14 mayo 2008

Un detective medio y medio


El doble Berni
Elvio Gandolfo y Gabriel Sosa
182 páginas



Las intervenciones de los personajes en El doble Berni son en un español bien rioplatense. ¿Cómo trabajaron la cuestión del lenguaje y los códigos locales?
Gabriel Sosa: –En lo personal, una cosa que me irrita mucho es la impostación en los diálogos. No hay manera de situarse en una historia, de creerse el entorno en el que supuestamente transcurre, si los personajes hablan como una mala traducción. Ante la duda, la neutralidad. Y creo que así hablan Lucantis y los demás personajes, no neutros, pero sí sencillos y (espero) creíbles. La mayoría de las personas reales hablan de manera directa y sencilla, captar el “tono” es cuestión de imaginarse los diálogos dichos por personas que uno conoce. Las diferencias entre un montevideano y un porteño al hablar son pocas pero detectables. El porteño es más ampuloso, el montevideano menos articulado. Traducir uno al otro no es muy difícil. Donde un uruguayo diría “¡Chiquilines, afuera del agua!” un argentino diría “¡Chicos, salen ya mismo de la pileta!”. En vez de “refresco”, “gaseosa”, y así. Con los rosarinos el mérito es de Elvio, rosarino ilustre él mismo. El léxico específico de cada uno de los personajes también fue repasado por él, aunque años de padecer televisión argentina me dieron un bagaje amplio de terminología porteña. Curiosamente, Elvio no sabía qué es (o era) un parripollo. También tengo entendido que hubo una larga y compleja discusión durante la revisión final (a la que no asistí) sobre la conveniencia de poner “parrillero” o “parrilla”, si el término era rosarino, cordobés, uruguayo o universal. El resultado de la discusión, sin dudas, marcará la tendencia de los estudios filológicos de las próximas décadas.
¿Cómo definirías a Lucantis y qué rasgos lo emparientan o lo diferencian del detective clásico?
Sosa: –Lucantis no es un detective. Tampoco es muy brillante, salvo en arrebatos breves. No investiga en el sentido clásico, más bien duda, busca apoyo en otros, sospecha cosas, acepta pistas y, finalmente, con una solución en la mano que no dedujo él, imagina cómo acomodar los tantos, lo que no es poca cosa. A posteriori me doy cuenta de que las peripecias de Lucantis se parecen más a las de la primera novela de un personaje de un novelista que admiro mucho, Walter Mosley. Como a Eazy Rawlins en El demonio vestido de azul, a Lucantis le pasan cosas, y sin tener mucho que ver, se ve envuelto en un problema del que debe ingeniarse para salir. En las siguientes novelas Rawlins sí se vuelve un detective (en realidad es una especie de doble o contrapartida de Marlowe en la mitad de Los Angeles que éste nunca pisó). Dudo de que Lucantis tenga la energía y el coraje necesarios para dar ese paso. Su destino, sospecho, es más bien atraer las descargas de los rayos del azar y tratar de salir lo menos quemado posible.
¿Cómo fue la experiencia de la escritura en colaboración o, como se suele decir, “a cuatro manos”?
Elvio Gandolfo: –Como no llegaba solo al plazo, le pregunté a Sosa, viejo amigo, si se prendía, y agarró viaje. Me basé en la velocidad que le vi para escribir un excelente libro de cuentos, inédito, cuando quedó desocupado. A diferencia de intentos anteriores de escribir a dúo, nos entendimos también con rapidez. No es exagerado ni falso decir que el resultado es exactamente fifty-fifty. Incluso, al corregirla varias veces, cada uno (lo juro) confundió un capítulo propio con uno escrito por el otro, y lo retó por un detalle mal resuelto o alguna grosería: nueva diversión. Veremos si el avance sigue siendo igual en la segunda.
¿Qué elemento dirías que no puede faltar en un policial?
Gandolfo: –Creo que parte de la velocidad se debió al género. La literatura, cuando uno la toma a priori como tal, tiene siempre un freno, un boludeo considerable, o, al revés, una velocidad infernal (Aira, o Vian, por ejemplo). Que haya un problema a resolver, del modo que sea, ayuda a mantener los desbordes entre límites, que acá eran también de extensión, bien estrictos.



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