El 23 de diciembre de 2008, el señor Panizo llega con el periódico bajo el brazo, saluda con un gruñido, abre la puerta con la llave que guarda en el bolsillo y entra en el banco. El cajero, la interventora y el vigilante jurado le siguen al interior de la sucursal, y le ven desconectar la alarma, atravesar la oficina y encerrarse en su despacho.
No han transcurrido un par de minutos, cuando la interventora llama a su puerta.
-Perdón, señor Panizo , los Ortega quieren verle.
El señor Panizo levanta la nariz de la pantalla de su ordenador y masculla entre dientes. Sobre los hombros de la interventora, ha distinguido los rostros de los ancianos a quienes lleva semanas denegando el crédito para un viaje. ¿No ha sido suficientemente claro al explicar que no desea volver a perder el tiempo con ellos?
Cuando quiere protestar, los señores Ortega ya están sentados al otro lado de la mesa desplegando su arsenal de sonrisas pedigüeñas.La anciana, como siempre, es quien toma la iniciativa:
-Ya sabe que mi marido es de Soria.
-Sí -contesta el señor Panizo, aunque maldita la gana que tiene de saber de dónde son los muertos de hambre que se acercan a su oficina.
La señora Ortega le explica que todos los años compran lotería en Soria¿ ¿Y fíjese qué casualidad¿ ¿le dice, mientras abre el monedero y desdobla un billete.
El señor Panizo lee el número en el billete y mira de soslayo la portada del periódico. Si hubiese sido un lobo, habría levantado las orejas. Recuerda las imágenes del bar de Soria que los informativos no han dejado de repetir desde la mañana anterior, los afortunados con el primer premio saltando y bebiendo champán frente a la cámara.
-¿Saben cuánto dinero les ha tocado?
-Son 600.000 euros, ¿no?
El señor Panizo extiende la mano para sostener el billete, pero la anciana lo retira antes de que pueda tocarlo.
-Aún no sabemos si lo vamos a depositar aquí.
-¿Dónde va a estar más seguro su dinero? Éste es su banco desde hace años. Si en algún caso no les hemos atendido como corresponde no es por voluntad nuestra, ya supone. Es la coyuntura la que no permite tomar riesgos excesivos¿
-¿Tienen caja fuerte? ¿le interrumpe la señora Ortega, y le explica que sólo buscan una oficina que custodie el billete mientras deciden qué hacer con el importe del premio.
-Por supuesto.
-¿Es segura?
-Esto es un banco, señora.
-Lo sabemos, pero los bancos se roban.
-Como mucho pueden robar lo que haya en el mostrador ¿se jacta el señor Panizo¿. La caja tiene un sistema de apertura retardada que impide que un atracador pueda acceder a ella. ¿Quieren verla?
Los ancianos asienten y el señor Panizo descuelga el teléfono y pide al cajero que vaya abriendo la caja de seguridad.
La señora Ortega sonríe y coloca sobre la mesa una bolsa con dulces navideños.
-¿Unos mantecados? Son de Soria, como mi marido.
No tienen buen aspecto, pero el señor Panizo se lleva a la boca un dulce. Cualquier cosa antes de permitir que vayan con el boleto a otra sucursal. Y cuando la anciana se levanta para ofrecer mantecados al resto del personal la sigue por la oficina para asegurarse de que ninguno de sus empleados rechaza el ofrecimiento.
A los diez minutos, el cajero avisa: -La caja fuerte está abierta.
Como manda el protocolo, el señor Panizo ordena al vigilante que cierre la puerta de la entrada y acompaña a los señores Ortega a comprobar las medidas de seguridad de su banco.
Un minuto después, el señor Panizo se tambalea y cae inconsciente al suelo. El cajero se acerca a auxiliarlo, pero también se desvanece. Desde el interior de la caja fuerte, los ancianos oyen derrumbarse al vigilante de seguridad y saben que el somnífero de los mantecados también debe haber hecho efecto en la interventora.
Se miran a los ojos y sonríen.
Vacían la caja fuerte y, antes de abandonar el banco, en la fotocopia burda del billete premiado, los ancianos desean al señor Panizo una muy feliz navidad.
Domingo Villar