12 noviembre 2009

«A sangre fría»: el crimen que enterró al viejo periodismo


Truman Capote posa en Holcomb junto a los actores de la versión cinematográfica de «A sangre fría»


Se cumplen 50 años del asesinato de la familia Clutter, matanza brutal que sirvió a Truman Capote para proclamarse líder de un nuevo género literario

David Moralejo

15 de noviembre de 1959, el hasta entonces apacible y anónimo pueblo de Holcomb (Kansas, EE UU) inundó con su nombre los titulares de todo el país. El motivo de tamaño despliegue publicitario todavía hoy pone los pelos de punta: cuatro miembros de la modélica familia Clutter habían sido asesinados en su granja de River Valley. Desperdigados por las habitaciones y testigos mudos de una sangría brutal, Herbert, el padre; Bonnie, la madre, y Nancy y Kenyon Clutter, los hijos, fueron hallados por la Policía la madrugada siguiente a la matanza. Todos fallecieron de varios disparos de escopeta, con la salvedad de que al cabeza de familia le cortaron previamente la garganta. Así comenzaba el relato de un crimen que acabó convertido en una de las novelas fundamentales del siglo XX: «A sangre fría», de Truman Capote.
Aunque en ocasiones se ha dicho que Capote viajó hasta Holcomb para investigar el caso atraído por las 335 palabras con las que «The New York Times» reseñaba la noticia, la realidad no fue exactamente así. En aquellos días, él trabajaba para «The New Yorker», y fue su editor quien le envió allí en calidad de periodista con la intención de que escribiera un reportaje. Capote viajó hasta Holcomb acompañado por su amiga, la escritora Harper Lee, y, ambicioso como pocos, pronto se dio cuenta de que aquella historia podría dar más de sí y transformarse en el germen de la gran novela que deseaba publicar, del libro definitivo que tanto ansiaba y que le encumbraría como escritor.

8.000 folios de notas


El camino no fue fácil. Truman Capote tuvo que ganarse la confianza de sus habitantes, tarea complicada en una comunidad ultraconservadora y poco acostumbrada a los ademanes de un tipo histriónico, amanerado y bebedor compulsivo. El primer paso fue precisamente ése: lograr que aquella comunidad confiara en él, ya que lo más interesante para el novelista era enmarcar el brutal crimen en un escenario tan bucólico como el del sur estadounidense. O lo que es lo mismo, a partir de las manidas premisas periodísticas de las 5W (¿Qué?, ¿quién?, ¿cómo?, ¿cuándo?, ¿dónde?) elaborar un retablo abarrotado de matices. Para ello acumuló más de 8.000 folios de notas, aunque sus detractores insistan en que Capote nunca utilizaba libreta en sus entrevistas y tergiversaba cada palabra para dotar a la trama de mayor tensión.
La novela «A sangre fría» arranca con los preparativos de la matanza y, por tanto, con la presentación de los asesinos: Richard Eugene Hickock y Perry Edward Smith. Los mismos que, tras matar a la familia Clutter, huyeron a México y vagaron por varios estados hasta que, seis semanas después de su fechoría, fueron detenidos en Las Vegas. El dictamen del juez no podía ser otro: ambos fueron condenados a muerte. Durante los casi 2.000 días previos a su ajusticiamiento en la prisión de Lansing, Perry y Dick concedieron numerosas entrevistas a Capote, quien acabó estrechando sus lazos con ellos. Sobre todo con Perry. Introvertido, tímido, poseedor de una inteligencia superior a la media y aquejado de enuresis (incontinencia urinaria), el delincuente convirtió al novelista en su confesor y, según numerosas teorías, en su amante ocasional. Capote logró así bucear en la psicología del criminal para, más allá de otros chismes, dotar a su obra de la intensidad pretendida.

Desmontando a Truman


Narrada en tercera persona omnisciente, la novela permitía a Capote participar como testigo de cada frase sin involucrarse en ella. El propio escritor definió «A sangre fría», publicada en 1966 (un año después de la ejecución de Perry Smith y Dick Hickcock), como precursora de un nuevo género, la «nonfiction novel» («novela testimonio») y, sobre todo, del llamado Nuevo Periodismo. Y si Truman Capote, tan ansioso como experto en el arte de venderse a sí mismo, no publicó antes el libro, fue porque necesitaba un final obvio: la muerte de los asesinos. Por eso también obvió las súplicas de Smith, quien la víspera de su ejecución le rogó que intercediera para que aplazaran la resolución. Capote parecía aferrarse así a otra máxima periodística: «No dejes que la realidad te arruine un buen titular».
En este sentido, el crítico e historiador Mark Kramer desmonta el mito de «A sangre fría» orquestado por el propio Capote al señalar que «antes que él, muchos novelistas mezclaron periodismo y literatura en su obra, como Daniel Defoe, Mark Twain, Ernest Hemingway y John Steinbeck».
Y, mientras las facultades de Periodismo de medio mundo siguen proclamando «A sangre fría» como libro de cabecera de todo joven reportero, detractores como el crítico Van Jensen, aclaran que esta novela ni siquiera fue la precursora de este movimiento, sino que tal medalla se la merece «Operación masacre», publicada en 1957 por el argentino Rodolfo Walsh. Incluso Norman Mailer con «Superman comes to the supermarket» (1960) y Tom Wolfe con «There Goes (Varoom! Varoom!) That Kandy-Kolored (Thphhhh!) Tangerine-Flake Streamline Baby (Rahghhh!) Around the Bend (Brummmmmm)...» (1965), recopilación de artículos publicados en «Esquire», preceden a Capote a la hora de marcar las pautas de un nuevo estilo.
J. J. Maloney, ex criminal convicto fallecido en 1999 y candidato al premio Pulitzer en cinco ocasiones, fue quien más luchó por desmontar el mito de «A sangre fría». Según él, las pulsiones sexuales de Capote hacia Smith fueron decisivas para que olvidara explicar un pequeño detalle en su gran novela: Smith y Hickock mantenían una relación tormentosa, y el primero mató a la familia Clutter no por un brote psicótico. Tampoco por su ira ante la negación del botín, sino preso de un ataque de celos al descubrir a su pareja intentando violar a Nancy Clutter. A sangre fría, pero con matices.

Parece mentira que todo sea verdad

om Wolfe atacó a su colega Truman Capote por cómo falseó ciertos pasajes del crimen de Holcomb para inyectar más suspense en su novela. Sin embargo, entre los escritores adscritos al Nuevo Periodismo siempre hubo navajazos de ida y vuelta. Así, en las primeras ediciones de la obra «There Goes That Kandy-Kolored Tangerine-Flake Streamline Baby Around the Bend...», de Wolfe, se incluyó una frase incompleta de Kurt Vonnegut que decía: «Veredicto: excelente libro de un genio». Años más tarde, la edición se corrigió con lo que Vonnegut dijo realmente: «Veredicto: excelente libro de un genio que haría cualquier cosa con tal de llamar la atención». Una cita que cobra aún más fuerza hoy en día, cuando casos como el del niño del globo ponen en cuarentena el oficio del periodista y la manera en que se sigue la máxima de no arruinar un titular por culpa de la realidad. En «A sangre fría», Capote presenta a dos tipos que pretenden robar un botín a una familia modélica y que, al no encontrar nada, acaban perpetrando una masacre. El reportaje perfecto le sirvió de excusa para crear una trama en la que parece mentira que todo sea verdad. Un familiar de los Clutter lo resumía así recientemente: «Ojalá Capote nunca hubiera escrito ese libro... No me gustó... lo poco que leí».


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