29 abril 2009

Indagando en los nominados de la Semana Negra 2009


La pregunta que suelo recibir en esta época es: ¿Cómo se pueden conseguir las novelas de los finalistas a los Premios de la Semana Negra, que no se han editado en España?
Y la respuesta siempre es la misma "que alguna librería especializada la pueda traer antes de tiempo", o en Gijón en la fiesta grande de la cultura.

Por eso, estos días vamos a ejercer de detectives sobre esas obras que se han nominado y que han salido en algunos medios. Naturalmente, en la red podréis encontrar mucha más información.


¿Dónde estás, Alacrán?
Jorge Moch
Planeta
Mexico 2008



La evidente obligación de toda novela es la de ser, o intentar ser, heterodoxa: evitar la tentación de proclamarse epígrafe de una nueva variante narrativa o epígono de un modelo en vías de extinción; evadir la manida costumbre de comportarse a la altura de las circunstancias (¿por qué una novela negra ha de balear al lector y torturarlo a su manera?, ¿por qué una de ciencia ficción tiene que esmerarse en ocurrencias mecatrónicas?); escarnecer, en fin, lo que el canon encarece.
La lección de Poe fue muy puntual: el reto del cuarto cerrado del que era imposible escapar y donde yacía, implacable, el cuerpo del delito, supuso siempre un ejercicio de la imaginación: dudo que a algún lector, antes de llegar al final, se le haya ocurrido que el asesino de las dos mujeres que vivían en un segundo piso de la Rue Morgue era un orangután fugitivo. Con este desenlace imprevisible, el cuentista estadunidense no sólo inaugura la literatura policíaca, sino que asimismo deja claro que la solución del reto es lo de menos mientras resulte coherente (insólita pero verosímil), aviso que buena parte de la literatura negra de los dos siguientes siglos ha olvidado, atareada como está en regirse por un discurso lógico y una insaciable fe criminalística que hace del género (del subgénero, en rigor) un desafío racionalista antes que una pasión literaria.
Es por ello muy saludable que, de vez en cuando, se publiquen libros desobedientes que, si bien tienen todo el aire de familia, una seña de identidad muy clara, rejuvenecen la fábula policíaca con ingredientes de la literatura sin adjetivos. El detective Eneás Tassio y la historia en que se ve involucrado en ¿Dónde estás, Alacrán?, son de lo más atípico y, no obstante, se distinguen aún mejor que por sus desplantes irrevocables por la marea verbal, casi plástica de la voz del personaje –que en buena medida es la del propio relato.
Claro que resulta inconcebible que un matón lea a Keats y escuche a Schumann; por supuesto que los neologismos en que incurre el texto, y que interrumpen la narración del infierno del oficio pistolero, son menos dantescos que pedantescos, pero esta misma delirante sobreexposición –fotográficamente hablando– en el trazo del personaje y en la trama del libro, abonan a su favor, si nos separamos del “género” que la cuarta de forros nos vende (novela negra) para mejor atisbar el libro desde una perspectiva más provechosa: la de considerarlo una historia donde la escritura, como ocurre en las grandes novelas, es el verdadero culpable.
Y no es que la de Moch sea una obra excepcional. Pero es aún más claro que tampoco es una del montón. De hecho, comete abusos y truculencias evidentes. Lo que digo es que vale la pena enfrentarlos, pasar por ellos (lo cual no es deseable en el caso de muchas otras novedades editoriales), en razón de que su prosa es una fiesta y su escritura un ritmo, y su fraseo fariseo una impecable imprecación.
Puede que la historia a veces resulte levemente ampulosa y que los personajes no hayan sido delineados con rigor, salvo el aludido Eneás Tassio, un matón casi tan entrañable como el García de El complot mongol. No se cree uno, por ejemplo, el parecido entre el sicario de Guillermo Farías, Cirilo, y el detective Tassio; o bien, si se lo cree, no parece bien resuelta la argucia de dicha afinidad; no es muy convincente el enamoramiento del protagonista ni resulta verosímil que Farías, un ex funcionario vejado y envejecido por treinta años de encierro, consiga empleo como aprendiz de zapatero una vez cumplida su condena, y es asimismo caprichoso e inútil el glosario que pone punto final al libro, en virtud de que funciona a la manera de un bikini: lo que muestra es curioso pero insuficiente, y lo que soslaya es esencial.
Sin embargo, y a la sombra de estos reparos (sin duda significativos, mas no determinantes), lo que en verdad hace de ésta una novela a seguir es que su discurso es tan poderoso y su escritura así de insumisa que, a veces, la trama pasa a segundo término, ingente insensatez, en una novela negra, que deviene brillante acierto en un libro donde el lenguaje (“siniestras sombras de sombrero de fieltro y amenazadoras ascuas amarillas”) es una lengua aliterante, dura y exacta como un arma, sinuosa serpiente que lo devora todo a su paso.
El ensamblaje perfecto de esta arrolladora fuerza verbal con la naturaleza proteica del protagonista (un asesino que gustaba de las palabras, de su naturaleza plástica; un enamorado bobalicón, un “administrador de la muerte” que es feliz porque sabe que, en el fondo, lo que hay “es una variada gama de sutiles intensidades en la capacidad que tenemos de negarnos la crudeza de nuestra realidad”), configura la virtud esencial de la novela, mérito casi escultórico que consigue devolvernos dispersa, pero auténtica e inolvidablemente humana, la voz de su canción destrozada.
Jorge Moch es periodista e ilustrador. De un tiempo a esta parte (en los tres últimos años, según lo asienta la solapa del libro), le ha dado por la narrativa, como a la irreductible Pita Amor le dio en sonetizar. A la luz de la buena sazón que demuestra en ¿Dónde estás, Alacrán?, es evidente que debería cocinar historias más a menudo: se trata de un gourmet de la prosa destinado a escapar de las restricciones genéricas y a hacer verdaderamente novela del lenguaje , refinada repostería sobre la sangre del crimen.


No hay comentarios: