernícola, porque sabía de antemano todo lo que le iba a pasar al protagonista, y eso me hacía sufrir".
Shutter Island es realmente angustiosa, una combinación oscurísima de intriga policial, ambiente gótico y terrores nocturnos. Como es habitual en las novelas de Lehane, el arranque resulta plácido, casi benévolo. "Eso me lo han dicho otras veces. Vale, dos tipos que van en una lancha no proporcionan una primera página de vértigo. Pero cuidado, sabemos que esos dos tipos son policías, y sabemos que acuden a una isla de cuyo hospital psiquiátrico se ha escapado una asesina. ¿Le parece un principio poco interesante? No me gustan los artificios literarios ni las historias que arrancan a gran velocidad, creo que el arte de narrar es otra cosa".
El arte de narrar es una de las cualidades que se atribuyen a los irlandeses. Lehane lo es. No desciende de inmigrantes irlandeses del siglo XIX, sino de inmigrantes de este siglo. Su padre y su madre nacieron en Irlanda y viajaron a Boston en busca de trabajo. Él, como conserje en unos grandes almacenes; ella, como camarera en una cafetería. "Los irlandeses son una gente muy celosa de su intimidad y, a la vez, volcada en la comunicación interpersonal. ¿Cómo se las arreglan? Contando historias. Hablan de sí mismos indirectamente, a través de historias". El pequeño Dennis, el menor de cinco hermanos, aprendió a narrar en casa y en el barrio, escuchando frases, cadencias, la música del lenguaje. "Siempre supe que quería ser escritor", dice, "y desde el principio fui bueno con los diálogos: me bastaba con recordar los diálogos secos, mordaces, expresivos, que escuchaba a los irlandeses y a los negros en Dorchester".
Dennis Lehane había obtenido un gran éxito como autor de novelas policiacas y guionista ocasional de The Wire, la excepcional serie televisiva creada por David Simon y producida por HBO. Ningún escritor estadounidense, sin embargo, se libra de la tentación de Moby Dick, la tentación de acometer una obra magna, apoteósica. Eso es Cualquier otro día. Cinco años de trabajo rematados como suelen rematarse estas cosas. "Yo seguía escribiendo", explica, "y no veía aún el final del libro, y un día, para quitármela de encima, le dije a mi editora que la cosa estaría terminada para fin de año. Hablamos del verano de 2008. El problema es que me creyó, fue a la Feria de Francfort y vendió los derechos a varias editoriales europeas. ¿Qué podía hacer yo? ¿Defraudar a toda esa gente? Tuve que encerrarme y acabar a toda prisa".
En Cualquier otro día no se perciben las prisas, sino los cinco años y un talento narrativo cercano a la monstruosidad. Dos historias, la de un joven policía blanco y la de un joven buscavidas negro, se entrelazan en Boston con el terrorismo anarquista, con el incipiente movimiento por la igualdad racial, con el fenómeno del béisbol, con la corrupción política y con la gran huelga policial del 9 de septiembre de 1919, que desató el caos en la ciudad y cambió la historia de las relaciones laborales en el país. "Luther, el protagonista negro, fue quien comenzó: parecía hablarme personalmente, me resultaba muy fácil contar sus cosas; luego fue apareciendo todo lo demás".
Cualquier otro día rebosa también furia e ironía, esos elementos que señalábamos al principio. Deben ser consustanciales a Lehane, aunque, sentado en el bar con el periodista, sólo se perciba la ironía. Hasta que se aborda el tema de la infancia. Los niños maltratados son una constante en las obras de Lehane, y son fundamentales en el argumento de Mystic River y Desapareció una noche (Gone, baby, gone), una novela de la serie Kenzie-Gennaro adaptada al cine por Ben Affleck.
Mientras estudiaba, Dennis Lehane trabajó varios años como monitor en un centro de acogida para niños que habían sido víctimas de abusos sexuales. "He visto destrucción a gran escala", afirma, "vidas que son irrecuperables sin haber llegado a la adolescencia, y en este asunto de los niños maltratados acabo sintonizando con la derecha más extrema. Entiéndame, no pido la muerte para quienes violan a niños, pero sí la prisión para siempre. Que no les hagan daño, que tengan una vida cómoda, pero que no salgan nunca más a la calle. ¿Sabe lo que ocurre? Que el niño maltratado se convierte en un adulto maltratador y reproduce un círculo vicioso. Creo que si apartáramos de la sociedad a los maltratadores, en un par de generaciones se habría roto el círculo y el problema dejaría de ser tan espantoso como ahora. Hay mucho más de lo que vemos, se lo aseguro".
Por un momento, el tono de voz, sin alzarse, roza la furia. Luego, al referirse a su experiencia como profesor de narrativa, se zambulle de nuevo en la ironía. "Me cansé", explica. "Me cansé de esos alumnos que te dicen: 'Hace dos años que no leo un libro, pero el último que leí era uno suyo'. Me cansé de esos chicos que se pasan el curso mirándote en silencio. Me cansé de que en cada curso hubiera sólo un buen estudiante. Cansancio aparte, también habría que tener en cuenta, supongo, que ya no necesito el dinero de la universidad. Eso debe haber contribuido a mi decisión de abandonar la carrera docente".
Cuando aún enseñaba, justo después de su primera novela, Un trago antes de la guerra, Lehane dirigió en 1995 una película. El periodista creía que la película, Vecindarios, era un documental sobre Boston. "No, qué va, era una comedia romántica. Pero no me extraña su confusión, porque nadie la vio. Ni mi mujer la ha visto. Fue un fracaso rotundo. Imagino que no era tan mala, pero comprobé que dirigir no era lo mío. Sé decidir un encuadre, sé filmar una escena; ahora bien, cuando llega ese momento en el que dedicas tres horas a discutir con un actor sobre cómo debe sostener un cigarrillo, me exaspero. A Scorsese le encanta, yo no lo soporto. No habría llegado a nada".
Lehane tuvo un hijo en agosto y eso interrumpió su relativa disciplina de trabajo. Ahora está terminando una nueva entrega de la serie Kenzie-Gennaro. "Dejé la serie tras la quinta novela porque ahí hay que marcar la frontera. ¿Se ha fijado en que ninguna serie de televisión aguanta bien más allá de cinco temporadas? The Wire llegó a la quinta, y llegó bien, pero la quinta fue peor que la cuarta. Se alcanza un punto en el que hay que forzar demasiado a los personajes. ¿Podíamos los guionistas de The Wire inventar nuevas formas de putear al pobre McNulty? Eso me pasó con Kenzie y Gennaro. Ahora, sin embargo, han transcurrido diez años, el mundo ha cambiado, ellos han envejecido, y la cosa vuelve a ser interesante".
Cuando acabe la nueva entrega detectivesca,se sumergirá en la continuación de Cualquier otro día. El hermano menor del policía blanco protagonizará una historia con la Mafia como fondo. Quién sabe: tal vez se esté fraguando esa quimera, tan remota y peligrosa como Moby Dick, llamada la gran novela americana.
'Cualquier otro día'. Dennis Lehane. Traducción de Carlos Milla e Isabel Ferrer. RBA. Barcelona, 2010. 728 páginas. 23 euros.
ENRIC GONZÁLEZ 22/01/2010
JOAN GUERRERO (FOTO)
http://www.elpais.com/
Si hubiese que definir con dos palabras lo que escribe Dennis Lehane, uno elegiría "furia" e "ironía". No necesariamente en este orden. La ironía furiosa, o la furia irónica, le ha servido para convertirse en uno de los maestros del nuevo género negro estadounidense: Mystic River, Shutter Island y las cinco novelas protagonizadas por los detectives Kenzie y Gennaro son ya obras clásicas. Tal vez su última novela, Cualquier otro día, un relato histórico sobre el Boston de los años posteriores a la Primera Guerra Mundial que acaba de editar RBA, no se ajuste a los patrones convencionales del género, pero la turbulencia con que arrastra al lector a lo largo de 728 páginas es propia de los textos más negros y afilados.
Dennis Lehane nació en Dorchester, un barrio obrero de Boston, en 1965. Dorchester es el escenario de la serie Kenzie-Gennaro y su mezcla de irlandeses, negros, alcohol y música ha embriagado a millones de lectores. Este corresponsal visitó Dorchester antes de acudir a su cita con Lehane y descubrió un barrio destartalado y afanoso, esencialmente vietnamita. "Lo siento, mi Dorchester es el de mi infancia, algo que ya no existe", explica Lehane, recién sentado a la mesa. Mira a su alrededor, la cafetería de una librería céntrica a las once de la mañana, y hace una pregunta al periodista: "¿Le importaría que fuéramos a un bar de verdad?". Ya en un bar de verdad, el escritor se alegra de que la conversación no haya comenzado con la cuestión que más le plantean estos días: ¿cómo es trabajar con Clint Eastwood y Martin Scorsese? En realidad, no ha trabajado con ninguno de los dos. Eastwood adaptó al cine Mystic River y Scorsese ha hecho lo mismo con Shutter Island, cuyo estreno está previsto para las próximas semanas. La película quedó lista en verano de 2009, pero ha pasado una temporada en el congelador. "Los productores se asustaron por los malos resultados de obras como Enemigo público o La sombra del poder, que tenían presupuestos similares a Shutter Island, en torno a los cien millones de dólares, y eran realmente buenas. "Ya ve", suspira, "hay dudas incluso con una película de Scorsese. Parece que ahora Hollywood sólo sirve para filmar historias de androides mutantes en el ciberespacio y cosas así, dirigidas a un público, digamos, intelectualmente elemental".
Las tramas argumentales de Lehane suelen funcionar como un reloj. Él admite, sin embargo, que son su punto flaco. "Cuando empiezo a escribir no tengo ni idea de lo que va a suceder, se perfila sobre la marcha; el desenlace de Mystic River, por ejemplo, se me ocurrió con el texto ya muy avanzado. Sólo tenía clara la historia desde el principio en Shutter Island, y fue horroroso: tardé sólo tres meses en terminarla, encerrado como un cavernícola, porque sabía de antemano todo lo que le iba a pasar al protagonista, y eso me hacía sufrir".
Shutter Island es realmente angustiosa, una combinación oscurísima de intriga policial, ambiente gótico y terrores nocturnos. Como es habitual en las novelas de Lehane, el arranque resulta plácido, casi benévolo. "Eso me lo han dicho otras veces. Vale, dos tipos que van en una lancha no proporcionan una primera página de vértigo. Pero cuidado, sabemos que esos dos tipos son policías, y sabemos que acuden a una isla de cuyo hospital psiquiátrico se ha escapado una asesina. ¿Le parece un principio poco interesante? No me gustan los artificios literarios ni las historias que arrancan a gran velocidad, creo que el arte de narrar es otra cosa".
El arte de narrar es una de las cualidades que se atribuyen a los irlandeses. Lehane lo es. No desciende de inmigrantes irlandeses del siglo XIX, sino de inmigrantes de este siglo. Su padre y su madre nacieron en Irlanda y viajaron a Boston en busca de trabajo. Él, como conserje en unos grandes almacenes; ella, como camarera en una cafetería. "Los irlandeses son una gente muy celosa de su intimidad y, a la vez, volcada en la comunicación interpersonal. ¿Cómo se las arreglan? Contando historias. Hablan de sí mismos indirectamente, a través de historias". El pequeño Dennis, el menor de cinco hermanos, aprendió a narrar en casa y en el barrio, escuchando frases, cadencias, la música del lenguaje. "Siempre supe que quería ser escritor", dice, "y desde el principio fui bueno con los diálogos: me bastaba con recordar los diálogos secos, mordaces, expresivos, que escuchaba a los irlandeses y a los negros en Dorchester".
Dennis Lehane había obtenido un gran éxito como autor de novelas policiacas y guionista ocasional de The Wire, la excepcional serie televisiva creada por David Simon y producida por HBO. Ningún escritor estadounidense, sin embargo, se libra de la tentación de Moby Dick, la tentación de acometer una obra magna, apoteósica. Eso es Cualquier otro día. Cinco años de trabajo rematados como suelen rematarse estas cosas. "Yo seguía escribiendo", explica, "y no veía aún el final del libro, y un día, para quitármela de encima, le dije a mi editora que la cosa estaría terminada para fin de año. Hablamos del verano de 2008. El problema es que me creyó, fue a la Feria de Francfort y vendió los derechos a varias editoriales europeas. ¿Qué podía hacer yo? ¿Defraudar a toda esa gente? Tuve que encerrarme y acabar a toda prisa".
En Cualquier otro día no se perciben las prisas, sino los cinco años y un talento narrativo cercano a la monstruosidad. Dos historias, la de un joven policía blanco y la de un joven buscavidas negro, se entrelazan en Boston con el terrorismo anarquista, con el incipiente movimiento por la igualdad racial, con el fenómeno del béisbol, con la corrupción política y con la gran huelga policial del 9 de septiembre de 1919, que desató el caos en la ciudad y cambió la historia de las relaciones laborales en el país. "Luther, el protagonista negro, fue quien comenzó: parecía hablarme personalmente, me resultaba muy fácil contar sus cosas; luego fue apareciendo todo lo demás".
Cualquier otro día rebosa también furia e ironía, esos elementos que señalábamos al principio. Deben ser consustanciales a Lehane, aunque, sentado en el bar con el periodista, sólo se perciba la ironía. Hasta que se aborda el tema de la infancia. Los niños maltratados son una constante en las obras de Lehane, y son fundamentales en el argumento de Mystic River y Desapareció una noche (Gone, baby, gone), una novela de la serie Kenzie-Gennaro adaptada al cine por Ben Affleck.
Mientras estudiaba, Dennis Lehane trabajó varios años como monitor en un centro de acogida para niños que habían sido víctimas de abusos sexuales. "He visto destrucción a gran escala", afirma, "vidas que son irrecuperables sin haber llegado a la adolescencia, y en este asunto de los niños maltratados acabo sintonizando con la derecha más extrema. Entiéndame, no pido la muerte para quienes violan a niños, pero sí la prisión para siempre. Que no les hagan daño, que tengan una vida cómoda, pero que no salgan nunca más a la calle. ¿Sabe lo que ocurre? Que el niño maltratado se convierte en un adulto maltratador y reproduce un círculo vicioso. Creo que si apartáramos de la sociedad a los maltratadores, en un par de generaciones se habría roto el círculo y el problema dejaría de ser tan espantoso como ahora. Hay mucho más de lo que vemos, se lo aseguro".
Por un momento, el tono de voz, sin alzarse, roza la furia. Luego, al referirse a su experiencia como profesor de narrativa, se zambulle de nuevo en la ironía. "Me cansé", explica. "Me cansé de esos alumnos que te dicen: 'Hace dos años que no leo un libro, pero el último que leí era uno suyo'. Me cansé de esos chicos que se pasan el curso mirándote en silencio. Me cansé de que en cada curso hubiera sólo un buen estudiante. Cansancio aparte, también habría que tener en cuenta, supongo, que ya no necesito el dinero de la universidad. Eso debe haber contribuido a mi decisión de abandonar la carrera docente".
Cuando aún enseñaba, justo después de su primera novela, Un trago antes de la guerra, Lehane dirigió en 1995 una película. El periodista creía que la película, Vecindarios, era un documental sobre Boston. "No, qué va, era una comedia romántica. Pero no me extraña su confusión, porque nadie la vio. Ni mi mujer la ha visto. Fue un fracaso rotundo. Imagino que no era tan mala, pero comprobé que dirigir no era lo mío. Sé decidir un encuadre, sé filmar una escena; ahora bien, cuando llega ese momento en el que dedicas tres horas a discutir con un actor sobre cómo debe sostener un cigarrillo, me exaspero. A Scorsese le encanta, yo no lo soporto. No habría llegado a nada".
Lehane tuvo un hijo en agosto y eso interrumpió su relativa disciplina de trabajo. Ahora está terminando una nueva entrega de la serie Kenzie-Gennaro. "Dejé la serie tras la quinta novela porque ahí hay que marcar la frontera. ¿Se ha fijado en que ninguna serie de televisión aguanta bien más allá de cinco temporadas? The Wire llegó a la quinta, y llegó bien, pero la quinta fue peor que la cuarta. Se alcanza un punto en el que hay que forzar demasiado a los personajes. ¿Podíamos los guionistas de The Wire inventar nuevas formas de putear al pobre McNulty? Eso me pasó con Kenzie y Gennaro. Ahora, sin embargo, han transcurrido diez años, el mundo ha cambiado, ellos han envejecido, y la cosa vuelve a ser interesante".
Cuando acabe la nueva entrega detectivesca,se sumergirá en la continuación de Cualquier otro día. El hermano menor del policía blanco protagonizará una historia con la Mafia como fondo. Quién sabe: tal vez se esté fraguando esa quimera, tan remota y peligrosa como Moby Dick, llamada la gran novela americana.
'Cualquier otro día'. Dennis Lehane. Traducción de Carlos Milla e Isabel Ferrer. RBA. Barcelona, 2010. 728 páginas. 23 euros.
ENRIC GONZÁLEZ 22/01/2010
JOAN GUERRERO (FOTO)
http://www.elpais.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario