10 noviembre 2008

El talento de Ms. Highsmith



Aunque nacida en Texas, Patricia Highsmith no fue nunca lo que se entiende por una típica muchacha texana. Le interesaba demasiado el lado oscuro del alma humana para crecer en una tierra donde casi siempre hace sol. Pero se crió en Nueva York, con una buena dosis de conflictos materno-filiales y extrañas aficiones: observar la maldad, la locura, el crimen. Así se fraguaron sus libros. Decir de ellos que son literatura de suspense es quedarse muy corto.
Highsmith tenía un denodado talento para ponerse en la mente del criminal y mantenerse ahí durante muchas páginas. No hablamos de gánsters o terroristas, sino de esos vecinos adorables que abonan su jardín con muertos. Gente discreta. Como Tom Ripley, protagonista de 'El talento de Mr. Ripley' (1955), y de otras cuatro novelas. La autora le había tomado cariño a su criatura.
Cuando es él mismo, Thomas Ripley resulta tan enfermizamente discreto, tan gris, tan insignificante, que no es de extrañar que le guste, a veces, imitar a otras personas, jugar a ser otro por unos momentos. Se le da realmente bien hacerlo.
De pronto llega el azar y pone en su camino a Dickie Greenleaf: veinte años, como él; muchísimo más dinero que él; incomparablemente más mundo de lo que él haya soñado tener. Ahora, Tom ya sabe quién le gustaría ser el resto de su vida. En realidad, con ser el mejor amigo de Dickie, su alma gemela, o tal vez algo más, le hubiese bastado. Compartir para siempre con él los días apacibles y las noches sorprendentes de la Riviera francesa, Italia o París, hubiese sido, tal vez, suficiente.
Pero el bueno de Dickie no termina de estar del todo de acuerdo con esa relación que empieza a resultarle asfixiante. A Tom, entonces, no le queda más que un solo camino, muy sencillo, sobre todo estando los dos solos en el mar, en una barca. Después, todo consistirá en ser Dickie ante el mundo, y Ripley ante sí mismo y los lectores. Pero a Tom y a Highsmith les sobra talento.


Carmén Morán



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