Si existe una música recomendada para poder leer tranquilamente, mientras saboreamos un buen whisky o bourbon, y tenemos todo el tiempo del "mundo", os recomiendo esta maravilla.
Silencio, el maestro ha hablado. Desde el lejano 1973 en que apareció Closing Time, el lanzamiento de cada nuevo disco de Tom Waits debería paralizar el mundo. Si, como en el caso que nos ocupa, se trata de un triple álbum con 54 canciones y un libro de 94 páginas, el asunto debería ser recibido con fastos romanos.
Silencio, el maestro ha hablado. Desde el lejano 1973 en que apareció Closing Time, el lanzamiento de cada nuevo disco de Tom Waits debería paralizar el mundo. Si, como en el caso que nos ocupa, se trata de un triple álbum con 54 canciones y un libro de 94 páginas, el asunto debería ser recibido con fastos romanos.
En un mundo ideal, los discos de Tom Waits deberían ser de adquisición obligatoria y el personaje, tanto en su faceta de músico como en la de escritor, debería formar parte del plan docente en institutos y universidades de todo el orbe.
Waits, el último punk, acaba de publicar un monumental e inabarcable disco-objeto dividido en tres actos claramente diferenciados y a cada cual más soberbio: Brawlers, Bawlers y Bastards.
BRAWLERS:
En el primer disco de Orphans, Tom Waits sigue ahondando en esa suerte de blues añejo, anguloso, percusivo y sudoroso que empapaba cada esquina de Real Gone (04) su anterior trabajo.
Con la ayuda de su inseparable Kathleen Brennan, el guitarrista Marc Ribot, percusiones imposibles, cajas de ritmo humanas y una voz siempre en llamas, Waits ofrece toda una lección de cómo entender el rock en pleno siglo XXI.
Buceando en Brawlers puede encontrarse desde blues al estilo Mule Variations (99) (“Lie to me” o “2:19”), a rock and roll de corte clásico (“LowDown”). Desde baladas western como “Lucinda” o “Buzz Fledderjohn” a versiones de los Ramones (“The Return of Jackye and Judy) o del etnomusicólogo Alan Lomax (“Ain’t Goin’ Down to the Well”). De temas de taberna, botella y abrazo como “Rains on me” o “Bottom of the World” a canciones-río con letras que quitan el hipo como esa mordaz crítica a la administración Bush que es “Road to Peace”.
BAWLERS:
Después de la tormenta llega la calma. Bawlers es sencillamente una maravilla y por sí sólo podría ser el disco del año. En él Waits deja aparcada su vertiente más histriónica y atronadora para abrazar un sosiego y un preciosismo herederos de la época Asylum y de Alice (02), uno de sus discos más hermosos hasta la fecha.En Bawlers cabe desde el vals (“Widow’s Grove”) al tango (“Little Drop of Poison”). Del jazz crooner de “Little Man” y “I’ts Over” a la marching band de “Take Care of all my Children” que entronca con “Underground” de Swordfishtrombones (83).
Pese a la variedad estilística, lo que más abunda en el segundo disco de Orphans es la balada. Porque cuando Tom Waits se sienta frente a un piano con una historia que contar es capaz de hacer llorar a un legionario; buena muestra de ello son “You Can Never Hold Back Spring”, “World Keeps Turning” o “Never Let Go”. Inmenso.
BASTARDS:
El disco que cierra Orphans muestra la faceta más experimental e inquieta de Tom Waits. En él homenajea a buena parte de sus referentes musicales y literarios: Kurt Weill y Bertold Brecht (“What Keeps Mankind Alive”), Charles Bukowski (“Nirvana”), Jack Kerouac, Daniel Johnston (“King Kong”).En Bastards, Waits da rienda suelta a su faceta como storyteller y arropa sus delirantes fábulas sobre corderos (“Poor Little Lamb”) o coches americanos (“The Pontiac”) con sonoridades que van de la polka al musical de Broadway.
Si este año tienes pensado comprarte un único disco, que éste sea el de Tom Waits.
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