05 diciembre 2011

Bolsillo de Cerdo/ Federico Levín






Cuidado con Levín. Uno nunca sabe con qué se va a encontrar. Lo mejor es que él tampoco: va y va nomás. Y nos arrastra, nos pierde en sus elecciones de imprevisto menú, siempre renovado, como ya pasaba en Ceviche, la novela que inauguró la saga de El Sapo Vizcarra y de su amigo de la calle, Dionisio. Curiosos gastrónomos sin patente ni carnet, noctámbulos en un barrio entre Once y el Abasto estrecho de calles e infinito de olores, especies y especias, y con tantas posibilidades mágicas como el guetto de Praga, El Sapo y su ladero esta vez se pierden en la noche invernal y desembarcan en las mesas de un populoso restaurant ruso aislado por una literal cortina de hierro.

Como algunos otros grandes textos célebres, Bolsillo de cerdo –qué buen nombre de plato, qué pedazo de título de novela– se autolimita alevosamente en tiempo y espacio: como si no bastara con el unánime barrio, todo pasa en esa noche cerrada y en ese ámbito ritual de clausura. Así, en el transcurso de la cena pautada por el ritmo de las oleadas del imperioso vodka y los platos demorados y degustados con sutileza, distintos personajes traerán cada uno su historia, su fábula incompleta, su relato dislocado. Y todas esas líneas de vida e intriga, versiones narrativas más o menos fantásticas de un pasado inverificable, concluirán clásicamente en el embudo, en el vértice simbólico de esa noche a toda orquesta, de esta novela incontable.



Bolsillo de Cerdo
Federico Levín
Negro Absoluto 2011

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