06 abril 2009

El cielo llora por ti en Babelia




Narrativa. Hemos dado en llamar "novela policial" a un derivado genérico, híbrido discursivo y relato autorreferencial que propone el humor negro y el nihilismo irónico como remedio para melancólicos. Pero aun si el mal sueño de la crisis y el peor despertar de la política tienen en la literatura su tribunal, este género policial se hace cargo de las pesadillas de la nación y postula la libertad del lector para conjurarlas. Desde el ingenio amargo de Manuel Vázquez Montalbán y el humor truculento de Jorge Ibargüengoitia, la "novela policial" se planteaba como el desmentido de la buena conciencia. Cultivaba la fascinación de una fábula casual cuya lección era una ironía revelada. Otros han preferido llamar "novela negra" a este ejercicio de desengaño barroco. Se trata, además, de otro contrapunto atlántico: las novelas de Vázquez Montalbán y Eduardo Mendoza, como las de Manuel Puig y Ricardo Piglia, configuran un nuevo canon transatlántico. Pero será el puertorriqueño Edgardo Rodríguez Juliá (Sol de medianoche y Mujer de sombrero panamá) quien redefina lo policial como otra metáfora del derrumbe no sólo de la modernidad prometida sino de su novela ilustrada. Las suyas acontecen al día siguiente del realismo mágico y dan al género policial por ocurrido. Proponen un relato policiaco residual; el investigador no es héroe sino un sobreviviente de la verdad improbable, implicado en la imposibilidad de su tarea. Se ha dicho que el género policial alegoriza una verdad puesta a prueba por el crimen. En las de Rodríguez Juliá, el crimen ya ha triunfado, y hasta el lenguaje es una impostura.


No es extraño que Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942) recoja en El cielo llora por mí la brillante tradición de estas exploraciones porque en sus novelas anteriores (verdaderos tratados de las posibilidades actuales de la narración) había demostrado destreza y gusto en la rara virtud de contar una historia no para hacernos creer en ella sino para compartir la fascinación de contarla. La extraordinaria ductilidad del género en sus manos va de la política como melodrama a la cultura popular como memoria civil, y traza la saga de una comarca prodigiosa del español coloquial. Nicaragua en estos libros es un país nacido de la conversación. Pero la voz de Ramírez no es identificable como habla regional, sino como un coloquio que actualiza los tiempos en un presente encantatorio. En El cielo llora por mí, el inspector Morales es un ex guerrillero sandinista que se ha hecho policía de la división antinarcóticos para seguir dando batallas de honor perdidas. Tiene una pierna artificial, una computadora que funciona mal y un Lada arruinado. Pronto sabemos de él más que él mismo, y tras una descripción de la llegada a su casa se lee: "Era el viento de la soledad, le había advertido Lord Dixon, que tampoco era casado" (página 79). Como su paradigma, Philip Marlowe, estos detectives podrían haber dicho que no se casan porque no les gustan las mujeres de los policías. Lord Dixon, su socio y amigo, y Doña Sofía, investigadora auxiliar, son dos personajes memorables, poseídos por el fervor diligente de hallar la verdad. El narcotráfico colombiano y los carteles mexicanos son el revés de la globalidad, su mercado negro; y los héroes del viejo sandinismo buscan ganarle al menos una batalla.
Pero si los policías se enfrentan a un poder mayor a sus fuerzas, les asiste una notable variante genérica descubierta por Ramírez: todos son investigadores, cada personaje se suma a la pasión no del bien, agotado por la complicidad de los políticos con los poderes de turno, sino de la investigación misma, que cada personaje adelanta para armar la trama criminal y tener lugar en una lucha mayor, la de una significación ganada entre todos. Fanny, la amante de Morales, llega a sumar a su propio marido a esta lectura colectiva que da horizonte a sus vidas.
El interrogatorio del inspector Morales es una proeza retórica de la posibilidad de que la verdad sea una virtud no de la confesión sino del diálogo; y culminará, por eso, incluyéndonos a los lectores como cómplices de la pesquisa. Una y otra vez, cada implicado en el crimen es interrogado por Morales para que la intriga se vaya desentrañando, episódicamente, y para que la lectura sea la lógica civil del mundo. Leemos, así, para que en la novela el narcotráfico sea derrotado en Nicaragua, y pueda ser derrotado mañana en Colombia y México. Las preguntas de Morales, por lo mismo, terminan siendo las nuestras. Y cuando el inspector anuncia la novedad de un dato, habla el lector: "Gracias por el dato adicional", dijo el inspector Morales. "Ahora, seamos breves", promete, y anota en su cuaderno resúmenes que nos sirven de ayuda-memoria. El inspector Palacios, en cambio, es un lector burocrático, literal: "No me gustan las novelas tipo Rayuela, a ver cuándo me la cuentan en orden", reclama.
Se ha dicho que Sherlock Holmes fue el primer semiólogo: ve un sombrero, una carta, y descubre al asesino. Morales, en cambio, nos conduce entre preguntas y respuestas a la interpretación dialógica del crimen. Este policía es todo lo que nos queda de la polis: sugiere que la misión de la política es combatir el crimen. Forma parte de la Ley, aunque carece de lugar en la ciudad. Eso le permite la inteligencia de la duda y la pasión de saber. Un yate incendiado, un vestido de novia y una mujer asesinada nos dejan a merced de la desarticulación. Pero nos es concedida la esperanza de que la literatura vale la pena:
"-No me voy a poner a llorar -dijo Lord Dixon-. El cielo llora por mí.
-Te jodiste, ya dejó de llover -dijo el inspector Morales-.
-No importa -dijo Lord Dixon, y volvió a toser-. Es una figura literaria" (página 247).
El relato policial es la forma que asume una pregunta por la veracidad. Discurso híbrido, está hecho del lado de la lectura en un español que confronta la corrupción, la mentira y la violencia. En El cielo llora por mí, la novela policial logra imaginar, a pesar de todas las razones en contra, una certeza compartible. -


JULIO ORTEGA 04/04/2009

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