Edimburgo está a punto de convertirse, al cabo de casi tres siglos, en anfitriona del primer Parlamento escocés, un hito histórico y político que enciende pasiones. El inspector Rebus ha sido destinado al comité de enlace de seguridad de la novedosa institución, en Queensberry House, centro mismo del distrito de la comisaría de St. Leonard. Desde la futura sede del gobierno de Escocia, a través del tiempo se transmite una maldición que, según algunos, recaerá sobre sus nuevos inquilinos. Los problemas empiezan cuando en la antigua chimenea, donde de acuerdo con la leyenda murió asado un joven, aparece el cadáver de un desconocido que debe llevar muerto un buen puñado de años. Pero los problemas sólo han hecho eso: comenzar, porque con el desarrollo de la investigación, un mendigo millonario se arroja al tren, suicidándose y Roddy Grieve, candidato a un escaño en el Parlamento escocés, es asesinado. ¿Hay alguna conexión entre los tres cadáveres? ¿No la hay? ¿Cuál es el móvil de los crímenes? ¿Uno solo? ¿Tres?
Este es el escenario que el escocés Ian Rankin (Cardenden, 1960) ha escogido para ubicar la acción de su novela ‘En la oscuridad’, cuya apariencia externa encierra algo más profundo: los tejemanejes de varios promotores de viviendas que, utilizando información privilegiada, conseguirán apoderarse de los solares más codiciados de la ciudad. En esta maraña es por donde se va a desenvolver la novela y su desenlace final.‘En la oscuridad’ es una novela peculiar. Moviéndose dentro del territorio negro, percibimos que los diálogos son menos afilados que en otras novelas clásicas del género, donde la agudeza, el toma y daca, la pregunta contestada con otra pregunta, el duelo verbal en suma, son uno de los principales ingredientes. El ambiente no es norteamericano, ni siquiera londinense, dos escenarios prototípicos del relato policial, ya que Edimburgo, la ciudad donde se desarrolla la acción, ofrece otro marco en el que los bares, centros de encuentro de la población, desempeñan un papel primordial. En Edimburgo, beber no es sólo un rito, es casi una necesidad fisiológica más.
Como en toda novela negra, en esta también se produce el amontonamiento típico de situaciones, embrollos y problemas. Los nombres – todos parecen iguales cuando son extranjeros e invitan, por tanto, a la confusión – se suceden, se apilan, se mezclan. En ocasiones, cuesta distinguir entre los capitostes y sus matones y, aún incluso, dentro de los propios policías. Sin embargo, Rankin tiene una enorme virtud: igual que superpone los hechos tiene la suficiente capacidad para desmontarlos, ofreciéndonos una explicación razonable y verosímil de los mismos, con lo cual no queda ni un cabo suelto. Aquello de que Chandler en una entrevista, a propósito de su obra ‘El sueño eterno’, no supo contestar quién era el asesino, no se aplica aquí. ‘En la oscuridad’, al final, cada uno queda correctamente clasificado: los buenos, los malos, los menos buenos y los menos malos. Todos alcanzan el lugar que les corresponde y eso resulta bien claro para el lector cuando cierra la última de las 541 páginas que componen el libro. Algo que no siempre pasa, incluso entre las plumas más reputadas.
Con todo, creo que la gran aportación del escritor escocés al género negro es el protagonista: Rebus quien, por cierto, tiene nombre de dativo latino (de res-rei, quinta declinación). El inspector está un poco de vuelta de todo. Para él el trabajo en grupo presenta un carácter muy personal, tanto es así que se reserva detalles de la investigación para sí mismo, para su uso privado. Rebus está mal visto por la superioridad, que recela de él, y no colabora en absoluto con el inspector con quien comparte el caso, porque encuentra absurdos los métodos de investigación puestos en marcha. Rebus vive al margen, va a la suya, se lo echa todo a la espalda, es individualista, característica ésta muy propia de los mejores protagonistas del género negro. En más de una ocasión su comportamiento está a punto de llevarle a la trena, aunque tan sólo sea para darle un escarmiento. Como digo, al igual que Méndez, el policía del barcelonés Francisco González Ledema, el escocés investiga por su cuenta, al margen. No vulnera la legalidad, pero tampoco hace demasiado caso de la línea oficial de trabajo. Uno de los personajes de ‘En la oscuridad’ lo define muy acertadamente: "El inspector Rebus está harto y desengañado de casi todo… El inspector Rebus ya no confía demasiado en nada … Cansado del mundo … Usted no vota, ¿verdad, inspector? Lo encuentra absurdo." Y lo cierto es que su táctica funciona, no le va mal, porque un sabueso cochambroso, como es Rebus, como suelen ser la mayoría de los sabuesos de tinta y papel, sabe más por la acumulación de experiencias y su intuición que como agentes sistemáticos y metódicos. Mucho más.Al igual que con Méndez, también resulta inevitable establecer comparaciones entre Rebus y uno de los policías más de moda en el panorama europeo actual: Wallander. Los dos son separados, los dos beben y ambos, además, aman la música: la clásica en el caso del sueco y el rock en el caso del escocés, afición esta que, además, le abre algunas puertas con el pasado. Ambos tienen sus más y sus menos con sus colegas, especialmente con aquellos que quieren hacerles sombra. Curiosamente, para Rebus, su despacho es la trastienda de un pub donde, acompañados de unas pintas, un whisky o unos simples cafés, él y sus compañeros repasan los acontecimientos del día y las estrategias a seguir. Y es que el ambiente de los pubs parece completamente connatural al escenario de la novela: Edimburgo, la ciudad donde "nunca se sabe" como reza la página 369 del libro. Por todo lo visto, Rebus responde a la regla de la triple d de todos los protagonistas de novelas negras de pro: dipsómanos, divorciados, depresivos. Su justicia no es de este mundo, es de otro.Así que tomen nota de este nombre: Rebus, el inspector con nombre de dativo latino. O de ablativo, que también lo es.
Herme Cerezo