17 marzo 2011

La Vigo del inspector Leo Caldas


Domingo Villar sólo ha necesitado dos novelas para descubrirnos que detrás de esa pequeña metrópolis gallega, cercana y entrañable, se esconde un lugar cargado de secretos y claves por descifrar.

De la mano de un policía más conocido por su participación en un programa radiofónico que por resolver enrevesados crímenes, y de Rafael Estévez, su inseparable ayudante, -un aragonés siempre asombrado ante la idiosincrasia gallega-, Villar nos desvela las diferentes capas y estratos de una ciudad «tendida junto a la ría como una mancha» que se extiende y prolonga por ese brazo de mar lleno de recovecos y rincones insólitos.

Como carta de presentación no tarda en invitarnos a observarla desde alguna de las colinas cercanas, para «primero (fijarse en) las casas bajas, luego los edificios altos del ensanche de Coiay, más allá, el resto de la ciudad desordenada en las laderas, con la silueta del hospital elevándose sobre las demás edificaciones cerca del Monte Castro».

Para luego concentrarse en el casco antiguo y en la fachada marítima, el territorio de Leo Caldas. De forma continua y permanente nuestro personaje cruza la Alameda (ahora rebautizada Plaza de Compostela) para adentrarse en la calle Arenal «caminando frente a sus elegantes edificios de piedra». Por allí anda la Comisaría pero también Onda Vigo la emisora de radio donde rara vez resuelve los problemas de los oyentes.

La Taberna del Eligio

Después a la hora de comer se suele adentrar en el viejo Vigo a pie por la calle de la Palma para terminar irremediablemente en la travesía Aurora donde se encuentra ese refugio de artistas y 'catedráticos' que es la Taberna del Eligio. Dicen que allí llegó este personaje de nariz circunvalada, desde su Leiro natal a trabajar casi de niño, y que fue en los años 20 cuando la adquirió y le dio su nombre. No está constatada esa fecha, como no lo está que Valle Inclán ocupara alguna vez una de sus mesas, pero lo que nadie discute es que desde entonces, fundamentalmente en los años 60 y 70 y 80, «adquirió renombre por el cariz y diversidad de las gentes que allí se concitaban».

Aprovecha de paso para contarnos la historia reciente del barrio que lo rodea, recuperado en estos últimos años y repleto de joyas arquitectónicas donde «antes había casas feas...» y como la plaza de la Constitución ahora convertida en un inusitado salón urbano se despierta por las mañanas «como un animal que estiraba sus huesos tras un sueño prolongado, la ciudad se desentumecía bajo el sol». Pero también a veces se dirige a El Puerto, ese restaurante con apariencia cutre y descuidada en la calle Arenal donde siempre le guardan los mejores tesoros y bocados de un mar tan cercano como huidizo.

Más tarde o más temprano una orden de su superior el Comisario Soto (o sus relaciones personales con su padre, un productor de vino atado a un divertido 'Libro de Idiotas' o Alba, su exmujer) le dan la oportunidad de enseñarnos otros vigos como el del Parque del Castro y sus miradores, el de la calle del Príncipe, vigilado desde hace unos años por un Sireno creado por Francisco Leiro o el aparentemente anodino barrio de la Estación, rodeado de calles con nombres americanos como México o Brasil.

La Galicia extraordinaria

Pero sobre todo esa noche empapada con música de jazz que nos da ganas de volar a esa Galicia insólita de la que apenas sospechábamos de su existencia, acompañados de Charlie Parker. También nos invita a conocer esos extraordinarios pueblos de la costa escondidos entre populares playas como las de Samil o la de América. Como Panxón verdadero protagonista de La playa de los ahogados.

Con el libro en la mano y si es posible con música de Grieg en los oídos, hay que adentrarse en su cementerio donde tantos marineros ahogados han encontrado su último descanso para luego asomarse a la Playa de Madorra, a Monteferro y divisar esas Islas Estelas cargadas de leyendas y misterios. Y después de tomar algo sustancioso en el Refugio del Pescador, subir a la extraña e inclasificable Iglesia Votiva que alacios diseñó antes de llenar Madrid de edificios emblemáticos como el Palacio de Comunicaciones o el Círculo de Bellas Artes.

El mismo Villar nos incita, de forma sutil, a seguir conociendo la obra de este arquitecto gallego en su Porriño natal donde Leo Caldas tiene que acudir a un entierro en su cementerio. También nos lleva a lugares menos atractivos. Si alguien se había preguntado que es esa monstruosa torre que surge en medio de la ría de Vigo de una pequeña isla llamada Toralla, las claves las tiene en Ojos de agua. El edificio de los años setenta es abominable pero las vistas que se divisan desde sus muchos apartamentos es única.

Sin duda Villar nos va a seguir abriendo otras muchas puertas secretas de la Rias Baixas en próximos libros y aventuras de este comisario que en el tradición de Carvalho y tantos otros policías literarios es un amante de la buena cocina y de la mejor música.

Recomiendo visitar la página, encontraréis muchos detalles para viajar, etc.

http://www.ocholeguas.com/2011/02/25/espana/1298625980.html



Texto: Javier Mazorra

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