26 septiembre 2008

Malverde, el patrón de los narcos


Un bandido de principios de siglo se ha convertido en el «santo» al que rinden culto los delincuentes y los traficantes de droga mexicanos


Una camioneta con vidrios ahumados se detiene frente a la capilla de Jesús Malverde en Culiacán (Sinaloa). Del vehículo desciende un joven. Viste una camisa tipo guayabera de hilos dorados. En la espalda lleva dibujada una planta de marihuana con dos fusiles AK-47 a los lados. Del cuello le cuelga un broche de oro con hojas de la droga. Sombrero de palma y botas de piel de serpiente completan el peculiar vestuario.
«Vengo a darle gracias al santo por volver con vida del otro lado», explica el muchacho que dice llamarse Mauricio, tener 21 años y haber regresado recientemente de EEUU. Mauricio llena un sobre con algunos billetes y enciende dos velas que coloca cerca del busto de Malverde, un bandido de principios de siglo que se ha convertido en el patrón de los narcotraficantes mexicanos.
Instantes después entran en el templo seis hombres, todos de la misma familia. Vienen de la Sierra de Badiraguato, en el Estado de Sinaloa, donde la marihuana y la amapola crecen alegremente. Han viajado ocho horas para cumplir su manda, para dar las gracias al santón, limpiar su imagen y su conciencia, y, si se puede, hacer relaciones. La música no para. Guitarra y acordeón en honor al susodicho. Dentro de la cripta se amontonan cruces, coronas de flores, un retrato de la Virgen de Guadalupe y dedicatorias para todos los gustos. «Cuídame Malverde. Te lo pido con mucha fe». Firma: El Incomparable de Sinaloa.
De rodillas, reza con devoción Luis Enrique Barraza. «Me agarraron con droga y me van a arrestar. Vengo a pedirle a Malverde que me dé la oportunidad de ser libre», dice el hombre de 32 años, sobre el que pesa una orden de captura que debe cumplirse en unas horas.
En los últimos años el culto al santo no canonizado prospera al mismo ritmo que el negocio de la droga en este Estado mexicano. La tradición cuenta que Malverde nació bajo el nombre de Jesús Juárez Masó en 1870 y murió en 1909 cuando la Justicia lo ahorcó. Poco después, la gente comenzó a pedirle favores y su fama a extenderse.
«Se le apodó Malverde, porque se escondía de los rurales (policía de la época) en el monte, entre lo verde», dice Eligio González, de 50 años, capellán del patrón de los narcos.
El hombre se levanta la camisa y muestra su pecho cosido con cicatrices de bala. «¿La razón? Trabajaba como taxista cuando me asaltaron. Herido, invoqué a Malverde, y ocho días después regresé de la muerte. Entonces prometí cuidarle hasta que Dios me recoja».
Eligio se ha convertido en el principal promotor y el mayor beneficiado del creciente prestigio del santo. Al principio se dedicaba a cortar las hierbas de su tumba y a ponerle flores. A finales de la década de los 70, coincidiendo con el boom del narcotráfico y gracias a los donativos, le construyó el templo. Hace unos años montó una funeraria a un costado de la capilla, un negocio lucrativo en una ciudad donde hay una media de dos muertes violentas al día. El cartel de la entrada recibe a los visitantes con un explícito mensaje que dice «Feliz Viaje». A su alrededor, proliferan los puestos de baratijas.
«Ay, hija, este santo es muy milagroso», exclama Teresa Sánchez, doña Tere, oronda vendedora de escapularios y bustos de Malverde. «Se los lleva mucho la gente para hacer capillitas por allí», explica la mujer refiriéndose a los ranchos de la sierra, donde los campesinos siembran droga. Pero sus principales seguidores están al otro lado de la ciudad. En el cementerio Jardines de Humaya, donde descansan algunos de los famosos capos de Sinaloa.
En el panteón tienen un mausoleo la esposa y los hijos del narco Héctor El Güero Palma, asesinados por el rival colombiano Rafael Clavet. Se distingue porque la parte interior de la cúpula tiene un fresco con la imagen de la mujer y los dos niños. A pocos pasos, está la capilla de Melesio Quiroz, otro de los hombres de la droga, con un retrato en el que posa con su cuerno de chivo, un AK-47. Muy cerca, se levanta la cripta de Lamberto Quintero, uno de los pioneros del narcotráfico y cuyo sepelio, en 1992, suscitó el tiroteo más prolongado del que hasta ahora se tenga memoria en Culiacán. «Se balearon por darse gusto a la mano, así es la raza de ellos», sentencia Ramón, el sepulturero.


Cristina Fernández Gómez




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