Borja es psiquiatra de la misma manera que podría ser capador de monos: el chico servía para estudiar, en
la universidad había buen rollo y, como no sabía qué carrera escoger, pensó que lo de psiquiatra no estaría
mal, al menos no tendría que tomar tantas precauciones como capando monos. Es un tipo cínico y egoista,
al que le salva de un par de fusilamientos diarios un sentido del humor beligerante. Es a sus pacientes que
no les salva ni Dios si caen en sus manos, pero quizás es a través de los pacientes de Borja que el lector
encuentra un fresco de tipos humanos de lo más divertido, al menos si posee el sentido del humor
suficiente y la capacidad de perdón necesarios para acordarse de que son seres humanos y por tanto
productos imperfectos.
En el relato del día a día de Borja no se perdona nada, no se justifica a nadie, pero se recuerda al lector que
cualquier día te puedes encontrar con alguien que te recuerda a uno de sus pacientes (cliente prefiere
llamarles él) y en el peor de los casos te das cuenta de que tal paciente tiene tus mismos tics (no vamos a
ser tan crueles de llamarles pecados) y te sientes acompañado y justificado por la compañía. No
repartiremos etiquetas a los pacientes de Borja, entre otras cosas porque la gente no es tan fácil de
etiquetar y además se enfadan al verse contenidos en una dichosa etiqueta, con lo completos e importantes
que nos consideramos todos.
Meretrices y psiquiatras.
Confesiones de un loquero
Luis Gutíerrez Maluenda
FLAMMA Editorial 2015
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