“Grupo Antiatracos” es el título en que Mariano Sánchez Soler nos presenta, por primera vez reunidas, las tres historias protagonizadas por dos de sus personajes de cabecera; los policías Galeote y Pulido.
En la primera de ellas, “Carne fresca”, nos cuenta una espeluznante historia de trata de blancas y prostitución de menores que, en algunos momentos, llega a poner los pelos de punta. Por su parte, “La sonrisa del muerto”, nos habla de corrupción policial y, por fin, “Festín de tiburones” es una crónica que, con nombres y apellidos de lo más conocido y reconocible, nos hablan de la España del pelotazo, la gomina, el convoluto, el tráfico de influencias y las grandes fortunas por sorpresa.
Por tanto, “Grupo Antiatracos” es un fresco de la España post-transición, en la que varias y distintas dialécticas argumentaban entre sí, representadas por Mariano Sánchez Soler en sus dos personajes. Uno, Pulido, es un madero a la vieja usanza, acostumbrado al patadón y tentetieso, al sopapo en la boca del sospechoso, al puterío de más baja estofa y al gratis total. Galeote, por su parte, es uno de esos jóvenes idealistas, demócratas, comprometidos con la causa de la Justicia, con mayúsculas.
Y, claro, chocan los temperamentos, chocan las opiniones, chocan los métodos. Chocan las personas. Y, como pasa en las historias de Ellroy, aunque personalmente de odien y hasta se denuncien, ambos personajes están condenados a entenderse, a trabajar juntos y, finalmente, a llevarse bien: - “Nos llamamos Pulido y Galeote. Somos capaces de todo” – llegan a proclamar al final de la tercera novela. Y no es gratuito traer memoria de Ellroy ya que Mariano Sánchez Soler es el escritor español que más se le acerca, tanto por los temas que trata en sus novelas como por los complejos personajes que construye – ese impagable Seisdedos que co protagoniza “Carne fresca” – y, sobre todo, por la autenticidad que imprime a todas sus narraciones.
Decía el también novelista negro Lorenzo Silva que hoy en día es intolerable que un escritor no cuente bien un juicio en España, ya que son abiertos al público y lo único que tiene que hacer el narrador es dejarse caer por una Audiencia, prestar atención y tomar notas. Mariano es de los que escribe en un castellano más puro, desde el punto de vista documental . En “Grupo antiatracos” refleja con extraordinaria precisión desde atestados policiales a actas notariales y judiciales, dotando de enorme realismo a los diálogos de los personajes.
Y, sin embargo, referencia a Ellroy incluida, la literatura de Mariano es 100% española, como se acredita con las numerosas referencias taurinas y quijotescas que utiliza en su escritura y que, me imagino, deben constituir toda una pesadilla para los traductores a otros idiomas.
Otro punto fuerte de estas novelas, perceptible sobre todo en “Festín de tiburones”, radica en la forma de contarnos las dos Españas que tiene Mariano. Ya hablamos de la constante dialéctica entre Pulido, de la vieja escuela fascista, y Galeote, demócrata hasta las cachas: “Quería ser útil, desempeñar un trabajo positivo; imponer la profesionalidad en aquel corral de chulos con pistola... él no había desertado del arado ni procedía del submundo urbano; lo suyo era vocacional. Le deslumbraba la investigación.”
¿Qué hace el autor para pintar y matizar la juventud y el empuje de Galeote? Pues, como no puede ser de otra manera, describir sus gustos musicales.
Si somos lo que leemos y se nos puede conocer por lo que comemos, la música que escuchamos habitualmente, la banda sonora de nuestra vida puede describirnos tan bien como un análisis de ADN. Y Galeote, por supuesto, es un enamorado del jazz que, residiendo en Madrid, va con su pareja al Café Central, un paraíso para los fumadores pasivos, tal y como lo describía Cristina, donde “un saxo tenor decía un viejo tema de Lester Young, Back to the land, con escarceos frees inaudibles a la manera de un Ornette Coleman pasado por la trituradora de carne.”
Y no es extrañar ya que a nadie le cabe duda, a estas alturas de la novela, de que el jazz es la banda sonora de la libertad suprema.
En la primera de ellas, “Carne fresca”, nos cuenta una espeluznante historia de trata de blancas y prostitución de menores que, en algunos momentos, llega a poner los pelos de punta. Por su parte, “La sonrisa del muerto”, nos habla de corrupción policial y, por fin, “Festín de tiburones” es una crónica que, con nombres y apellidos de lo más conocido y reconocible, nos hablan de la España del pelotazo, la gomina, el convoluto, el tráfico de influencias y las grandes fortunas por sorpresa.
Por tanto, “Grupo Antiatracos” es un fresco de la España post-transición, en la que varias y distintas dialécticas argumentaban entre sí, representadas por Mariano Sánchez Soler en sus dos personajes. Uno, Pulido, es un madero a la vieja usanza, acostumbrado al patadón y tentetieso, al sopapo en la boca del sospechoso, al puterío de más baja estofa y al gratis total. Galeote, por su parte, es uno de esos jóvenes idealistas, demócratas, comprometidos con la causa de la Justicia, con mayúsculas.
Y, claro, chocan los temperamentos, chocan las opiniones, chocan los métodos. Chocan las personas. Y, como pasa en las historias de Ellroy, aunque personalmente de odien y hasta se denuncien, ambos personajes están condenados a entenderse, a trabajar juntos y, finalmente, a llevarse bien: - “Nos llamamos Pulido y Galeote. Somos capaces de todo” – llegan a proclamar al final de la tercera novela. Y no es gratuito traer memoria de Ellroy ya que Mariano Sánchez Soler es el escritor español que más se le acerca, tanto por los temas que trata en sus novelas como por los complejos personajes que construye – ese impagable Seisdedos que co protagoniza “Carne fresca” – y, sobre todo, por la autenticidad que imprime a todas sus narraciones.
Decía el también novelista negro Lorenzo Silva que hoy en día es intolerable que un escritor no cuente bien un juicio en España, ya que son abiertos al público y lo único que tiene que hacer el narrador es dejarse caer por una Audiencia, prestar atención y tomar notas. Mariano es de los que escribe en un castellano más puro, desde el punto de vista documental . En “Grupo antiatracos” refleja con extraordinaria precisión desde atestados policiales a actas notariales y judiciales, dotando de enorme realismo a los diálogos de los personajes.
Y, sin embargo, referencia a Ellroy incluida, la literatura de Mariano es 100% española, como se acredita con las numerosas referencias taurinas y quijotescas que utiliza en su escritura y que, me imagino, deben constituir toda una pesadilla para los traductores a otros idiomas.
Otro punto fuerte de estas novelas, perceptible sobre todo en “Festín de tiburones”, radica en la forma de contarnos las dos Españas que tiene Mariano. Ya hablamos de la constante dialéctica entre Pulido, de la vieja escuela fascista, y Galeote, demócrata hasta las cachas: “Quería ser útil, desempeñar un trabajo positivo; imponer la profesionalidad en aquel corral de chulos con pistola... él no había desertado del arado ni procedía del submundo urbano; lo suyo era vocacional. Le deslumbraba la investigación.”
¿Qué hace el autor para pintar y matizar la juventud y el empuje de Galeote? Pues, como no puede ser de otra manera, describir sus gustos musicales.
Si somos lo que leemos y se nos puede conocer por lo que comemos, la música que escuchamos habitualmente, la banda sonora de nuestra vida puede describirnos tan bien como un análisis de ADN. Y Galeote, por supuesto, es un enamorado del jazz que, residiendo en Madrid, va con su pareja al Café Central, un paraíso para los fumadores pasivos, tal y como lo describía Cristina, donde “un saxo tenor decía un viejo tema de Lester Young, Back to the land, con escarceos frees inaudibles a la manera de un Ornette Coleman pasado por la trituradora de carne.”
Y no es extrañar ya que a nadie le cabe duda, a estas alturas de la novela, de que el jazz es la banda sonora de la libertad suprema.
Por Jesús Lens
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