10 marzo 2008

"El detective encarna dos impulsos humanos: la búsqueda de la verdad y el deseo de reparar la injusticia"


El escritor madrileño, creador de la saga protagonizada por Bevilacqua y Chamorro, pasó ayer por los 'Diálogos de Medianoche' de Civican, donde defendió su idea del detective como un moderno Quijote que, aun consciente de que no se pueden cambiar algunas cosas, no deja de intentarlo


Pamplona. Lorenzo Silva pasó la tarde de ayer alternando sus encuentros con los medios de comunicación con ratos en los que corregía o reescribía artículos de prensa pensados para estos días y trastocados por la irrupción del terror en la vida cotidiana. En su cita con este periódico, contó, entre otras muchas cosas, que ya prepara nueva novela, aunque esta vez no será policíaca, género que respeta y que en ningún caso le parece menor.
¿Qué tienen los detectives de quijotes?
Mucho. Hacer esta referencia tiene una doble intención. Por una parte, trataba de insertar la novela policíaca en la tradición literaria común. Demasiadas veces se la ha relegado a un gueto, cuando, realmente, este género tiene mucho de cervantino, ya que las historias son a menudo itinerantes y los protagonistas tienen características que los podrían asimilar al Quijote, porque también son idealistas y confrontan un ideal muy difícil de lograr. Y, quizá, es eso lo que les diferencia del Quijote, que son conscientes de que ese ideal es irrealizable, lo que tampoco les sirve de mucho, porque, pese a todo, se siguen empeñando en que las cosas sean como no son. La búsqueda de la verdad y la justicia en una sociedad que vive sobre la mentira no deja de ser una forma de inadaptación.
¿Será también que hace falta un punto de locura y cierta insensatez para luchar por las causas justas?
Esto se refleja sobre todo en muchos de los personajes clásicos del género, como puede ser el Philip Marlow de Raymond Chandler. Una y otra vez se enfrenta abiertamente a los poderosos, aunque sabe que lo va a pagar. Tiene algo de caballero andante maltrecho, como Don Quijote.
En este sentido, ¿el detective encarna lo mejor de nosotros, a lo que podemos y debemos aspirar?
Encarna dos impulsos esencialmente nobles del ser humano, que son la búsqueda de la verdad y la necesidad de reparar la injusticia o, cuando menos, de señalarla. En ese sentido, sí representa nuestro deseo de ejercer una acción sobre la realidad que la mejore un poco.
¿También ha querido dotar de esos rasgos idealistas a sus detectives, el sargento Bevilacqua y la cabo Chamorro de la Policía Judicial?
Sí. Además, en su caso son una pareja muy cervantina porque son un caballero con su escudero, en este caso escudera, y existe casi la misma contraposición de caracteres entre Don Quijote y Sancho Panza. A él se le va más la cabeza y ella lo baja a la tierra más de una vez.
Defiende que, al contrario de lo que se piensa, la novela policíaca no es un invento anglosajón.
Claramente. Es cierto que los autores anglosajones han aportado una serie de soluciones y recursos que indudablemente les pertenecen, pero que no son hallazgos que salen del vacío y no nos conducen a ser deudores de ellos. La literatura policíaca europea ha funcionado durante mucho tiempo con un gran complejo de inferioridad que en los últimos tiempos ha ido perdiendo. Porque los anglosajones no son ni mucho menos creadores de todo el material y de toda la riqueza narrativa que se puede verter en una novela policíaca. Podemos apropiarnos del género sin reparos y sin la sensación de que estar importando algo de fuera.
Bevilacqua no es su alter ego, pero ¿cuánto tiene de Lorenzo Silva?
Todos los personajes tienen algo de ti, porque, a fin de cuentas, construyes su punto de vista asimilándolos a ti o, al revés, asimilándote tú a ellos. A veces no lo tengo muy claro; no sé si un personaje se parece a ti porque le has puesto muchas cosas tuyas o en qué medida trabajar con un personaje que tiene una determinada realidad te hace a ti absorber elementos suyos. Durante mucho tiempo no escribí novela policíaca y, por tanto, no tenía mayor interés en ciertos temas; pero ahora descubro que, por ejemplo, cuando viajo estoy fijándome todo el rato en la seguridad, en los detalles... Se produce una especie de recirculación, los personajes de ficción nos acaban influyendo. Y es cierto que Bevilacqua no es mi alter ego, pero sí que es un personaje por el que siento cierta simpatía y me iría de cañas con él. Y no es algo que pueda decir de todos mis protagonistas (risas).
¿Qué le parece el fenómeno, del que también participa, del escritor asimilado a un personaje: casos de Donna Leon y Brunetti, de Henning Mankell y Wallander o de Manuel Vázquez Montalbán y Carvalho?
La verdad es que cuando escribí la primera novela no tenía ningún proyecto a largo plazo. Me interesaba crear una novela policíaca que se adaptase a la realidad española y que rompiese con algunos estereotipos de todo tipo, incluidos los que normalmente se atribuyen a la Guardia Civil. A partir de la segunda novela, sí que empecé a plantearme que ese personaje era un proyecto en marcha del que ya no puedo decir cualquier cosa, porque tengo que ser coherente con las mil páginas que he escrito hasta ahora. En ese sentido, acaba produciéndose una identificación o, mejor, un compañerismo que no tienes con otros personajes; como un diálogo extraño con un ser que no existe.
¿También es extraña la sensación de que ese personaje cobra esencia propia, con páginas webs sobre su biografía y cientos de admiradores que conocen su vida y milagros?
De hecho, para mucha gente, Bevilacqua es mucho más real que yo. Mi realidad es imperceptible y, si la conocieran, para muchas personas sería totalmente irrelevante.
¿En qué medida le ha servido su formación como abogado para adentrarse en las historias policíacas?
Me ha dado información sobre aspectos que es bueno conocer, sobre todo en torno al funcionamiento de la administración de Justicia, ya que, a fin de cuentas, los personajes son servidores de ella. Y también me ha valido para buscar un enfoque adecuado. En muchas novelas, el policía es el que hace justicia, y eso es una deformación de la realidad. El policía es un mero auxiliar y se dedica a tratar de obtener pruebas que puedan ser persuasivas para detener al delincuente. Muchas veces, lleva cinco meses detrás de él y tiene que esperar hasta conseguir algo determinante. Por ejemplo, al Solitario estuvieron siguiéndole varias semanas y tuvieron que esperar a que hiciera algo para incriminarlo de una manera sólida. En definitiva, el policía no es ese justiciero que encierra al malo, lo regaña y abofetea. Su trabajo es levantar pruebas y este enfoque es mucho más sutil y rico, ya que, desde este punto de vista, el investigador criminal no es tanto un hombre de acción como un pensador que se sirve del razonamiento. Como me ha dicho en más de una ocasión algún policía, la razón es su arma principal y, si alguna vez utiliza la otra, es porque se equivoca.
Por lo que comenta, está claro que necesita dotar de grandes dosis de realismo a sus historias.
Sí, la realidad me parece lo bastante rica y misteriosa. Hay quien opina que hacer literatura realista es optar por historias más obvias, será que esa gente mira poco a su alrededor. A nada que mires un poco, te das cuenta de que la realidad tiene muchas veces una complejidad desconcertante y que muchos aspectos de lo que realmente importa no son nada evidentes. En ocasiones supone todo un misterio insondable saber por qué alguien hace algo.
Algo más que palabras
Existe una manera sencilla de conocer la trayectoria profesional de Lorenzo Silva. No hay más que conectarse a Internet y teclear la dirección www.lorenzo-silva.com , en la que el mismo autor enumera su obra y habla de sus inquietudes y preocupaciones, así como de sus referentes literarios y otras cuestiones que comparte con sus lectores, actualizando el sitio de manera periódica. En dicha página, se puede comprobar que, aunque le han dado mucho éxito, las historias en torno a Bevilacqua y Chamorro (El lejano país de los estanques, El alquimista impaciente, La niebla y la doncella, Nadie vale más que otro y La reina sin espejo ) no son su única ocupación literaria. Ni mucho menos, entre sus títulos también hay libros de relatos, novelas juveniles, históricas y alegóricas, que le han reportado importantes reconocimientos como La flaqueza del bolchevique, La sustancia interior, Carta blanca, El nombre de los nuestros o El déspota adolescente . Entre sus referentes, destaca a Conrad, Proust, Austen, Chandler o Kafka, porque, dice, "sus escritos acertaron a ser algo más que palabras en un papel".



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