El
autor francés publica 'Un gramo de odio'
ANNA
ABELLA / Barcelona
"Nada
es serio en esta novela", afirma Frantz Delplanque, responsable de
Cultura de Montpellier, sobre su aclamado debut en Francia, 'Un gramo de
odio' (Alfaguara), un enredo tragicómico, plagado de referencias
musicales y literarias, ambientado en el País Vasco francés, donde se
crió, y protagonizado por el vasco Jon Ayaramendi, un entrañable --sí--,
asesino profesional jubilado con gorra de capitán Haddock y aura de
"chicarrón del norte", que busca al desaparecido novio cojo de su
guapa vecina entre despiadadas mafias locales.
-Jon
tiene 68 años y se ve llevando un Twingo rosa... Baña la novela de ironía y
humor negro. ¿Quiere huir del género negro tradicional?
-Me di el placer de traicionar el género
policiaco porque no hay nada peor que explicar la violencia, la dureza del
mundo, siendo serio. Así evitaba el dilema moral de intentar justificar lo
injustificable. El humor negro es necesario, porque trata lo trágico con
ligereza y nos permite mostrar el lado más oscuro de la vida. Así, Jon es a la
vez feroz y tierno, capaz de cambiar los pañales a un bebé o de llevar un
Twingo.
-Jon ha leído 'Blackburn', de
Bradley Denton, novela negra con humor.
-Él me dio la idea de escribir sobre un
asesino. No quería un policía ni un detective, pero debía tener experiencia.
Trata de un asesino en serie que mata para hacer lo que cree que es el bien,
pero una vez mata a un hombre que cree que maltrata a una mujer cuando en
realidad hace el amor con ella. Nos gusta que la literatura hable de muerte,
del mal, ¿qué nos atrae de él? Es una forma de reírnos de nuestras angustias. La
violencia está ahí, te apropias de ella y la transformas en algo que provoca
placer o risa.
-Jon no tiene remordimientos. ¿Cómo logra que
caiga simpático?
-No da la misma importancia a la vida humana
que el común de los mortales. En la segunda novela [que sale ahora en Francia]
Jon dice: 'No soy el inventor de la muerte'. Al principio yo quería un asesino
feroz, para que de tan insoportable fuera burlesco. Pero cuando salva a su
vecina y cuida al niño que nacerá de esa violación y protege a otros personajes
se hace simpático. Tiene valores profundos, ama la vida, la amistad, la
naturaleza, y comer ostras y beber vino blanco... Podemos entrever su humanidad
entre tanta inhumanidad.
-¿Reivindica al pueblo gitano?
-Sí, durante cinco años dirigí un festival de flamenco y me encanta
su cultura. Caricaturizo a todos los personajes y juego con el estereotipo de
un campamento gitano. Son ladronzuelos, pero también personas con mucha
humanidad, muy abiertos. Pero son duros, porque se han enfrentado al rechazo de
la sociedad.
-Tiene escenas dignas de Tarantino.
-Me ha influido más en los diálogos. En Pulp
Fiction los asesinos pueden hablar de cocina o de pañales. Él ha cambiado
los estereotipos y revolucionado el género. Pero me han influido otros muchos
autores y películas, como Juan Marsé y Quim Monzó, de quien me golpeó el
virtuosismo de La magnitud de la tragèdia, o la genialidad de Woody Allen.
-Y la vida del samurái Musashi..., lectura de
cabecera de Jon.
-Es una novela sublime, muy violenta, pero
con mucho humor y sentimientos puros. Con Kill Bill, Tarantino está muy
cerca de ese universo. Musashi es bueno pero es capaz de matar a un niño para
salvarse.
Foto: JOAN PUIG
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