El jurado del concurso "Escribe tu propio final de Diez negritos" ha elegido, de entre los 49 manuscritos recibidos, el relato ganador por su originalidad, calidad, y concordancia de estilo con el espíritu Agatha Christie. La autora es María Gas de Cid. El jurado está convencido de que este final habría sido del agrado de la gran dama de las letras inglesas.
Además, la prima de Miss Marple, residente en Marbella, considera el relato "correcto y coherente".
El jurado, compuesto por Jordi Canal, director de la Biblioteca la Bòbila; Marilena Solanas, miembro de la directiva de Brigada 21; Ricardo Bosque, director de Punto 38, revista digital del género negrocriminal; Paco Camarasa, librero de Negra y Criminal; y Jerusalén Llácer, editora de RBA bolsillo, también quiere agradecer enormemente a todos los concursantes su participación, y les anima a alimentar la buena costumbre de escribir.
ESCRITO GANADOR
Escrito en Oakbrigde el domingo 11 de abril de 1965
Si todo ha ido tal como estaba previsto, ustedes deben haber recibido este escrito y la carta que lo acompaña el 8 de agosto del 2009, justamente 70 años después del día en que empezó todo.
Yo hace, como mínimo, cuarenta años que he muerto, o al menos eso espero.
Escribí la carta que adjunto a este escrito al día siguiente de que todo acabara y la he escondido durante treinta años. En esta primavera de 1965 soy ya una persona anciana de 74 años, sola, y cada vez con menos fuerzas. Esto se acaba y no quiero que la verdad muera conmigo.
A mediados del mes pasado llegó a Oakbridge, Guillem Llobet, joven abogado de Barcelona, serio, discreto, observador. Viene a descansar, dice. Pasa su tiempo paseando, leyendo, participando en las tertulias de la cantina del pueblo. Ha debido venir a olvidar algo o a alguien, nadie entiende qué le ha traído a Devon, pero me parece una persona en quien confiar, y yo ya no tengo tiempo para esperar que aparezca alguien mejor. Él, además, a diferencia del resto de visitantes que llegan por el pueblo nunca me ha preguntado por los sucesos de la isla.
Cada noche al salir de la cantina me acompaña al acantilado y se sienta conmigo a contemplar la isla, no habla, mira y escucha y me pregunto si oye lo que oigo yo. Después de algunos minutos se levanta para irse, me aprieta el hombro y me dice
– Ahora tendría ya que descansar.
Por todo esto le daré esta noche la carta y le pediré que la haga llegar a quien pueda difundirla el 8 de agosto del 2009. Habrán pasado 70 años desde entonces y no quedará ya nadie …70 años es el tiempo en el que se olvida a alguien después de su muerte, es el tiempo entre la propia generación y las dos posteriores. Por esto elijo esta cifra, quiero que se me recuerde, que se sepa que tenía una misión y que la cumplí.
Y que lo hice por ella, que aún me llama como entonces, la oigo cada noche desde mi rincón en el acantilado, grita mi nombre, y siento su soledad y su desesperación, como los sentía aquellos días, y aunque ahora sí puedo coger mi barca y llegar hasta la isla, ahora ya es tarde, ahora ya no puedo hacer nada por salvarla.
RELATO DE LOS HECHOS DEL 8 DE AGOSTO DE 1939 EN LA ISLA DEL NEGRO
Me llamo Fred Narracot. Nací en Oakbridge en 1890 y tenía 9 años cuando llegó a Devon la epidemia de cólera. Parecía que sólo había casos en Londres pero llegó a Devon de forma brutal, dos casos en la misma familia, una muchacha de mi edad y su abuelo…murieron antes de 3 días y así empezó el pánico …. la gente se encerraba en sus casas, y cualquier signo de debilidad era interpretado como un síntoma, nadie se acercaba a nadie …
En aquel tiempo vivía con mi madre, nunca conocí a mi padre, ella no hablaba de él y yo había aprendido a ignorar su existencia, ella era todo lo que yo necesitaba. Trabajaba cosiendo y bordando la ropa de otras mujeres, la recuerdo siempre sentada al lado de la ventana que daba al este, curvada sobre la tela, moviendo hábilmente la mano, mientras yo contemplaba admirado aquellos dibujos que nacían como por arte de magía entre sus dedos, aquellos vestidos que surgían de lo que parecían sólo pedazos de tela antes que ella los tocara. Levantaba la vista y me sonreía, siempre me sonreía, nunca había problemas y nuestra vida era un juego que los dos compartíamos.
Hasta aquella mañana de 1899 en que me llamó desde la cama incapaz de moverse, su cara era una mascara blanca con dos enormes manchas azules bajo sus ojos.
- Corre, avisa al doctor y no vuelvas a casa esta noche, espera que él te diga que estoy bien.
Aquella mañana la bajaron junto a 4 personas más, tambaleándose, hasta la playa, la subieron a una barca y la llevaron hasta la Isla de Negro.
- Cuarentena – me dijo el doctor – es lo mejor para ti y para el resto del pueblo.
Nunca más la vi, y pasaba los días y las noches en el acantilado mirando fijamente la isla, espiando cualquier movimiento, llamándola y oyendo, o imaginado su voz, llamándome a mí.
La segunda mañana de su ausencia cogí una barca para llegar hasta la isla y rescatarla, pero fui incapaz de dirigirla hacia la isla y la corriente me llevaba a la deriva mar adentro.
El barquero que llevaba provisiones a los aislados cada día y las dejaba en la playa vió pasar mi bote y me rescató.
- Hijo – me dijo mirándome seriamente mientras yo temblaba de frío y de fracaso en el fondo de su barca – ahora no hay nada que puedas hacer, sólo esperar. Has de saber que nadie puede ir a la isla sin mi. Yo llevo los moribundos a la isla y también te llevo a ti, que debes vivir, hacia el continente. Imagina que soy el barquero de los dioses del Nilo, aquel que decide sobre la vida y la muerte, y por esto a partir de este momento te prohibo que vuelvas a intentar pasar.
No estoy seguro si creía lo que decía o simplemente intentaba asustarme para que desistiera. El hecho es que en aquel momento decidí, con la fuerza y la determinación de un niño asustado y desesperado, que yo, Fred Narracot sería el siguiente barquero, que tendría su mismo poder para decidir sobre la vida y la muerte y así podría ir a rescatar a mi madre sin depender de él ni de nadie. Yo sería como el barquero de los dioses, el guardián de la isla, el que decidía quien iba y quien volvía.
En la tarde del tercer día de la marcha de mi madre, vi al barquero volver de la isla con el médico.
Corrí a la playa hacia él y al acercarme me frenó de repente el olor de desinfectante y de humo que salía de sus ropas y la profundidad de sus ojos que miraban hacia su interior y que ni me veían… me volví por instinto hacia la isla, una columna de humo negro se alzaba desde la parte sur….la verdad se me hizo evidente y caí en la arena, las piernas no me sostenian y el miedo crecía en frías oleadas desde mi vientre hasta mis brazos, mis piernas, mi cerebro…Estaba solo, para siempre… pasé dos semanas en la cama, con fiebre, delirando, no recuerdo nada de lo que pasó aquellos días. Pero poco a poco una idea empezó a llenar mi cerebro, arrinconando el miedo, y recordé al barquero y recordé que si yo quería podía ser el más poderoso, porque ahora ya sabía como tener el control de la vida y de la muerte.
Empezé a trabajar como su ayudante y en unos años acabé siendo el barquero de Oakbridge, el que conocía como nadie las corrientes y los vientos, el que era capaz de navegar con cualquier viento, con cualquier tempestad, porque mi vida y mi libertad estaban ligadas a mi capacidad de ir y venir de esa isla.
He estado en ella miles de veces, conozco cada piedra, cada camino, la he andado, dormido y llorado, he buscado frenéticamente las huellas de los últimos días de mi madre, siempre en vano.
Así transcurría mi vida y así alimentaba mi obsesión, cuando Lawrence Wargrave, el juez, compró la isla a Elmer Robson bajo el falso nombre de U.N. Owen. Fue el juez Wargrave quien lo tramó todo, estaba obsesionado desde muy joven con el cumplimiento de la ley y consideraba su deber de garante de la justicia castigar a aquellos que la burlaban. Con este objetivo había ido coleccionando casos de personas que habían escapado a la justicia a lo largo del tiempo.
Estaba seguro de su poder y de su capacidad para diferenciar el bien y el mal y de impartir justicia. Pretendía hacer un experimento con “sus” culpables, todos los eran desde el momento en que él lo había decidido. Su plan consistía en invitarlos a la isla con falsedades con la ayuda de Isaac Morris. Una vez aquí los iba a someter a una fuerte presión psicológica acusándolos públicamente con una puesta en escena teatral y efectista. Desde el aislamiento, el miedo y por su influencia y fuerte personalidad pretendía hacerlos confesar.
Simplemente quería esto, sentirse como Dios por un día, sentir el poder de hacer que otros hagan su voluntad, asustarlos, humillarlos y así con la certidumbre de saberse descubiertos hacerles asumir su culpa, hacer que a partir de este momento se supieran desnudos y transparentes, esta carga sobre la conciencia, esta certidumbre de saberse descubiertos sería su castigo.
Y me necesitaba para montar la trama, el juego, como él decía. Me necesitaba enormemente. Me lo explicó todo confiando totalmente en mí. Yo tenía que llevarlos a la isla, aprovisionar la casa los días previos, dejar de ir durante el día del experimento, no hacer caso si se emitían señales y convencer al resto del pueblo que en la isla había otra fiesta extravagante como las de hacía unos años.
Me menospreció. Usurpó mi papel, no era él quien debía decidir quién era culpable o no. Aquella era mi isla, yo era su guardián, sólo yo tenía el derecho para decidir quien se quedaba, quien volvía. Wargrave me consideró sólo un medio, nunca imaginó que todo lo que él preparaba se ajustaba perfectamente a mi misión y así mi plan fue creciendo junto al suyo, enredado en el suyo, igual que el agua se adapta perfectamente a la vasija que la contiene, así mis ideas, mi plan se iban adaptando a lo que él tenía previsto hacer con sus invitados. Sólo que mi plan también lo incluía a él y mi plan no contemplaba su retorno.
Su juego consistía en hacerse pasar por un invitado más, serían 8 invitados y 2 sirvientes a los que el anfitrión había dejado solos en la isla. Durante la cena se escucharía la grabación, este sería el punto álgido, y a partir de aquí se abría una noche de confesiones tensas y interrogatorios hábiles. Con un día posterior de aislamiento y reflexión en la isla que garantizaría el derrumbe de todo el grupo.
Pero su juego se complicó de pronto con la muerte súbita de Marston. ¿Suicidio? Imagino su perplejidad cuando vió que los acontecimientos adquirían vida propia, la muerte de Mrs. Rogers aún planteó dudas, ¿otro suicidio,? ¿un accidente? pero después de la muerte del general Macarthur empezó a tomar forma la certeza de que había un asesino en la isla.
Y ni aún en este momento pensó en mí, que me movía por la casa y sus alrededores como un fantasma, que tengo en las plantas de mis pies las huellas de todas las piedras de la isla.
Los acontecimientos posteriores fortalecieron sus sospechas de que el asesino era uno de ellos, y es natural, de hecho todos los que estaban en la isla eran ya asesinos de una u otra forma y no hay animal más peligroso que un carnívoro acorralado. Eso fue lo que pensaron todos.
Me ocupé también de Morris durante la primera noche y no esperé mucho a ocuparme de Wargrave, pues temía que finalmente me relacionará con las muertes.
Entré en el salón cuando se quedó solo, me puse la peluca y la cortina del baño sobre los hombros, él aún estaba sentado y me miró sorprendido.
- ¿Eres tú, Fred? - hablaba en voz baja
- ¿Qué broma es esta? - Añadió con tono de fastidio, como si le estuviera estropeando la fiesta al haber entendido mal las instrucciones y ante mi silencio, de repente entendió lo que había pasado, lo que le iba a pasar
- ¿Has sido tu verdad?, pero ¿Por qué? Se trataba sólo de asustarlos, hacerlos sentir culpables, este sería su castigo: saberse descubiertos y tener que vivir con esto. Era sólo un juego. Fred, por favor…
No le dejé acabar, saqué la pistola y disparé y antes de irme le coloqué a él la peluca y la cortina…
Una vez hubo desaparecido, el resto fue muy fácil, nadie sospechaba que hubiera nadie más en la isla, estaban seguros que el asesino estaba entre ellos, se vigilaban mutuamente, desconfiaban y se sentían más seguros solos que en compañía. Qué estúpidos! No se daban cuenta de que así facilitaban mi misión.
También ella me ayudó, mi madre me cantaba a menudo la canción de los diez negritos, riendo, dando palmas y mirando hacia la isla, le divertía la coincidencia de la letra con el nombre de la isla. Fue por eso que le propuse a Wargrave poner su letra en las habitaciones, eso crearía un ambiente más propicio a la angustia, le dije, y aceptó un poco extrañado de que pudiera tener una buena idea. La exposición inicial de las diez figuritas y el irlas eliminando poco a poco fue un ingrediente irresistible que me reservé para mi propio plan.
Ahora todo ha acabado, la policia dice que es imposible que nadie llegara a la isla con la tormenta, que forzosamente el asesino era uno de ellos, que los diarios y escritos que dejaron en la isla refuerzan esta sospecha, y yo asiento, dándoles la razón como experto en la navegación en la zona. Evidentemente nadie sería capaz de llegar ni salir de la isla con la tormenta. Nadie, excepto yo.
Hoy es un soleado domingo, ya es 13 de agosto, todo el mundo se ha ido, estoy sólo de nuevo, veo su silueta en la noche, oigo el susurro del viento que me llama y voy, iré cuando quiera…y volveré. Porque yo soy el barquero, el que decide sobre la vida y la muerte, el que acompaña al que ha de morir en la travesía final.
Y espero, pronto vendrán otros, querrán ver la isla, querrán pasear por el escenario del horror y sin duda, querrán volver a tierra…y seré yo quien los lleve y seré yo también quien decida quién volverá.
Fred Narracot - Barquero
Oakbridge, domingo 13 de agosto de 1939
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Jordi Canal
Biblioteca la Bòbila
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